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La luces y sombras según Carlos Rivera

Sin bocetos previos y teniendo como única herramienta un cuchillo cartonero, el artista Carlos Rivera construye imágenes a partir de la suma y resta de papeles adhesivos, que luego ilumina en su reverso, dejando al descubierto un juego de luces y sombras. ¿Cómo desde la luz se puede representar la oscuridad? Esa es la paradoja que intenta resolver el artista en "SOMBRAS", la muestra que presenta hasta mediados de septiembre en Galería AFA.

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Fósforos chuecos, deformes, dispuestos uno al lado del otro como un ejercicio de distinción respecto a las cerillas derechas, firmes, sin fallas de producción, listas para ser frotadas contra la superficie rugosa de su caja y encenderse. Así es una de las obras que presenta el artista Carlos Rivera -30, Universidad Arcis- en “SOMBRAS”, su primera muestra individual. “Revisé seis mil cajas de fósforos de la misma marca e hice este gran censo, donde aparecen estas fallas que yo no las entiendo como tal, sino que como diferencias. Tiene muchas lecturas. Si uno quisiera podría hacer una aproximación entre ellos y la idea de siluetas en mi obra. Se podrían identificar como personas, todas con diferencias, a veces unas mayores que otras, pero invisibles al fin entre tanta saturación que entrega la ciudad”, explica.

Simple y precaria, la obra funciona también como metáfora sobre lo que ha venido trabajando desde hace años: la luz y su opuesto, la sombra. Rivera elabora imágenes con masking tape a través de un fino trabajo con cuchillo cartonero, que luego ilumina por su reverso. Los distintos niveles de opacidad dados por las capas superpuestas de cinta adhesiva generan así zonas más oscuras o penetrables a la luz, y dan forma a una suerte de cuadro lumínico. “Cuando me preguntan qué es lo que hago, digo siempre que pinto. Para mí es un trabajo igual que la pintura, un trabajo por capas que partí haciendo sobre telas, y que ahora he derivado a hacer más sobre acrílico o policarbonato”, aclara.

Siempre interesado en la urbe y sus problemáticas, las siluetas de personas y de algunos pocos elementos arquitectónicos son característicos en su obra. La paleta cromática limitada le ayuda a simplificar aun más la información visual que entrega al espectador: el blanco toma protagonismo, hasta casi volver el vacío como paisaje. “El blanco funciona como fondo todo el tiempo, eso me gusta mucho de la pintura oriental. Cuando niño te enseñan a pintar el cielo celeste, y es agotador. Esto es al revés y es como una ley que sigo en mi trabajo: trato siempre de simplificar, no saturar. Me atrae la idea del silencio, de no dar tanta información. Ya no necesito ir al pliegue de la camisa como alguna vez lo hice. Por eso, creo, me gusta la idea de la sombra: es algo muy simple, que está muy presente, pero que pareciera que no lo observamos, porque es tan natural que se invisibiliza”.

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En tu obra se puede ver que los personajes de alguna forma convergen en un entorno de violencia: hay personas cayendo al vacío, encapuchados en marchas o, incluso, alguna vez hablaste del ‘caso bombas’ en una de ellas. Sí, pero no lo materializo de forma tan literal, me interesa que el espectador pueda generar sus propias reflexiones. Doy pistas, pero finalmente la obra la construye la persona. Antes, algunas veces, trabajé con archivos de prensa, y el recorrido era mucho más corto: uno miraba al encapuchado en la Alameda y no había más que interpretar. Ahora no, intento generar más posibles espacios de especulación.

Podría pensarse que el hecho de que utilices masking tape y cuchillo cartonero también lleva intrínseco algo de violencia, ¿no? Puedo generar algo muy amable a la vista, pero lo cierto es que trabajo con cortes, es decir, hay incisiones; por más sutil o delicado que sea, siempre hay cuchillos. Por otro lado, el masking tape desde su aspecto más formal es muy precario, muy cotidiano, pero también es muy nada, a nadie le importa. Creo que igual es violento el gesto mismo de trabajo y su materialidad. A veces termino de pintar y tengo las manos con sangre, me corto todo el tiempo porque trabajo con el tip-top como si fuera un lápiz, pero me gusta.

El hecho de que utilices colores sepia da la idea de nostalgia también, y hace sentido con tu interés en los primeros mecanismos del cine.

Sí, me interesa mucho la idea de animación, de ser una especie de artesano de la imagen en movimiento. Me gusta la idea de movimiento aparente: estas siluetas, si bien no se están moviendo, dan la sensación de un recorrido, hay un cinetismo que es muy aparente. La fotografía es uno de los primeros antecedentes del cine y es algo que está en mi obra.

De alguna forma has creado un género propio de animación, ¿cómo dirías que es posible dirigir la mirada hacia ciertos sitios de oscuridad en el paisaje urbano? La obra tiene momentos de luminosidad, pero cuando se apaga, queda su huella y aparecen todos estos detalles que uno no podía observar, porque la luz limpia todo el tiempo. Limpia y encandila: te vuelve ciego. Esa es la metáfora: todo el tiempo esta ciudad es hipervisual, está hiperiluminada, llena de publicidad que no nos permite ver nada. Y en eso hago una relación directa con la obra de Alfredo Jaar como “El lamento de las imágenes”, que hace una reflexión de cómo el exceso de luz, el exceso de información no nos permite ver nada, y se transforma en oscuridad. Eso es lo que me interesa.  Esos son los ruidos que observo.

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