Histórico

Bye Bye Blackbird...

la moneda

Preparémonos para un posible adiós al período de exaltación nacional y guerra civil generacional que nos ha embargado los últimos cuatro años. Preparémonos para no saber más de evaluaciones de la gestión de la administración pública celebrados por una empresa cuyos ex dueños son examinados por la Contraloría y cuyas oficinas son inubicables, pero que, desde la clandestinidad domiciliaria, nos comunica con júbilo haber un 100% de exitoso mejoramiento. Preparémonos para no oír más a doña Narváez culpando a Piñera de "aprovechamiento político". Preparémonos para que todo eso sea reemplazado, Dios mediante, por un quehacer siquiera medianamente inteligente. Y desde luego, preparémonos para despedirnos del frenesí de los termocéfalos porque su momento está pasando. Aun en el Frente Amplio la pleamar de entusiasmo púber que pretendía redimir la galaxia se repliega poco a poco. Los más listos de dicho sector se han dado cuenta -y lo han dicho- que las mejillas sonrosadas no son una virtud ni menos una recomendación.

En efecto, si las encuestas reflejan la realidad se diría que terminan ya los tiempos cuando el éxtasis político-psicótico era droga de consumo masivo. Fue una época que será recordada por sus marchas incesantes, pretenciosos y vacíos eslóganes coreados por dos tercios del país, una increíble glorificación de los colegiales, un esperarse la salvación de las "caras nuevas" y finalmente el imperio estético de Camila Vallejo, hoy ex reina de la primavera del progresismo. En ese clima se apoyaban los altos ratings de madame Bachelet y de esa sustancia anímica brotaba también el jolgorio con que se miraba el apaleo mediático y jurídico de los empresarios, así como finalmente, en el crepúsculo de dicha fase, de ahí vino la onda de energía alimentando el fugitivo entusiasmo -hoy en trances de dilapidarse- por la llegada meteórica del acogedor y socarrón Alejandro Guillier.

Tanta épica diaria cansa, pero además desentonaba; los versos eran y son pésimos y por todo eso se está desvaneciendo. El voluntarismo mitad histérico y mitad histórico aportado por infantes en un lado y ancianos en su segunda infancia por el otro, viejos tercios que no han podido desprenderse de su pasado, llegó a su fecha de expiración; al menos para la población en general el péndulo terminó su recorrido hacia la izquierda, se detuvo y comienza su viaje hacia el otro extremo, el de la "derecha", el del modelo neoliberal, el del sentido común.

La Canción del Adiós

Pese a eso no será fácil desprenderse de la pegajosa crema pastelera cocinada durante años a base de altiva pretensión moral, buenas intenciones y malas elucubraciones. Los revolucionarios de sofá mirarán con nostalgia el período que se va y hasta les parecerá un paraíso perdido… una vez más. Para otros el salir del hechizo será como el trauma que provoca emerger de una disco a la implacable luz del amanecer y al trino majadero de los pájaros madrugadores. Ahí es donde y cuando entra la canción Bye Bye Blackbird. La recomiendo fervorosamente a los lectores. Fue compuesta en 1926 y pese a su tranquilo optimismo no logró ser un inmediato hit, pero terminaría siéndolo a partir de 1929, en los años oscuros de la depresión. Siempre es bueno oír a alguien decirnos que se pueden encerrar los pesares en la maleta e irnos a otro territorio. Es curioso, pero es preciso animarse hasta para abandonar las malas rutinas y las desgracias. Dicho sea de paso, la canción tiene una historia muy curiosa; fue usada por los nazis con letra ad hoc para desmoralizar a las tropas aliadas para luego, en otra voltereta sufrida durante los años 60, ser adaptada por los supremacistas blancos para reírse del movimiento de los Derechos Civiles. Más tarde dos de los Beatles la usaron en sus respectivos álbumes, Ringo Starr para Sentimental Journey de 1970 y Paul McCartney para su CD Kisses on the Bottom del 2012. Ahora la vieja y venerable torta, aun sabrosa y comestible, nos viene al pelo para despedir con buen ánimo y templada confianza un período de malos resultados en todo orden de cosas, pero además, por añadidura, trepado primero a una arrogancia monumental, ahora último a un caradurismo digno de tahúres y siempre, de principio a fin, a lomos de una pedantería y soberbia en virtud de la cual incluso hemos visto y oído, con pasmo, a escolares de 14 años dando cátedra en materia económica, política, ambiental, ética y hasta de cálculo tensorial.

Hay, en la dinámica de los sistemas sociales, fuerzas más poderosas que intenciones y cálculos electorales; normalmente son cambios en las percepciones y actitudes produciéndose en millones de individuos, pero de uno en uno, sin presencia ni estruendo colectivo notorio.

Comezón e impaciencia

La fiesta ya termina; fue intensa pero ruinosa y llegó el momento de recoger los platos rotos y poner orden. Los tratadistas del futuro quizás sean perdonadores y dirán que la psiquis nacional necesitaba el desparramo. Después de 20 años de Concertación el país se moría de aburrimiento. Los cabros "no estaban ni ahí" y también en los adultos empezó a desarrollarse esa comezón e intolerable impaciencia que produce un período demasiado largo con más o menos de lo mismo en el menú de cada día y de cada año. Fue cuando los carcamales de la izquierda, estando el país sólido y en paz, comenzaron a soñar con el Segundo Advenimiento para poner de una buena vez en ejecución sus utopías de la adolescencia; los adolescentes, por su parte, quisieron experimentar cómo es eso de ser adultos y a la pasada salvar la nación; los "teóricos" del progresismo se hicieron tiempo para mamarse un esperpéntico tratado publicado por la Unicef o algo parecido en el cual creyeron ver la profecía del inminente apocalipsis; los partidos de la Concertación, aquejados de severa artritis, imaginaron posible resucitar al muerto con más de lo mismo o más bien más de la misma, la señora Bachelet; en breve, cada quien se desperezó y agitó y reacomodó dando por seguro lo que nunca lo es, el orden y el crecimiento, la casa bien puesta, cocina y baño funcionando, techo y parqué en buen estado.

Las placas tectónicas

Pero, ¿ocurrirá dicha despedida? Es bastante posible. No hace mucho hablamos de deslizamientos tan poderosos pero invisibles como los de las placas tectónicas. Desde entonces a la fecha no hemos sino comprobado que el proceso continúa a incrementada velocidad. Bajo las resquebrajadas capas institucionales de los partidos, los cuales pactan, subscriben, deciden y prescriben como si manejaran ejércitos de autómatas, subterráneas corrientes cambian de lugar las preferencias y los futuros votos. Una frase se lee -me dicen- en las redes sociales y se oye con cada vez más frecuencia en todas partes. Es la siguiente: "Nunca he votado por la derecha, pero...".

¿Y qué sucede si eso no ocurre? ¿Si Guillier se corona presidente gracias al apoyo de toda la izquierda unida en un supremo esfuerzo de disciplina y sacrificio, gracias al instinto de supervivencia de quienes dan bote en el mundo privado, a los paquetes de tallarines repartidos al por mayor, a una enésima exhumación de muertos célebres para reavivar la causa y a todo lo que sea necesario? En ese caso es posible, bastante posible, que su retórica acerca de profundizar los cambios y continuar con el "legado" de Bachelet no sea sino eso, retórica en período de campaña para mantener a su lado a los soñadores irredimibles con derecho a voto. Siendo aceptablemente inteligente y leído, Guillier sabe mejor que sus jefes de campaña, voceros, ayudistas y lugartenientes que el país no aguantaría otro lapso de parálisis económica y despelote callejero infructuoso, conflicto social y luchas culturales que importan a media docena de ONG, a sus activistas y a sus acólitos, pero a nadie más.

Hay, en la dinámica de los sistemas sociales, fuerzas más poderosas que intenciones y cálculos electorales; normalmente son cambios en las percepciones y actitudes produciéndose en millones de individuos, PERO de uno en uno, sin presencia ni estruendo colectivo notorio. No sólo en Chile, sino en otros países adictos al intermitente progresismo que se asoma en estas latitudes cada 30 años están más o menos en lo mismo, en el despertar. Es la reversa del tsunami y -casi– tan poderoso como aquél.

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