Editorial


Parece que definitivamente el invierno pasó de largo, lluvias concentradas algunos días y sería todo lo que tuvimos de agua. Teníamos pauteado subir a la nieve ya que la temporada debería estar en pleno, pero pestañeamos y la nieve desapareció; igual lo hicimos y a pesar del mínimo blanco, el aire puro y la cordillera despejada se agradecen. Visitamos Portillo, el hotel de montaña por definición, que fiel a sus orígenes se ha mantenido como un gran refugio, ahora con algunas actualizaciones para adecuarlo a los tiempos, pero siempre en su look simple y acogedor.
Ya en la ciudad, decidimos homenajear a Perú, porque este fin de semana está de fiesta, celebra su independencia. Qué mejor manera que recorriendo la residencia de la Embajada del Perú, uno de los grandes ejemplos de la arquitectura de Jaime Sanfuentes; moderno como pocos, su obra marcó una época en la arquitectura chilena, trabajó siempre desde la geometría, la fluidez de los espacios y los límites difusos entre el exterior y el interior.

Esta casa en particular ha sido la residencia de los embajadores del Perú por muchos años ya; la sucesión de salones, la altura de los mismos, el jardín y el uso de materiales como piedra y madera le han servido de marco a una decoración de calidad, en gran parte por el aporte de cada embajador.
Celebremos con ellos lo mucho que como país nos ha aportado, desde su influencia culinaria, que nos ha sofisticado el gusto, hasta sus textiles y objetos contemporáneos, de los cuales aún podemos aprender mucho, como industria que se exporta y marca pauta afuera, no en vano Jonathan Adler desarrolla gran parte de sus colecciones con artesanos peruanos.
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