Entre 2007 y 2012, José Miguel de la Cerda -abogado y por instinto amante de la decoración- vivió en Nueva York, fábrica de estimulaciones y núcleo de ideas brillantes. Allí tuvo la oportunidad de abrir sus sentidos a cien, de experimentar y absorber información.

Cuando le preguntamos de dónde sacó ese exquisito gusto por la decoración, justo cuando estamos sentados en un hermoso sofá del living de su casa, nos responde de un modo tan natural que nos inspira. “Más que decoración, de la cual no sé nada, tengo más mente arquitectónica, y además tengo la suerte de haber crecido con varios de estos muebles… son ellos los que hablan, no yo. Por supuesto que tengo sentido de decoración, es una cosa más bien innata. Sin embargo, creo que vivir en Nueva York me ayudó mucho, porque cuando uno vive afuera y viaja, se pule el ojo, no porque lo de afuera sea necesariamente mejor, sino porque tú comparas, ves cosas distintas y estás con los sentidos abiertos. Cuando estás en Santiago, obviamente que es el lugar donde vives,

así que no estás pendiente, uno lo toma como algo que está nomás, da más por sentadas las cosas”.

Y así, simpático y acogedor, continuamos con la conversación. Es inevitable no quedarse encandilada con la decoración del lugar, una obra pulcra, ordenada, elegante, de un gusto tremendamente chic. El departamento es un inmueble de los años setenta, con buena altura de piso a techo. El departamento en sí, con un impecable parqué, se remodeló por completo. “Paralelamente a desempeñarme como abogado, me he dedicado a comprar departamentos y arreglarlos para luego venderlos. Este fue el primero que compré, pero quedó tan mal remodelado que nunca lo pude vender. Lo arrendé por muchos años, hasta que hace tres meses lo remodelé completamente de nuevo y decidí quedarme viviendo acá”, relata.

La remodelación consistió en botar todos los tabiques que formaban recovecos y la idea fue generar, en vez de varios espacios pequeños, pocos y todos grandes. Entonces de tres dormitorios y pieza y baño de servicio, el departamento pasó a tener dos dormitorios. “Puse climatización en todo el departamento, cosa que fuera muy cómodo para pasar el invierno y verano, pusimos muy buenas ventanas que aislaran del ruido; mi pieza da a Américo Vespucio y no se siente el bullicio. Lo más difícil de lograr fue que las ventanas fueran blancas por fuera, para seguir la línea del edificio, y negras por dentro. Porque el PVC si bien es muy buen aislante, es muy tosco, y blanco se habría visto feo”.

En esta casa se mezclan elementos de distintas etapas de la historia; enormes obras de arte de tiempos pasados, joyas originales de la época de los setenta, arte contemporáneo, y a modo de conclusión, todo de excelente calidad. Cuando los materiales son buenos y hay una manufactura adecuada, no se necesitan tantos adornos pues todo habla por sí mismo. “La gracia de esta casa es que yo no compré todo de una sola vez, todo es una mezcla, del tiempo, de la vida, de herencias… La gracia de una casa es que se vaya armando de a poco, y así ha sido en mi caso. Llevo solo tres meses y todavía le falta mucho. No tengo ninguna ansiedad por terminarlo rápido, porque la gracia es hacerlo con calma. Uno toma mejores decisiones. Cuando tienes todo pensado puede quedar fantástico, pero en general los espacios quedan un poco tiesos”, suma De la Cerda.

A simple vista destaca el mobiliario que heredó de su familia; él siempre se ha encargado de recuperar las cosas que estima que son mejores o que tienen algún tipo de valor. “A lo largo de los años me he preocupado de tener cosas que uno detecta que son buenas, mantenerlas; por otro lado, lo viejo es muy bueno, tiene la pátina del tiempo. Pasa lo mismo con las casas, las casas nuevas tienen ventajas pero a mi parecer no tienen onda, y es el tiempo lo que las hace especiales”, termina.