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Editorial

Semana del 04 al 11 de junio de 2011. 

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Hace algún tiempo, mientras construía una casa en la playa, me vi enfrentado al dilema de incluir una chimenea en el proyecto. El uso sería solo decorativo, ya que la casa tiene otro sistema de calefacción. Cada persona que la vio mientras se construía me hizo la misma pregunta: ¿Supongo que vas a ponerle chimenea?, finalmente decidí que no, no porque no me gusten, al contrario, me encantan el fuego, el ambiente que crean y la sensación única de estar al lado de algo vivo, es como observar las olas, uno puede pasar horas mirando el fuego sin aburrirse.

Pero tuve que tratar de ser consecuente; el placer de tenerla en ningún caso iba a aminorar el daño que produce prenderla, y aunque la echo de menos en invierno, es una decisión de la que me siento orgulloso y que creo ya no es cuestionable. Las chimeneas como las hemos conocido hasta ahora, abiertas, alimentadas por leña comprada en cualquier lugar, son algo inviable, no solo en Santiago, sino que en muchas otras ciudades de Chile.

Ver casas nuevas en las cuales aún se siguen proyectando, me da rabia, me sorprende, me dan ganas de decirle al dueño ¿qué grado de contaminación necesita para darse cuenta de lo irresponsable que es prenderlas? Sobre todo porque hoy existen sistemas mucho más eficientes de calefacción y con un claro espíritu verde: geotermia, biomasa, estufas de tiro balanceado, etcétera.

Porque el problema de contaminación que tenemos es enorme, complejo y todo lo que se haga para tratar de disminuirlo ayuda. Y no es de la ciudad, lejano, ajeno; es mío, y debo hacerme cargo. Así es que la próxima vez que quiera prender la chimenea de la casa, porque es rico y se ve bien, piénselo, no importa que afuera esté lloviendo.

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