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Crítica de cine: Cars 2

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Cars 2 llega a las pantallas con un mal precedente de su reciente estreno en Estados Unidos. Ha sido sindicada como la peor película de Pixar desde... la primera Cars (2006). Lo curioso del asunto es que ambas películas son las pocas que ha elegido dirigir el mismísimo John Lasseter, fundador de la compañía y que antes había creado las bases del estilo Pixar como director de Toy story, Toy story 2 y Bichos.

Hay varias especulaciones que pueden hacerse a partir de esta información. La primera es que el jefe de la compañía es un buen jefe, pero quizás no el mejor director. La segunda es que el jefe esté obsesionado con una franquicia (la de los autitos con ojos que hablan entre ellos), y que esa idea se lleva más allá de lo que indique el pragmatismo. Pero puede que ambas especulaciones poco tengan que ver con la realidad. Quizás para comprobarlo sea bueno recordar las otras películas de la compañía.

Si hay algo que distingue a las películas de Pixar de otras productoras está en la contención emotiva de sus guiones construida a partir de sus personajes. Ya sean juguetes/entidades a punto de ser olvidados (Toy story, Monsters Inc, Wall-E), o adultos obligados por sus afectos a renunciar a sus sueños de juventud (Up, Los Increíbles, Buscando a Nemo) hay algo intensamente nostálgico en las historias que elige Pixar para filmar. En lo profundo, siempre hay algo perdido (o a punto de perderse) que merece ser recuperado (o, por lo menos, revalorizado) para volver a vivir. La secuencia final de Anton Ego en Ratatouille es quizás la que mejor resume esa vuelta a los orígenes: siempre seremos lo que alguna vez fuimos, y en esa memoria reside la nobleza de sus personajes. 

En la primera Cars, esa nobleza la encarnaba Doc Hudson, el viejo auto que alguna vez había ganado una carrera, pero había tenido que retirarse por un accidente y ahora era empujado a las pistas nuevamente por el joven Rayo McQueen. Que la voz original de Doc Hudson fuera Paul Newman y que la trama recordara en parte El color del dinero de Martin Scorsese (protagonizada por el mismo Newman) no solo era una anotación cinéfila de buena estirpe: era parte de la constante mecánica de guiños y citas que hace Pixar a la mejor tradición del cine norteamericano.

En esta segunda Cars no hay Doc, pero lo que sí hay son muchas carreras por el mundo (Japón, Francia, Italia, Inglaterra) en un contexto de espionaje industrial en la que un astuto auto espía inglés constantemente cree que el torpe camión Mate es un agente norteamericano que puede ayudarlo a resolver una conspiración que pretende acabar con un nuevo combustible ecológico que organiza las carreras. Es verdad que la trama tiene demasiados elementos, y poco tiene que ver con la tradición pixariana más clásica, pero lo interesante es que lo intensamente nostálgico no está ahora en los personajes ni en la trama, sino que en recuperar un espacio cinematográfico que ya parece haber desaparecido: el de las películas de carreras de auto, donde la velocidad es la verdadera meta y el vértigo de las curvas es la manifestación de la confusión interna de los personajes (McQueen cuestiona la lealtad de su amigo Mate). Pero también, y esto es más interesante, es la nostalgia por un mundo donde EEUU admiraba el carácter de las demás ciudades del mundo, y no pretendía que se parecieran a sí mismo. Es curiosamente una película respetuosa y admiradora de la diferencia estética y cultural y eso, en el homogenizante escenario del cine actual, no deja de ser un mérito. Quizás es temprano para apostar por un nuevo camino par Pixar, pero claramente están explorando nuevos territorios, con el corazón bien puesto en el mismo lugar.

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