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Narcofunerales y medios: ¿Dónde queda la ética periodística?

La cobertura mediática de los narcofunerales ha levantado una alerta ética en el ejercicio periodístico. “No podemos permitirnos romantizar a figuras que se enriquecen traficando sustancias que corroen los barrios más vulnerables del país”, advierte Leo Marcazzolo, académica de Periodismo de la Universidad Andrés Bello, quien reflexiona sobre el rol de los medios frente a estos fenómenos delictuales.

El pasado domingo 27 de abril, en la intersección de Valle de Azapa y la Calle Uno, en la población Pucará de Quilicura, fue asesinado Carlos Acevedo, alias el “Guatón Mutema”, un reconocido narcotraficante de 38 años. Acribillado con siete balazos mientras veía un partido de fútbol en la vía pública, Acevedo murió, se piensa, como tantos otros en ese mundo: en un ajuste de cuentas, aunque su familia lo niegue. Sin embargo, lo más impactante de este caso no fue su muerte, sino el modo en que fue despedido, y cómo la prensa cubrió su funeral.

La narrativa con que los medios de comunicación, especialmente la televisión, tratan estos eventos raya en lo surreal. Se anuncian medidas preventivas como si se tratara de la visita de una autoridad internacional o un espectáculo masivo: cierre de colegios, despliegue policial, cortes de tránsito y anillos de seguridad. La alcaldesa de la comuna incluso solicitó públicamente ayuda militar, anticipándose a posibles disturbios durante el funeral.

La carroza fúnebre, un Maserati blanco, circuló por las calles bajo la categoría de “funeral de alto riesgo”, como si estuviéramos ante una figura de trascendencia nacional. Y en cierto sentido, eso fue exactamente lo que transmitieron los matinales: una cobertura extensa, a ratos con tintes de espectáculo, como si se tratase de una elección presidencial o una final del campeonato de fútbol nacional.

Pero no lo era. No podemos permitirnos romantizar a figuras que se enriquecen traficando sustancias que corroen los barrios más vulnerables del país. El narcotráfico no es una actividad benéfica, es un negocio violento que desestructura comunidades, corrompe a jóvenes y contamina toda forma de tejido social. Lamentablemente, barrios históricamente emblemáticos de Santiago han sido golpeados por esta lógica.

Por eso, cuando la prensa cubre estos funerales dándole una narrativa con épica —hablando de “peces gordos”, de venganzas, de respeto ganado en la calle— lo que hace es normalizar lo inaceptable. Transforma lo patológico en cotidiano, y al hacerlo, cumple sin querer (o queriendo) un rol funcional al narco.

Es aquí donde el periodismo debe mirarse al espejo. La libertad de prensa no equivale a convertir la noticia en espectáculo. Informar no es amplificar sin contexto. La cobertura de fenómenos como los narcofunerales debe ser rigurosa, crítica y, por sobre todo, consciente de su impacto. No basta con reportar los hechos: es imprescindible preguntarse cómo se reportan y con qué propósito. ¿Estamos ayudando a comprender un fenómeno social complejo o estamos contribuyendo a su idealización? ¿Estamos promoviendo una reflexión profunda o simplemente normalizando la violencia?

La ética periodística exige distinguir entre lo informativo y lo espectacular, entre lo que debe ser reportado y lo que jamás debería ser glorificado. En este caso, lamentablemente, esa frontera parece haberse olvidado.

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