Columna de Rodrigo Bustos: Estética y ética policial



El estreno de un nuevo uniforme operativo para los servicios preventivos de Carabineros ha generado un amplio debate en torno a cuáles podrían ser los efectos de la nueva estética en la apreciación del público, pero muy poco se ha discutido sobre los alcances que puede tener el empleo del nuevo equipamiento que, por cierto, incluye dos armas “menos letales”.

Cuando se habla de armas menos letales se está aludiendo a tipos de armas que están concebidas para el uso de la fuerza sin causar la muerte ni lesiones graves. No obstante, esta posibilidad de inferir daños supuestamente menores no implica que si son usadas de forma equivocada puedan resultar fatales. De hecho, la gran mayoría de las mutilaciones oculares ocurridas durante el estallido social fueron causadas por el uso de armas consideradas hasta ese momento como “no letales” o “de menor letalidad”, como ocurrió con las escopetas que se emplearon de manera indiscriminada para dispersar manifestantes.

Entonces, además de informar detalles sobre el secado o planchado de la ropa, interesaría que las autoridades institucionales dieran a conocer de qué manera estos cambios estéticos mejorarán las condiciones de los trabajadores policiales y la eficiencia de sus labores; y cómo el nuevo equipamiento garantizará la proporcionalidad de la fuerza para evitar violaciones a los derechos humanos.

El uso de un agente químico de mano y de una lanzadora de cuerdas deben ser analizados como herramientas para hacer cumplir la ley. Para ello, debe explicitarse en cuáles contextos y condiciones se utilizarán. Esto, porque las policías no solo están en condiciones de escoger armas y dispositivos considerando factores como las necesidades operativas y la oferta del mercado, sino que también deben garantizar la proporcionalidad de su uso.

Según el estándar internacional, la adopción de armas menos letales debiera estar sujeta, primero, a un proceso de evaluación independiente que detalle la precisión, la fiabilidad y las posibilidades de daño que pueda ocasionar el arma; y, segundo, antes de disponer su despliegue debieran impartirse instrucciones que identifiquen el grado de peligrosidad que estas armas puedan revestir y que establezcan mecanismos de elaboración de informes y de supervisión jerárquica.

La estética de los uniformes y el porte de nuevas armas deben ir acompañados de un entrenamiento adecuado que garantice un empleo ético de los recursos que se entregan para servir y proteger a la población. Especialmente cuando aún siguen pendientes una regulación legal del uso de la fuerza y una profunda reforma a las policías.

Por Rodrigo Bustos, director ejecutivo de Amnistía Internacional Chile

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