
La deriva
Si la primera vuelta de las elecciones presidenciales fuese hoy, la ganaría José Antonio Kast. Esto es lo que dicen las encuestas de la última semana. La semana pasada, las mismas encuestas mostraban a Jeannette Jara en un primer lugar frágil, pero insospechado. En ese momento, “el mercado” -esto es, los economistas de las instituciones financieras- había reducido de 100 a 60 las posibilidades de triunfo de la derecha, a la vista de la riña entre Kast y Evelyn Matthei.
En mérito de Jara se puede decir que su candidatura redujo las apuestas en favor de la derecha; el demérito es que esas apuestas también se polarizaron. Jara contribuyó al estancamiento de Matthei y, probablemente, al alza de Kast.
Y luego, de vuelta: Kast y Matthei lograron una tregua (también fundada en el ascenso de la candidata comunista) y Jara se pasó una semana para el olvido: después de muchas dilaciones, logró presentar un comando en el que, con un par de excepciones, no hay figuras de gran tonelaje; el desempleo se tomó la agenda pública, con la evidente responsabilidad del ministerio que ella encabezó, y su participación en foros mayormente empresariales la ha mostrado insolvente, repitiendo fórmulas que no domina y haciendo ímprobos intentos para comunicar confianza a un ambiente que no se la dará.
Kast, en cambio, se ha esforzado por desactivar el rechazo que lo condujo a la derrota en el 2021, sin renunciar a su proyecto antiizquierdista. Es un ejercicio difícil, pero hasta ahora ha tenido éxito, y la clave de ese cambio parece estar en la sustitución de la retroexcavadora por un programa “de emergencia”, ejecutivo y quirúrgico. Quien podía dañarlo era Matthei, con su estentórea denuncia sobre una campaña “asquerosa”, pero los intereses en juego eran muy numerosos como para sostener ese desafío. No sabemos aún si rasguñó la coraza de Kast, pero les mostró a los dos que la consigna de la unidad tiene tanta fuerza en la derecha como en la izquierda.
La obsesión con la unidad apenas encubre una obsesión con la disciplina. La idea de que uno vota como si el hemisferio cerebral hubiese sido configurado para siempre de esa manera viene partiendo al país en dos, y Chile está a punto de entrar en un esquema político de dos coaliciones con muy pocos puentes y muchos interesados en cortarlos o sustituirlos.
Así serán las cosas en los tres meses y medio que restan: para arriba y para abajo, a los tumbos, sin certezas.
Parece ser que, dada la consolidación de las candidaturas de Jara, Matthei y Kast, otras postulaciones, paralelas o contestatarias, tendrán muy poco espacio para instalarse. Incluso Franco Parisi, cuya tercera aventura presidencial tuvo todo el tiempo disponible, no logra todavía parecer “el otro factor” que fue en las ocasiones anteriores, pese a que le disputa a la derecha un segmento de votantes aparentemente huérfano.
En realidad, la mayor fuente de inestabilidad para las tres candidaturas procede de las elecciones paralelas a la primera vuelta: las parlamentarias. El exministro y expresidente de RN Cristián Monckeberg lo puso de esta manera: “La elección parlamentaria es el verdadero corazón del proceso político que se avecina”.
Dado que el gobierno no quiso (o no pudo) promover una reforma sustantiva al sistema político, el próximo gobierno tendrá que convivir con un panorama parlamentario muy parecido al actual, con mayorías cambiantes, parlamentarios volátiles y negocios de poca monta. Fue el ambiente en el que se desarrollaron las figuras principales del Frente Amplio.
Algunas de las negociaciones menos decorosas vistas por estos días anuncian que ese ambiente podría empeorar. La única forma de que ello no ocurra es que los partidos se impongan en ese Parlamento. Es lo que Monckeberg busca delinear: la gobernabilidad del próximo cuatrienio depende menos del presidente que del Congreso.
Es el reconocimiento de que, por la peor vía -un sistema mal diseñado, incentivos perversos, personalismo-, se ha instalado en Chile una forma de semiparlamentarismo de facto, que no responde a una doctrina constitucional, sino a una deriva anárquica, sin coherencia con el resto de las instituciones.
En un clima social muy distinto del que llevó a Boric a La Moneda, la mayor amenaza de este esquema es que la disputa del Ejecutivo con el Legislativo se resuelva con un sesgo autoritario, muy estimulado por la exigencia de soluciones rápidas para los problemas más acuciantes.
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