Columna de Héctor Soto: “Las primeras señales”



Nada de lo ocurrido esta semana debería generar mayor extrañeza. La Convención Constituyente tuvo un inicio más o menos traumático, pero al día siguiente muchos celebraron con entusiasmo que la instancia ese día hubiera quedado instalada. Es como celebrar la compostura del invitado a la cena, porque no destruyó la cristalería del anfitrión. A qué viene tanta celebración, se pregunta uno, si hablamos del mínimo y precisamente de eso se trataba.

Vendrán muchos momentos críticos como el del domingo pasado. Y vendrán porque resulta bastante obvio que tanto dentro como fuera de la convención hay quienes están resueltamente interesados en que esta experiencia fracase. Por las razones que sean. Que se vaya al diablo porque el gobierno no puso desde el comienzo las condiciones materiales y tecnológicas mínimas para que los constituyentes realizaran su trabajo. Que la discusión se entrampe por la sucesiva incorporación de temas ajenos al cometido de elaborar un texto constitucional que interprete el sentir mayoritario del país. Que la presión por saltarse el quórum mínimo de los dos tercios en los acuerdos de fondo se vuelva incontenible. Que lo que no se pueda conseguir por la razón o por los votos se trate de conseguir, de hecho, por la violencia, sea en los plenarios o en las calles. Que los brotes de intolerancia que se observan en el discurso refundacional y rupturista, que ha sido el dominante hasta aquí, terminen alejando el trabajo de la convención, tanto en las formas como en el fondo, de las demandas y del sentir mayoritario de la ciudadanía.

Ciertamente, no ayuda que el trabajo de los convencionales tenga lugar en un contexto de altísima politización. En una semana se realizarán dos primarias legales. Posiblemente después venga otra pactada por el mundo de la centroizquierda. De ahí en adelante, el país ya entrará al ciclo electoral de la próxima legislatura y también de la campaña presidencial. La politización implica no solamente que la política tiende a desbordarse y a ocupar esferas de preocupación o actividad que funcionan con relativa autonomía. Implica, además, que todo se vuelve política, con lo cual la pugna por la captura del poder, o al menos de cuotas importantes de poder dentro de la convención, pasa a ser mucho más importante que las distintas preguntas o soluciones que pueda ofrecer el derecho público para los efectos de acordar una Carta Fundamental que sea razonable y duradera. Así las cosas, que nadie espere un rodaje especialmente fluido y productivo dentro de la convención en los próximos meses. La etapa más complicada debiera ser precisamente esta.

Si la izquierda -cualquiera sea el espectro de sensibilidades que este concepto convoque- no es capaz de autocontenerse o disciplinarse en las próximas semanas, la verdad es que dejará pasar una oportunidad que probablemente no vuelva a repetirse en la actual generación para demostrar que es capaz de ofrecer niveles mínimos de gobernabilidad a la sociedad chilena. A este respecto el sector sigue planteando profundas dudas. Por lo mismo, el dilema que tiene en este sentido es dramático. Hasta aquí la estrategia de los grupos más radicalizados ha sido saltar los torniquetes, pasar por encima de las prácticas aceptadas y copar con ánimo de saqueo las calles y las instituciones. Esa pulsión, que es la del furor del estallido y que es lo que la primera línea estuvo tratando por meses de mantener encendida, aquí ya no sirve. Ahora estamos ante una instancia que es de deliberación, ya no de mera presión instrumental, y sería inexcusable que el radicalismo político se la farreara. Pero hasta aquí todo indica que es lo que hará. Entre otras cosas, bueno, porque todo es política.

Nadie puede dimensionar hoy cuánto de la polarización y del obstruccionismo existente favorecerá o perjudicará a las candidaturas presidenciales, en especial en la izquierda. La de Jadue corre con amplísima ventaja frente a la de Boric, según las encuestas públicas. Por lo mismo, es difícil que el diputado pueda reequilibrar su posición. Sin embargo, si lo llegara a conseguir, será porque la estrategia del PC de estar y no estar por la vía institucional comienza a suponerle costos importantes a su abanderado. A estas alturas, tales ambigüedades son impresentables.

Al otro lado de la cancha, la derecha en la convención se siente tan acorralada e irrelevante que es muy poco el margen de acción que tiene ante sí. Bien o mal, el sector se la ha estado jugando básicamente por la unidad. Como testimonio, es impecable; como efectividad, cero. Así y todo, la centroderecha ahí está, a la expectativa de lo que pueda ocurrir. Y al hacerlo tiene sus razones, porque el escenario sigue estando abierto. Entre otras cosas, porque, tal como se han estado sucediendo los hechos, no sería la primera vez que una pugna se da vuelta no porque se derrote al adversario, sino porque el adversario se divide o simplemente sucumbe, como ha ocurrido tantas veces en la historia del populismo latinoamericano, a la irresistible tentación del caos.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.