
Cuando las grandes obras trascienden gobiernos

En septiembre se inauguró oficialmente el Puente Industrial en Concepción, una obra largamente esperada que no solo responde a la necesidad de un nuevo cruce sobre el río Biobío, sino que también simboliza cómo la infraestructura puede convertirse en motor de desarrollo regional y cohesión social. Con una extensión de 2,5 kilómetros sobre el río y más de 6 kilómetros si se consideran sus accesos, se trata del puente más largo de Chile, llamado a transformar la movilidad del Gran Concepción y a consolidarse como un ícono de modernización y progreso.
La puesta en marcha de este proyecto responde a una demanda histórica de los habitantes de la zona, agobiados por la congestión en los cruces existentes. Se estima que permitirá reducir en un 20% los tiempos de viaje y aumentar en un tercio la capacidad vial para cruzar el río, especialmente en el transporte de carga; lo que se traduce en una mejora significativa en la calidad de vida: menos horas en la congestión y más tiempo para las familias, el trabajo o el descanso o recreación.
Su impacto, sin embargo, no se limita al período de operación. Durante la construcción, el proyecto movilizó mano de obra y proveedores locales, con un 98% de trabajadores provenientes de la región y más del 80% de los insumos adquiridos a empresas del Biobío. Este dinamismo fortaleció la economía local y puso en valor las capacidades técnicas y productivas de la zona.
El puente también incorpora estándares de última generación, con aisladores sísmicos, telepeaje “free flow” y vigas pretensadas de gran tamaño. Estos avances lo convierten en una vitrina del nivel técnico alcanzado por la ingeniería en Chile y en un ejemplo de infraestructura resiliente, capaz de responder a los desafíos de un país sísmico y en constante crecimiento urbano.
Más allá de la conectividad, el Puente Industrial abre una oportunidad para repensar el futuro del Gran Concepción. Su presencia fortalecerá la competitividad del comercio exterior a través de los puertos de la región, impulsará nuevas inversiones y permitirá integrar de manera más eficiente a las comunas del área metropolitana. Se trata de un paso decisivo para proyectar al Biobío como un nodo estratégico en la logística y el desarrollo productivo del país.
La historia de esta obra también ofrece una lección sobre cómo se construye progreso. La necesidad de un nuevo cruce sobre el Biobío fue incorporada al Plan Regulador Metropolitano en 1979 y, tras múltiples estudios, se avanzó en su definición como concesión vial.
La licitación fue convocada en 2012 durante la primera administración del Presidente Sebastián Piñera, adjudicada en 2014 bajo el segundo gobierno de la Presidenta Michelle Bachelet y concluida en 2025 durante la gestión del Presidente Gabriel Boric. Una cronología que demuestra que proyectos de esta magnitud no son propiedad de un gobierno en particular, sino el fruto de consensos y continuidades institucionales que convierten la infraestructura en una verdadera política de Estado.
El Puente Industrial inaugura mucho más que un cruce sobre el Biobío. Su concreción después de más de cuatro décadas recuerda que las grandes obras no pueden quedar sujetas al calendario electoral ni a las prioridades momentáneas de un gobierno. Requieren visión de largo plazo, continuidad técnica y voluntad política sostenida. Ese es, quizás, su mayor aporte, como es evidenciar que el verdadero progreso no se mide solo en metros construidos, sino en la capacidad de un país de pensar y ejecutar proyectos que trascienden generaciones y abren oportunidades para sus regiones.
*El autor de la columna es profesor titular de Ingeniería UC, miembro de Clapes UC y presidente del Colegio de Ingenieros de Chile
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