Los dos invictos de Salfate
Hoy se cumplen 75 años del día en que Colo Colo se convirtió en el último campeón invicto del fútbol chileno. Ésta es la historia de un año, 1941, un premonitorio bautismo y un jugador de leyenda.

Sucedió al término de un partido de fútbol. Faltaban sólo algunas fechas para la conclusión del torneo nacional de 1941 cuando Santiago Salfate ingresó al camarín de Colo Colo para comunicar algo a sus compañeros. Todos lo escucharon con atención, pues el que hablaba era el capitán. Pero lo que hizo no fue, en rigor, un anuncio, sino una declaración de intenciones. Aquella tarde de primavera de 1941, Salfate prometió dos cosas; que el equipo terminaría proclamándose campeón sin claudicar ante ningún adversario y que aquel invicto tendría vida propia. No faltó a ninguna de sus promesas.
La primera se hizo realidad el 19 de octubre de 1941, con el nacimiento de su primer hijo varón, bautizado, de manera intencionadamente premonitoria, como Santiago Invicto Salfate Orlandini. 20 días más tarde, el 8 de noviembre, el círculo se cerró. A Colo Colo no le hizo falta siquiera jugar su último partido ante Badminton para coronarse campeón de manera invicta. Era la tercera vez que sucedía en el fútbol chileno. Magallanes, en 1933, y el propio Colo Colo, en el 37, ya lo habían logrado antes. Pero nadie ha vuelto a conseguirlo después.
"La historia es que mi padre, en el camarín, después de un partido, dijo: 'Va a nacer mi hijo, va a ser hombre y nosotros vamos a ser campeones invictos'. Y en ese tiempo no se podía saber si iba a ser hombre o mujer, pero él dijo: Se va a llamar Santiago Invicto", rememora, 75 años después de aquel curioso episodio, el hijo del recordado jugador, convertido hoy en el entrañable bisabuelo que lleva guardada la gesta en su nombre de pila.
La ocurrencia de Salfate, un futbolista nacido en Iquique el 12 de enero de 1916. Un jugador con un talento tan especial para el balompié que le permitió firmar, según cuenta la leyenda, 14 contratos amateur con 14 clubes distintos el mismo día: su último equipo, el Alessandri Boca Juniors, desapareció a consecuencia de los malos resultados; el resto de los clubes integrantes de la asociación se interesaron inmediatamente en hacerse con sus servicios y el joven zaguero, creyendo que firmaba autógrafos, terminó dándole el "sí, quiero" a todos ellos. Corría el año 1936 en el Norte Grande. Faltaban apenas dos para que Salfate comenzase a escribir su lengendaria historia en Colo Colo.

Así recuerda hoy su hijo Santiago Invicto, sentado en un confortable sillón de su casa de Vitacura, el arribo del central al cuadro albo: "Vino a un campeonato nacional acá a Santiago, en el que Iquique salió campeón, entiendo, y se interesaron Audax Italiano y Colo Colo por él. Y mi padre, como le fueron a ofrecer y era un chico de provincia de una ciudad muy alejada, estaba tan contento que le dijo que bueno a los dos. Y creó ahí un conflicto importante, pero finalmente terminó siendo jugador de Colo Colo", rememora, riendo, el primogénito varón. Salfate había vuelto a hacerlo.
Durante los siete años que vistió la camiseta del Cacique (del que es considerado uno de sus más tempranos ídolos), el zaguero se proclamó campeón de Primera División en tres ocasiones. Pero ninguna otra temporada fue como la del 41. Aquel Colo Colo, dirigido desde la banca por el húgaro Francisco Platko, no sólo arrolló en la cancha a todos sus rivales, sino que lo hizo con un fútbol vistoso y con una disposición táctica revolucionaria para la época, implementando por primera vez en Chile el sistema WM y reconvirtiendo a uno de sus jugadores (José Pastene) en un tercer defensor, una especie de marcador central conocido entonces como half policía. Y la novedosa apuesta funcionó.
Salfate disputó los 17 encuentros de aquel torneo, lució la jineta de capitán y disfrutó como nunca. Él también era un futbolista diferente. "Yo de repente trato de hacer una comparación y me da la impresión de que mi padre jugaba como Barroso. Pero también recuerdo que sacaba siempre las pelotas de taco, de taquito, que tenía un tiro libre estupendo y que era un tipo muy conocido en aquella época. Cuando salían por el túnel, la gente miraba y decía: Viene Salfate o no viene Salfate".
Al hablar de su padre, que vivió largas temporadas lejos del núcleo familiar por motivos laborales, pero que "a pesar de la lejanía, siempre estuvo presente", a Santiago Invicto se le nubla la mirada. Pero nunca los recuerdos. "Mi papá fue entrenador de Green Cross (equipo con el que fue campeón como jugador en 1945) en los últimos años que estuvo en Primera. Y después entrenó a Coquimbo Unido en el ascenso. Cuando dejó de dedicarse al fútbol, empezó a trabajar en una empresa que fabricaba peines textiles", evoca el hombre de 75 años, futbolista en su juventud -"aunque nunca eximio", dice-.
Invicto fue compañero en la cuarta especial de Green Cross de algunos de los hombres que perdieron la vida en la catástrofe aérea del 61. También colocolino de corazón por herencia paterna, odontólogo de profesión y portador de un nombre que de pequeño le avergonzaba y del que ahora presume: "Mi señora siempre cuenta que cuando nos casamos yo escondía el carné para que no supiera que me llamaba Invicto, pero ahora lo encuentro como un honor", confiesa. "Por un lado, me gustaría que no hubiera otro invicto, pero por otro, como soy colocolino, quisiera que hubiera una nueva vez", añade.
De haber seguido con vida, Santiago Salfate habría cumplido 100 años en 2016, pero el 24 de septiembre de 2010, exactamente un día después del deceso de Fernando Riera, la muerte vino a buscarlo. Sus invictos, sin embargo, los dos, todavía perduran.
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