¡Falta de convicciones!



Transcurridos ya 17 meses desde la asunción de Piñera como presidente parecen quedar pocas dudas de que un rasgo distintivo de su segundo mandato ha sido la falta de convicciones. Materias que no estaban en el programa de gobierno fueron concedidas a las presiones de la oposición (y de parte minoritaria de su coalición). Tales fueron los casos del reglamento que hacía operativo el aborto en tres causales y de la ley de identidad de género. Prácticamente nula defensa de los denominados temas "valóricos".

¿Y en otros terrenos?, considerados "técnicos". La reforma tributaria fue despachada sin proponer siquiera la rebaja de impuestos prometida en campaña. A estas alturas, con algo de suerte y a punta de onerosas transacciones, la sacará adelante salvando la tan deseada vuelta a la integración. En la reforma previsional, contra toda lógica económica y conveniencia social, se ha transado en que la administración del 4% adicional de cotización quede en manos de un "ente" estatal. Justo lo que se suponía no debía ser hecho. La reforma laboral va cada día a peor. El acomodo de posiciones ha conducido a sacar bajo de la manga -a toda prisa, a medio terminar y sin socializar con los partidos de Chile Vamos- un proyecto que busca competir con otro presentado por una diputada del PC que ofrece rebajar a 40 horas semanales la jornada laboral, parejamente para todos los chilenos. Todo ello, en circunstancias macroeconómicas y sociales que no lo hacen nada aconsejable. Fuera del ámbito económico el panorama tampoco es halagüeño. ¿Qué hay del uso legítimo de las fuerzas de orden para combatir la evidente violencia terrorista? Ya sea en la Araucanía o en el Instituto Nacional, la respuesta es tibia, timorata. No se vaya a decir que, por el solo hecho de utilizarla para contrarrestar actos criminales, se conculcan derechos humanos de pobres estudiantes "encapuchados" u oprimidos miembros de etnias que únicamente se encontrarían abogando por la restitución de sus derechos ancestrales. Sí, la lista es larga y lamentable.

Alcanzar el poder máximo de la nación adquiere real sentido si su disposición permite intentar hacer aquello que se considera mejor para la misma, conforme a los lineamientos que se despliegan a partir de un puñado de principios rectores fundamentales. La praxis política ilustra que siempre habrá que negociar y ceder parte de lo que se aspira lograr. Pero, también enseña sobre la necesidad de no abjurar aspectos esenciales de los principios e ideas que se dice enarbolar. Renegar de ellos contribuye a desfigurar el propio proyecto político, a perder la autoridad públicamente reconocida y a desencantar a la ciudadanía, particularmente a la que ha dado sustento electoral al gobierno. Nada bueno se sigue de esta ausencia de convicciones, incluyendo el riesgo de tornar improbable el anhelo de continuidad.

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