Erradicando a la machista: Ella le metió un gol




Quienes me conocen saben que lucho a diario con el peso de mi historia, especialmente con el machismo con el que crecí y que me ha llevado muchas veces a actuar injustamente y cometer errores. Hace poco, recordé uno de ellos, cuando años atrás juzgué fuertemente a otra mujer porque, según yo, se había embarazado para atrapar a un hombre.

Él es el ex marido de una de mis mejores amigas. Fueron pareja desde que salimos de la universidad y en un comienzo eran una linda pareja en la que todo funcionaba bien. Con mi marido, los cuatro, salíamos para todos lados juntos, nos íbamos de vacaciones e incluso ellos son los padrinos de mi hijo mayor. Pero empezó a pasar el tiempo y ellos comenzaron a tener problemas de pareja, se peleaban y luego volvían. La dinámica era esa hasta que decidieron casarse y todo mejoró. Pero meses después del matrimonio, mi amiga llegó llorando a mi casa porque él le había pedido el divorcio.

Fue terrible escucharlo, porque de alguna manera lo sentí también como un fracaso. Somos muy amigas, como hermanas, entonces sus dolores los vivo en carne propia. Sin embargo, a pesar de lo fuerte de ese momento, lo peor vino después, cuando pasado cierto tiempo, nos enteramos de que él estaba nuevamente en pareja. Acompañé a mi amiga en su dolor, cual quinceañeras. Nos juntábamos a ver películas, a comer helado y chocolates, y por supuesto a odiarlos a ambos por lo que “le habían hecho”. Y lo pongo entre comillas porque hoy entiendo que no le hicieron nada, él nunca le fue infiel y cuando sintió que ya no había nada más que hacer en su relación, dio un paso al lado. Pero en ese momento fue inevitable verlo como una traición.

Cuando estábamos en ese proceso de duelo, mi amiga y su ex comenzaron a hablar de nuevo. Él siempre le manifestó su intención de que tuvieran una relación sana, de un ex matrimonio que alguna vez sintió mucho amor y respeto. Pero para ella el hecho de retomar el diálogo abrió la esperanza de volver a ser pareja. Y fue justo en ese período que supimos que él iba a ser papá.

En ese contexto, la noticia fue como la gota que rebalsó el vaso. Lo que le faltaba a mi amiga para terminar de hundirse. El día que supimos corrí a su casa a acompañarla. Recuerdo que ya no tenía más palabras de consuelo. Le hablé de la mujer increíble que era, que la vida seguía y que había llegado el momento de ocuparse de ella. Pero entre mis argumentos, también le dije que obviamente la nueva pareja quedó embarazada porque lo quiso amarrar, porque como justo ellos dos habían retomado el contacto, seguramente esta mujer la estaba viendo a ella como una amenaza y entonces quedó embarazada para no perderlo. Y no solo se lo dije a mi amiga, también indirectamente se lo hice saber a la propia mujer en una junta en su casa a la que tuve que ir por obligación y en la que no dejé de tirarle indirectas respecto de “lo rápido que habían decidido tener hijos” o lo “fértil que era mi ex compadre”.

Ya han pasado algunos años. Mi amiga encontró nuevamente el amor y es feliz con su nuevo marido y sus dos hijos. Y yo, como este hombre siguió siendo muy amigo de mi marido, he tenido que compartir en algunas ocasiones con él y la mujer a la que tanto juzgué. No somos amigas, pero es una buena mujer, de la que no tengo nada malo que decir. Al contrario, cada vez que la veo siento vergüenza por haberla juzgado sin conocerla. Y justamente a eso me refería cuando decía que debo luchar a diario con el peso de mi historia que me ha llevado a cometer errores, como el injusto juicio que le hice a esa mujer.

Pienso en cómo se debe haber sentido y me gustaría volver el tiempo atrás, pero en ese momento el dolor de ver sufrir a mi amiga me cegó. Pero no solo el dolor, también el machismo. Vivimos y crecemos asumiendo dichos y situaciones como si fuesen lo más normal del mundo. Y es que eso mismo que pensé de esa mujer, muchas veces se lo escuché a mi propia madre. Incluso a mis amigas. “Le metió un gol” es una frase típica que escuchamos cuando una mujer queda embarazada muy rápido en una relación o cuando el hombre tiene una buena situación económica. Como si las mujeres tuvieran una varita mágica con la que pueden borrar la consciencia del hombre y obligarlo a tener sexo sin resguardo. Es tan simple como que si el hombre no quiere tener hijos, se cuide de eso y punto.

Pero además, es una frase que plantea que las mujeres –porque jamás es al revés, nunca le dicen a un hombre que embarazó a una mujer para atraparla– quisiéramos o deberíamos siempre tener en la mira a un hombre para que nos “salve”. De la soltería, de la pobreza o de la tristeza. Porque en esta sociedad pareciera que una mujer que no tiene a un hombre al lado sufre de todo eso. Se nos ha enseñado que el rol de ellos es ser un buen proveedor, y que entonces nosotras tenemos que buscar a un buen proveedor. Y peor aún, hacer cualquier cosa para conseguirlo.

También se nos ha enseñado que debemos ser capaces de hacer cualquier cosa por amor. Es cosa de pensar en la cantidad de películas o teleseries en la que pasa eso. Hay un hombre y una mujer que se aman, que tienen un amor tortuoso, les cuesta estar juntos. En el medio de la historia aparece una tercera mujer que siempre lo ha amado en silencio, tienen una noche de sexo y, cuando los enamorados están a punto de retomar la relación, llega la otra con el test de embarazo a arruinarlo todo. La mayoría de las veces lo plantean como que hubo en ella una intención de quedar embarazada y con eso, quedarse también con el súper galán, como si además la maternidad fuese algo muy sencillo y transable para conseguir otra cosa.

Creo que es importante que todas, y sobre todo las más viejas como yo, hagamos esta reflexión. Nunca es tarde. Y si bien dije esa frase –y tantas otras que le hacen daño a nuestro género–, soy capaz de entender que sólo repetía patrones y estereotipos con los que crecí y que si los erradico, quizás aporto en que las futuras generaciones como mi hija, no los vivan y no los carguen. Es una lucha de todas.

Sonia Arriagada, 61 años. Dueña de casa.

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