
Una mujer sobre el puente

Hace poco más de un mes, la majestuosa silueta del Puente de Brooklyn en EE.UU. fue puesta a prueba una vez más. Esta vez no por la furia de su río ni por el peso incansable del tránsito neoyorquino, sino por el mástil de la fragata mexicana Cuauhtémoc, que quedó atascado bajo su arco. El incidente obligó a cortar el tránsito y volvió a poner en el centro del debate a una de las estructuras más icónicas de nuestra historia. Pero mientras los titulares hablaban del accidente, pocos recordaron a quien permitió que ese puente existiera en primer lugar.
Se trata de Emily Warren Roebling, una figura que no aparece en los libros de texto con la frecuencia que merece. No lleva su nombre ninguna autopista ni túnel. Sin embargo, fue una de las primeras mujeres en dirigir una megaobra de infraestructura en plena era industrial, desafiando tanto las convenciones sociales como las barreras técnicas de su época.
Tras la muerte del ingeniero que concibió el proyecto y la enfermedad de su esposo, debido a las condiciones de trabajo en los cimientos del viaducto, fue Emily quien asumió el mando. Sin título formal, pero con un conocimiento profundo adquirido durante años de colaboración con su marido, se convirtió en el nexo vital entre la obra y el mundo exterior. Supervisaba los trabajos, hablaba con contratistas, resolvía dudas y defendía decisiones técnicas ante políticos escépticos.
El Puente de Brooklyn no es solo una obra colosal por su diseño ni por haber sido el primer puente colgante de acero del mundo. Su proceso constructivo implicó desafíos titánicos, como las cimentaciones a 24 metros bajo el río, cables de acero galvanizado, y una longitud que lo convirtió en el puente colgante más extenso de su tiempo, con casi dos kilómetros. El año de su inauguración (1883), más de 150 mil personas lo cruzaron. Hasta desfiló una caravana de elefantes para demostrar su solidez.
Entre cables y torres, Emily desafió tanto la gravedad como las normas sociales. Escribió informes técnicos y fue reconocida como la primera mujer en intervenir en la Sociedad Estadounidense de Ingenieros Civiles. El nombre de esta ingeniera autodidacta estadounidense quedó grabado en la placa del puente, como testimonio de su liderazgo y legado.
Hoy, cuando hablamos de brechas de género o techos de cristal, deberíamos mirar también hacia atrás para reconocer que la ingeniería, como muchas otras disciplinas, tiene otras voces, otras miradas y otros liderazgos. Basta recorrer estos días el Metro de Santiago para ver cómo algunas estaciones han sido simbólica y temporalmente renombradas para visibilizar a destacadas mujeres ingenieras de nuestro país, como Justicia Espada Acuña, la primera ingeniera de Chile, o Loreto Valenzuela, la primera mujer en liderar como decana la Facultad de Ingeniería UC.
Quizás, la próxima vez que una fragata se detenga bajo el Puente de Brooklyn, no pensemos solo en la altura de su mástil, sino en la altura de visión de Emily Warren Roebling, quien, hace más de 140 años, tendió mucho más que un puente entre dos orillas. Así como ella, otras mujeres están trazando otros puentes o caminos que hoy inspiran a nuevas generaciones a imaginar, construir y liderar sin límites.
*El autor de la columna es profesor titular Ingeniería UC, miembro de Clapes UC y presidente del Colegio de Ingenieros de Chile
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