El ascensorista de las cuatro décadas
Juan Fuentealba lleva 40 años en el mismo edificio del centro. Ahí ha subido y bajado a generaciones completas de abogados.
No es de aquellos oficios que sufran demasiados cambios. De hecho, si se le pregunta a Juan Fuentealba (58) por los que haya visto pasar en cuatro décadas, la respuesta es clara: "Ninguno. Si no fuera porque a los abogados jóvenes que trabajan hoy aquí los conozco desde chicos, no habría visto mayor cambio".
El ascensor que "maneja" Juan está en el edificio Comunidad Pacífico, inaugurado en 1952, ubicado en Huérfanos con Bandera, y que completa las 500 oficinas.
A pesar de la ausencia de luz natural, la escasa ventilación y lo reducido del espacio, Juan aprieta botones con la mejor disposición. Lo hace de lunes a viernes, 10 horas al día.
Durante los cortos viajes de subida o bajada, Juan escucha las conversaciones de los abogados y dice que puede sentir su tensión cuando se acerca un fallo. Entre piso y piso, se ha enterado antes que nadie de algunas importantes resoluciones judiciales, como la que en 2002 cerró sin culpables el caso por el asesinato de Alice Meyer y que terminó por dejar en libertad al empresario Mario Santander Infante. El fallecido abogado del caso, Sergio Miranda Carrington, trabajaba en su edificio.
Que no haya grandes variaciones en el día no quiere decir que Juan no tenga historias que contar. Desde que llegó a trabajar ahí, a los 13 años, ha visto a personalidades como Gabriel González Videla, Radomiro Tomic, Salvador Allende, Gladys Marín y Ricardo Lagos.
Desde su acotado espacio, también, ha visto cambiar las épocas. Recuerda una vez, en plenos años 80, cuando cerca de la una de la tarde se subió a su ascensor un abogado pasado de copas. "Le hizo una zancadilla a otro pasajero y yo me indigné. Como lo hice bajarse en el piso 7, me golpeó y ahí estuvimos largo rato peleándonos mientras el ascensor subía y bajaba. Cuando por fin llegamos al primer piso, estaba un militar. Eran los años de la dictadura...", dice Juan, dando a entender que la violencia estaba latente en todos lados.
Hoy nadie se trenza a golpes, pero no quiere decir que no sigan sucediendo fenómenos extremos. "Hay varias parejas que quieren hacer realidad acá sus fantasías sexuales. Hacer maldades. Me han pedido prestado este espacio, pero yo he dicho que no. El de al lado se usa para eso, porque funciona solo", ríe.
El año que llegó a trabajar, Juan era un niño y fantaseaba. "Imaginaba que yo pilotaba un avión", cuenta. Cinco años después firmó el contrato de trabajo, el que dura hasta hoy. "Nunca me imaginé que iba a hacer de esto mi futuro. Ha sido bien beneficioso. Yo realmente amo mi trabajo. Creo, incluso, que más que todos los abogados que trabajan acá", dice este personaje, cuya historia está descrita en el libro Historias con oficio, del periodista Mario Cavalla y el fotógrafo Richard Salgado.
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