Iluminación y tecnología, dos palabras que cada vez están más relacionadas y que inevitablemente seguirán fusionándose, con toda probabilidad, hasta transformarse en una. Por un lado, el arte de iluminar bien está cada día más relacionado con los equipos que se eligen, las fuentes de luz y con el cómo se programan. Ya en otras ediciones hemos hablado de esto y aún me sorprende ver proyectos de

arquitectura o interiorismo importantes en los que la iluminación se deja para la última etapa, casi como si fuera una especialidad exótica o decorativa. Incluirla desde un comienzo no solo evitará ‘picar’ sobre lo ya hecho, sino conseguir lo que realmente se quiere, y eso es fundamental al momento de iluminar, porque un espacio bien diseñado en términos lumínicos es una realidad por completo opuesta a uno que no lo está. Al momento de ingresar a un espacio bien resuelto, uno por lo general no dice “que bien iluminado”, y esa es la gracia, que no se note, que estar ahí sea agradable, pero que no se sepa el porqué, que en los espacios se puedan realizar las acciones para las cuales fueron diseñados, cómodamente, sin exceso ni falta de luz. Porque cuando se hace bien, todo se ve mejor, más teatral o clínico, o acogedor o frío.

En la parte tecnología hay un mundo infinito de posibilidades. Cada vez más los equipos dialogan entre ellos, se comunican, pudiendo de esa forma controlar e informar de lo que está pasando en la casa. También es una especialidad que hay que considerar desde el comienzo, al planificar un proyecto, pues lo que se quiera conseguir va a depender solo de la ambición creativa de cada uno, ya que los límites son pocos. A propósito de la muerte de Ray Bradbury, muchas de las cosas sobre las cuales él escribió y fueron consideradas ciencia ficción, hoy son tecnologías cotidianas para nosotros.

Si estos son temas que aún no los convencen, partamos por poner un dimmer en el comedor, porque, créanme, a veces no queremos ver tanto.