
Cuidadores todos

Durante la XVI Conferencia Regional sobre la Mujer de América Latina y el Caribe, celebrada en agosto en la Ciudad de México, se cerró el Compromiso de Tlatelolco; un acuerdo intergubernamental que sirve de hoja de ruta para el reconocimiento del cuidado como un derecho humano. Eso significa que tanto ofrecer como recibir cuidado dejan de ser considerados como responsabilidades privadas y/o individuales, sino que se asume como responsabilidad del Estado. Asimismo, y dado que el trabajo de cuidado sigue siendo asumido en su mayoría por mujeres, se trata de proponer mecanismos y redirigir financiamientos para revertir esta situación y que las mujeres puedan tener más oportunidades laborales y educativas.
Con frecuencia se tiende a relevar la importancia de fortalecer una sociedad del cuidado considerando el acelerado envejecimiento de la población, así como del envejecimiento de la vejez; globalmente vivimos más y más tiempo como personas viejas. Sin embargo, pareciera que se nos olvida que no es solo durante la vejez, enfermedad o en la infancia que necesitamos ser cuidados. Probablemente, el éxito que hemos tenido como especie solo se explique porque logramos generar diversas formas de colaboración y resguardos recíprocos.
Siendo mamíferos tan poco adaptados para sobrevivir en el mundo natural, tuvimos que inventar un modo de vida en el que el miramiento, la atención y el cuidado mutuo se transformara en comportamiento cotidiano. No obstante, debido a la organización y forma de vida contemporáneas, así como al ordenamiento territorial en ciudades cada vez más enormes, diversas y compartimentadas, hemos desaprendido aquello tan propio nuestro, esa forma inaudita de preocuparnos y ocuparnos por el bienestar de otros –incluso del propio bienestar-. De igual forma, la digitalización del mundo de la vida entorpece el encuentro frente a frente a la vez que permite generar vínculos e interacciones sociales de las más diversas, pero incorpóreas.
Así, y más allá de los mecanismos gubernamentales, del mundo público y/o privado, ¿puede una sociedad genuinamente brindar y recibir cuidado si los cuerpos apenas se encuentran?, ¿no es precisamente el cuidado una forma de relación que presupone poder percibir, afectarse y conmoverse con el otro? Por supuesto que, visto individualmente, cada uno debe siempre cuidar de sí, es decir, hacerse cargo de su propia existencia. No obstante, y en tanto somos animales políticos que hemos sobrevivido más bien cooperando que rivalizando (al menos como especie), el autocuidado ocurre ya situado en una red de relaciones sociales, pero hoy parecen más simbólicas que reales.
Son tiempos poco generosos para esperar que sin medidas concretas ocurra un resurgimiento de aquel cuidarnos que nos fue tan decisivo. Esperemos que la hoja de ruta del Compromiso de Tlatelolco nos recuerde lo que somos: cuidadores todos, y no solo todas.
Por Diana Aurenque, Directora del Centro de Estudios de Ética Aplicada, Universidad de Chile
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