Un siglo de buena arquitectura
93 años de prolífica existencia cumple el 15 de agosto Fernando Castillo Velasco, uno de los grandes que ha visto nuestro país. Su obra y perspectiva son la inspiración de las nuevas generaciones. Conversamos con él sobre su gran pasión, la arquitectura, y de paso nos adelantó sus más recientes proyectos, demostrando una vez más el porqué de su talento y vocación.
Desde el ventanal que da a su oficina se asoma un viejo nogal, uno que creció junto a Fernando, pues toda la vida ha vivido en esta misma cuadra en La Reina. Al mirarlo, recuerda que cuando niño jugaba a construir casas en el árbol, soñando algún día ser arquitecto. Y así fue, y no ha dejado de serlo ni un solo minuto. Hoy, a dos días de cumplir 93 años, sigue desarrollando proyectos, su mente está clara y sus ojos brillan cuando habla de arquitectura.
Testigo y artífice de grandes obras del siglo XX, Fernando Castillo Velasco sigue marcando la historia. Su labor como rector de la UC, alcalde de La Reina, intendente de Santiago y, sobre todo, como uno de los grandes arquitectos de Chile, es el reflejo de un inquieto personaje de profunda vocación y una generosa manera de enfrentar los proyectos. Unos que hoy inspiran a las nuevas generaciones y son estudiados en las universidades, tratando de entender cómo se ejercía y pensaba en otros tiempos esta disciplina.
Su sello está dado por la relación entre lo colectivo y lo privado, el concepto de integración de lo comunitario y de la importancia de considerar el entorno y la sociedad a la hora de pensar construir un proyecto. De ahí la autoría de más de 50 comunidades como Quinta Michita, Los Naranjos y de algunas de las obras más emblemáticas del patrimonio arquitectónico moderno de Chile: las Torres de Tajamar y la Unidad Vecinal Villa Portales, que realizó junto a la oficina B.V.C.H. (Bresciani, Valdés, Castillo, Huidobro) en los albores de los 60. Esta última es sin duda una notable interpretación del pensamiento moderno que inspiró a este arquitecto, y significó un cambio de paradigma en la forma de hacer arquitectura, al prevalecer lo colectivo a través de un programa urbanístico que aprovechó el uso de espacios públicos y de la vida de barrio, dignificando el habitar de sus usuarios.
"Siendo arquitecto me vino la ambición de hacer realidad lo que se pedía, porque con este mensaje Jorge nos quiso decir, ustedes los arquitectos tienen que pensar el mundo, no pueden pensar solo en una casa, sino en la sociedad entera".
Hoy, cincuenta años después, trabaja junto a su equipo integrado también por su hijo Cristián Castillo y está desarrollando nuevas obras siguiendo siempre el concepto de comunidades. Con plano en mano comenta entusiasmado una de las últimas. "Esta es la comunidad Mirador de Los Almendros, en Huechuraba, en los faldeos de la Ciudad Empresarial. Está emplazada en la ladera de un cerro pronunciado, y normalmente, cuando se construye en un cerro, se hace un corte para hacer la calle, pero aquí en vez de cortarlo hicimos un muro arriba, y así las casas caen hacia abajo y no pierden la vista del paisaje, que es muy lindo", explica, agregando que también está construyendo el municipio de la comuna de La Higuera, otra comunidad en calle Carlos Ossandón y un colegio en Renca, entre otros.
Premio Nacional de Arquitectura, fue galardonado el 2008 con el Premio Bicentenario por su aporte humano y profesional a la nación. Desde su casa nos habla de lo que mejor sabe hacer.
¿Cómo debe pensarse la arquitectura?
La arquitectura sola no es capaz de dar la felicidad, tiene que ser la arquitectura con su sociedad. La forma de enseñar arquitectura cambió radicalmente; yo recuerdo en segundo año, cuando el profesor Jorge Aguirre Silva nos dijo: "Tienen que hacer en este terreno una ciudad de 200 mil habitantes", en ese momento a mí se me iluminó la vida. Siendo arquitecto me vino la ambición de hacer realidad lo que se pedía, porque con este mensaje Jorge nos quiso decir, ustedes los arquitectos tienen que pensar el mundo, no pueden pensar solo en una casa, sino en la sociedad entera.
De acuerdo a esto, entonces,
¿cómo se está desarrollando la arquitectura con los cambios de la sociedad actual?
Antiguamente se velaba mucho por los intereses de todos, más que por los interéses de uno solo. Ahora la gente pide su terreno propio, es mucho más individualista.
La sociedad ha perdido los valores culturales que tenía. Antes, cuando yo hacia las comunidades, la gente nunca objetaba que yo les planteara que cada uno debía vivir en lo mínimo posible de terreno, porque el terreno que importaba era el terreno común. Donde van a jugar los niños, donde van a tener una piscina, porque hacer una piscina sola es lo más aburrido que hay, una piscina colectiva se transforma en una cosa muy entretenida, y así desde este ejemplo, hasta económica, social y culturalmente, todo es mejor cuando es colectivo, social y no individual.
El prevalecer de lo colectivo.
La Unidad Vecinal Villa Portales sin duda marcó un hito en la ciudad, no solo por sus dimensiones sino por cómo se plantearon los espacios públicos y privados, privilegiando la interacción entre vecinos.
¿Cómo es ser arquitecto hoy y cómo era ayer? El ser arquitecto hoy está reducido a una mínima expresión. Es un dibujante de una empresa constructora que le manda a hacer las cosas y no lo deja pensar, soñar, ni interpretar. Cuando nos dijeron hagan la Villa Portales, nos dijeron hagan todo, nadie se opuso y nadie dejó de participar en crear una obra que daba nuevas oportunidades de convivencia social. Pero ya no existe una sociedad que impulse estas cosas, son solo iniciativas individuales, y los arquitectos no miran para el lado a ver dónde va a poner su obra.
El arquitecto de hoy quiere hacer su monumento, que no lo crea sino que lo copia y lo importa. Una casa no puede ser una casa puesta sola en el suelo, una casa tiene que ser y estar en relación con todo lo que acontece alrededor.
¿Dónde ve la problemática de las ciudades de hoy? Frecuentemente las ciudades nacen y se desarrollan para contener los espacios requeridos, para crear las condiciones necesarias para habitar y trabajar. Al crecer, anexan nuevas áreas de tierra para expandir los servicios urbanos básicos que prestan a quienes se incorporan a ese hábitat específico. Desgraciadamente, en aras de la rentabilidad, postergan o dejan definitivamente de lado los restantes equipamientos que toda ciudad debe contener, provocando un desequilibrio entre la cantidad de habitantes y los servicios que debiera entregar en forma equitativa a toda su población.
¿Quiénes considera usted son los grandes arquitectos de este país, podría mencionar alguno? Enrique Browne y Germán del Sol, como los intérpretes más sensibles de los sueños y anhelos más cultos de nuestra población; Cristián Fernández E., como la nueva aurora de los espacios libres en los centros de las ciudades; José Cruz, como dueño y señor del paisaje cordillerano; Eduardo San Martín y Gastón Pascal, como maestros para diseñar y hacer; Juan Sabbagh, para hacer entrar y salir el aire de las telúricas formas casi monumentales; Sebastián Irarrázaval; la oficina Izquierdo y Lehmann, y Mathias Klotz y Gonzalo Mardones, como abridores de las puertas de nuestra futura arquitectura, sencilla y poética; Humberto Eliash y Joaquín Velasco, cuyas obras han estado frente a mis ojos en este último tiempo al vagar por esta y otras ciudades, pero son, por tanto, una selección excluyente de otras muchas de gran valor arquitectónico, que en este momento no retengo en mi retina.
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