
El espejismo proteccionista y el riesgo para Chile

En momentos como el actual, con Estados Unidos endureciendo sus políticas comerciales y Chile en pleno debate electoral, es oportuno recordar ciertos principios básicos para evitar replicar políticas de otros países que podrían dañar seriamente nuestra economía.
En Estados Unidos, la política arancelaria se ha convertido en una herramienta recurrente, utilizada tanto para negociar acuerdos como para ganar apoyo interno en sectores industriales estratégicos. Pero, más allá del ruido político, la evidencia sobre sus efectos económicos es poco alentadora.
En el corto plazo, los aranceles encarecen las importaciones, elevando los costos para empresas que dependen de insumos externos y trasladando parte de ese mayor costo a los consumidores. Al mismo tiempo, las represalias comerciales de los países afectados reducen las exportaciones estadounidenses, golpeando a los mismos sectores que se buscaba proteger.
En el mediano plazo, el proteccionismo distorsiona las cadenas globales de valor. Empresas que operaban en un entorno de comercio más abierto se ven forzadas a reorganizar su producción o buscar nuevos proveedores, con mayores costos y menor eficiencia. El resultado habitual no es un repunte industrial sostenido, sino una reasignación de recursos hacia actividades menos competitivas y una pérdida de productividad.
Para Chile —economía pequeña, abierta y con una política comercial basada en una amplia red de acuerdos— un giro proteccionista en Estados Unidos tiene implicancias relevantes. Por un lado, ralentiza el crecimiento global, afectando la demanda por nuestras exportaciones. Por el contrario, aumenta la volatilidad financiera, presionando al tipo de cambio y encareciendo las importaciones.
La tentación de replicar políticas arancelarias suele aparecer en contextos de desaceleración o tensión política interna. Se presentan como una fórmula rápida para “proteger la industria” o “defender el empleo”. Sin embargo, en nuestro caso, los costos superarían los beneficios más que en otros países: mientras que economías grandes pueden amortiguar el impacto gracias a su mercado interno, en economías pequeñas y abiertas, como la chilena, el efecto sería directamente contractivo.
La respuesta correcta ante un mundo con más barreras comerciales no es imitarlas, sino reforzar nuestra integración con países que aún valoran el libre comercio, diversificar mercados y mejorar nuestra competitividad interna. Esta es la estrategia que ha seguido durante las últimas décadas, y le han otorgado una percepción de confianza en el escenario internacional que es envidiable en el mundo. Sin embargo, eso puede cambiar rápidamente. Así, el espejismo proteccionista puede resultar seductor, pero su precio para Chile sería demasiado alto.
Hace apenas cuatro años, el país vivió un resurgimiento de ideas proteccionistas que, aunque se diluyeron con el tiempo, pudieron haber dejado huellas aún ocultas. En el actual contexto electoral, es vital estar atentos a propuestas populistas que, bajo la promesa de proteger sectores productivos, pueden terminar socavando los fundamentos que han permitido a Chile sostener su inserción y credibilidad en la economía global.
*El autor de la columna es economista jefe de LarrainVial Research
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