
Kelly Reichardt: “Me preocupa el estado del cine, pero me preocupa más la democracia y el cambio climático”
La directora estadounidense, uno de los faros del cine independiente de este siglo, sorprende con su nueva película, Mente Maestra, un retrato de un hombre que roba los cuadros de un pintor abstracto en Massachusetts en 1970. En diálogo con Culto, habla sobre ese filme –que acaba de debutar en salas nacionales– y sobre la revuelta actualidad de su país. “En Estados Unidos ahora todo se siente precario”, apunta.

Kelly Reichardt (Miami, 1964) lamenta no poder encender la cámara en Zoom. A principios de esta semana, está en Londres para presentar su nueva película en el festival de la ciudad y la conexión de internet del hotel en el que se aloja no es lo suficientemente fuerte para mantener activa la función de video. Son las zancadillas que la tecnología le hace de vez en cuando hasta a los mejores de este oficio.
“Estoy aquí”, avisa desde la capital inglesa. No lo explicita en ningún momento, pero este es probablemente el formato de entrevista que más le acomoda a la directora estadounidense, una realizadora que ha construido una filmografía centrada en personajes marginados y en relatos de gran calado humano pero que evitan las estridencias. Ella misma, si a veces se desvía del tema central para hablar sobre la repartición de la riqueza o sobre el sistema de salud de su país, se frena, lanza una pequeña risa y dice: “Sólo soy una cineasta”.

Lo es, pero, si nos limitáramos únicamente a su obra, habría que decir que goza de una salud extraordinaria. Tres años después de presentar un retrato sobre una esculturista insatisfecha con su vida (Showing up, con Michelle Williams como protagonista), ahora perfila a un carpintero desempleado de buena familia que, descontento con su existencia, decide planear y ejecutar su obra maestra: robar los cuadros del pintor abstracto Arthur Dove de un museo de arte de Massachusetts en 1970.
Titulada Mente maestra (estrenada en el Festival de Cannes 2025 y disponible en salas chilenas desde esta semana), probablemente ha sido un imán para públicos ajenos o poco familiarizados a su rúbrica. Los motivos están a la vista: es un largometraje que comienza con la planificación y ejecución de un robo –un género de larga data que parece haber renovado su popularidad– y tiene como protagonista al actor británico Josh O’Connor, uno de los grandes talentos surgidos en el último lustro.
También ayuda la suntuosa dirección de fotografía a cargo de Christopher Blauvelt, inspirada en el cine estadounidense de los años 70. Lo cierto es que todos esos elementos están al servicio de la mirada de la responsable de Wendy and Lucy (2008) y First cow (2019), uno de los nombres imprescindibles de las últimas tres décadas.

Sugerente, Reichardt cuenta que partió imaginando un filme de atraco (leyó una noticia sobre el aniversario número 50 de un robo de arte cometido en Massachusetts en 1972), pero que terminó creando una película sobre un “desmoronamiento”, el que experimenta el protagonista después de cometer el golpe.
Bajo su prisma, “es un hombre blanco de clase media, de una familia con buena educación y con muchos privilegios. Se rebela contra ellos, pero también depende de ellos. Recurre a ellos y los usa cuando le viene bien. Creo que a fines de los 60 todo el país estaba un poco confundido sobre cómo se desarrollarían las cosas. Yo siempre me pregunto cómo vivir, cuál es la manera correcta de vivir”.
Aunque no pierde de vista que está ingresando en la psiquis de un personaje que dinamita su vida, se permite paulatinamente brindar detalles sobre la época en que ejecuta sus actos, el Estados Unidos de Richard Nixon y las protestas contra la Guerra de Vietnam. Un desvío que ha sorprendido gratamente a los entendidos en su obra.
Ella lo explica de este modo: “Pensé que este personaje era bastante egocéntrico y no se fijaba demasiado en lo que sucedía a su alrededor, por lo que intenté mantener la política de ese momento en un segundo plano, como si estuviera en los márgenes de su conciencia, porque realmente no siente que le involucre tanto. Pero, bueno, supongo que en última instancia la pregunta es: ¿se puede dejar de estar involucrado si no estás prestando atención, o estamos todos involucrados?”.

-¿Por qué eligió a Josh O’Connor para que interpretara el rol principal? ¿Qué encontró en él?
Creo que Josh tiene un rostro atemporal. Pensaba que Mooney era un tipo alto y desgarbado. Vi a Josh por primera vez en God’s own country (2017) y su actuación me pareció increíble. Y luego, cuando él estaba en The Crown, ni siquiera me di cuenta de que era el mismo actor. Pensé: ¡Oh, qué versátil es! El cineasta Karim Aïnouz nos presentó, nos conocimos y empezamos a conversar, y, de repente, fue genial comenzar a pensar en él para el papel. Fue una gran suerte.
-¿Qué la impulsó a subvertir las expectativas asociadas al género de atracos?
Siempre imaginé que empezaría con este género que tendría una forma narrativa que yo seguiría como cineasta. De la misma manera que el personaje tiene un plan para este atraco y un plan que seguir, luego, a medida que las cosas se desarrollaran, me alejaría del género y la forma sería más abierta. No es que sea improvisada; sigue siendo algo formal, pero ya no se enmarcaría dentro de ese género en particular. Habría que descubrirla, de la misma manera que el personaje tiene que improvisar su vida a partir de ese momento. Así que no sé, por alguna razón me interesaba empezar de una manera y luego salir de ella.

-¿Cómo cree que influyó el cine estadounidense que se hizo en los años 70 en la forma en que los estadounidenses recuerdan esa época? ¿Cómo le interesaba confrontar eso en esta película?
En los años 70 tuvimos el Nuevo Hollywood, donde los directores, en su mayoría hombres –seamos sinceros–, se fijaron en el viejo cine de Hollywood y en el europeo y de género, e hicieron versiones menos románticas de él, con estos supuestos antihéroes como protagonista. Y, por supuesto, había tipos de película preciosos en aquella época, los que el director de fotografía con el que trabajo, Chris Blauvelt, intentó emular. Yo quería ser muy específica en que esto ocurre en el otoño de 1970. No es que todos lo sepan, pero esto es específico de esta región del noreste de Estados Unidos, que no es como el Central Park o San Francisco, ni como una ciudad más industrial. Todavía se mantiene una vida suburbana convencional.
-Como cineasta mujer e independiente, ¿qué es lo más difícil que enfrenta al desarrollar un nuevo proyecto?
Bueno, ahora que soy mayor, es un poco más fácil. Digo, los años 90 fueron bastante imposibles. Creo que para las mujeres cineastas, realmente fue difícil. Y creo que ahora mismo en general para todos es muy difícil crear un trabajo personal y contar historias pequeñas, porque es muy caro lanzar películas en el mundo. Compites frente a franquicias y grandes compañías. Pero espero que la puerta siga abierta. Hay muchos filmes independientes que se estrenarán este año, lo que es genial, porque creo que nos vendría bien un respiro de todo lo más comercial. Para serte honesta, en Estados Unidos ahora mismo todo se siente precario, incluyendo, por supuesto, todo lo relativo a la cultura. Es un momento extraño, por decir lo menos.

-¿Cómo se siente sobre el futuro de la exhibición de cine? ¿Hay razones para mantener el optimismo?
Es curioso. Es todo un reto ser optimista hoy en día, ¿verdad? Si vives en otro país, quizá aprendes a no dejarte llevar por lo que sucede a cada momento y que son cosas que están fuera de tu alcance o control. Me preocupa el estado del cine, pero me preocupa más el cambio climático y la democracia. Me preocupa que no haya gente detenida y desaparecida por agentes federales en una ciudad estadounidense. Hay algunas cosas que me preocupan más.
“Para los cines ha sido muy difícil después del Covid, pero también hay cierta resiliencia. O sea, justo antes del Covid todas las salas de cine de Nueva York estaban expandiéndose. Pero si vives en Nueva York no tienes el máximo conocimiento de lo que pasa; estás en una burbuja, por lo que no sabes realmente qué está pasando. Yo diría que a toda la zona central del país no le interesan mucho los filmes de cine de autor”.
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