Pasión por el terror: ¿Por qué nos gusta sentir miedo?




A los niños les encantan las historias de terror. Les gusta que les metan miedo”, afirma con tono cómplice el periodista y escritor Francisco Ortega, quien, en su infancia —cuando Halloween aún no se adoptaba en Chile— , leía los cómics de vampiros que publicaba Marvel y se deleitaba con la novela Drácula (1897), de Bram Stoker.

El libro inmortalizó al vampiro, un alma en pena que ha sido llevada al cine en diferentes versiones. Al elegante conde Drácula, que es de “una palidez increíble, espesas cejas, boca de aspecto cruel, dientes prominentes, uñas largas y afiladas”, le brillan los ojos al ver caer unas gotas de sangre; su imagen no se refleja en los espejos y retrocede ante la visión de los crucifijos. “Es mi personaje sobrenatural favorito, porque se convierte en animal, porque es como una especie de zombi que reposa en su ataúd, porque se mueve en las tinieblas y huye del sol”, enumera Ortega, conocido por su afición a la literatura fantástica.

Al igual que otras criaturas literarias, como Frankenstein (1818), de Mary Shelley, el vampiro resulta cautivador y escalofriante a la vez. Pero, ¿por qué a la gente le gusta sentir horror? ¿Por qué disfrutan de ir al cine a ver algo que les acelerará las pulsaciones, le pondrá la piel de gallina o los harán gritar o saltar?

Nos encanta sentir el baño de adrenalina del espanto o el peligro. Vivimos frágiles y en riesgo permanente, por eso mismo, el ensayo emocional del pavor nos viene bien cuando todo está asegurado”, explica el psiquiatra y dramaturgo Marco Antonio de la Parra. “La montaña rusa, la película de terror son casi peligrosas, pero solo casi. Todo está bajo control. Es el mismo gozo de los niños cuando se les lee un cuento como Hansel y Gretel. La salvación del peligro alivia el temor en el alma. Los padres de Hansel y Gretel abandonan a los hijos y una bruja se los quiere comer. Son los peores temores de la infancia y en el cuento se ensayan y se resuelven”, agrega.

De la Parra indica que cuando un amenaza es real, por ejemplo, si a una persona la persiguen, la asaltan o es víctima de un incendio, el peligro se vuelve insoportable. “No hay control. ¿Cuándo va a parar? Eso genera angustia. El terror de feria o de cine es limitado, y eso genera placer. Sentir miedo, pero solo su simulacro”.

Es precisamente “dentro de nuestras cabezas donde se aloja lo más aterrador”, según la socióloga estadounidense Margee Kerr, que se especializa en el estudio del miedo y es autora del libro Scream: Chilling Adventures in the Science of Fear. “Incluso, los monstruos más famosos son de nuestra propia invención”, ha dicho. Por ejemplo, “si uno piensa en los grandes filmes de monstruos de mediados del siglo XX, fueron creados cuando estábamos pensando en explorar el espacio, y la idea de que había un gran universo desconocido allá afuera estaba muy presente”.

Godzilla es otra muestra. Se creó en Japón, tras las explosiones de las bombas atómicas. “No sabíamos qué iba a suceder, cómo cambiaría el entorno. Eso fue reflejado, exagerado y convertido en un monstruo al que podíamos vencer en la pantalla”. En el siglo XXI, el miedo a que los robots reemplacen a los humanos, no solo en los trabajos, sino en las relaciones, es decir, que pueda diseñarse un aparato con la complejidad emocional de una persona, también se ha explorado en la pantalla. En Her (2013), Joaquín Phoenix es un escritor solitario que se enamora de Samantha, el sistema operativo de su computadora.

Las novelas o las películas de terror son, ese sentido, un espejo de la sociedad. “Los diferentes miedos de las distintas épocas se reflejan en personajes como los zombis, que son una buena representación de la pandemia”, opina Ortega. “En los años 70, Tiburón fue aterradora, más que por el tiburón, por la villanía de las autoridades. Si uno va más atrás, y piensa en Drácula, escrita en la época victoriana, una época ultraconservadora, la novela representaba el temor al extranjero que viene a enviciar y apropiarse de las mujeres castas”. También podría entenderse como “una alegoría a enfermedades transmitidas sexualmente en dicho momento”, de acuerdo a Kerr.

Chile y sus demonios

El gusto humano por el terror existe desde siempre: el hombre primitivo salía a cazar y tenía que defenderse de los depredadores. Luego volvía a su cueva y contaba lo ocurrido. O sea que, a través de las historias de horror que la gente ha narrado, es posible saber cuáles han sido las grandes amenazas y miedos de cada tiempo. En otras palabras, cada época tiene sus espantos. Actualmente, está la pandemia. A juicio de De La Parra, que lleva décadas desentrañando los complejos, temores y traumas de los chilenos, “la pandemia es una película de terror, una novela de ciencia ficción. La muerte se inserta en la vida diaria. Y el miedo genera conductas ‘toc’ por un lado y negación absoluta y fiestas clandestinas por otro. Igualmente, no sabemos cuándo termina, y eso es lo peor”.

Para Ortega, que en 2017 publicó Salisbury, un libro de terror sobre el abuso infantil, todo se resume en una cita de H.P. Lovecraft. ‘La emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido’". Algo que atraviesa la literatura, especialmente, “los mitos y las leyendas de todos los tiempos”. En el caso de Chile, “en la mitología de los pueblos ancestrales y en la mitología popular está muy presente el diablo. Es una figura que aparece en las historias de diferentes localidades del país. A mí me sorprende que, en este siglo, haya cosas que sigan siendo aceptadas tan naturalmente, como que en las casas penan. El demonio fascina a los chilenos. Hay como una fijación. Quizá tiene que ver con que Chile es un país conservador y, también, con el predominio de la iglesia evangélica, ahora que la iglesia católica está tambaleante”.

Las preferencias en los cines le dan la razón. Patricio Fuentealba, gerente de Ventas de la distribuidora Cinecolor Films, informa que las cintas de terror más vistas en los últimos cinco años, en el país, son: It (2017), El comjuro 2, (2016) La monja (2018), Annabelle: La creación (2017) e It capítulo dos (2019). “Vemos una prevalencia de las películas religiosas, en comparación a años anteriores, en que los espectadores preferían películas de asesinos seriales”, comenta al respecto.

Por lo visto, hacer películas que realmente causen terror en esos tiempos es una tarea difícil, ya que la realidad pareciera asustar más que la ficción. Léase, además del Covid-19 y la crisis económica: la contaminación, el cambio climático, la desforestación; el narcotráfico, la violencia, el terrorismo; el acoso infantil, el bullying. “Ahora nadie se va a ‘comprar’ una película en que los estadounidenses vayan a salvar el mundo” dice con ironía Ortega. “Pienso en un miedo que predomina y es el miedo a lo que pueda ocurrir al interior de una familia, como se ve en Hereditary (2018). Más adelante, seguramente saldrán producciones sobre la historia secreta de la pandemia”.

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