¿Por qué Bolsonaro?

Jair Bolsonaro


Prefiero un presidente homofóbico o racista a uno que sea ladrón". Fue la desoladora respuesta de una votante brasileña, entrevistada a la BBC, que parece representar a buena parte del electorado de ese país.

La corrupción tiene simplemente hastiados a los brasileños, al punto que, aunque hay conciencia de las controversiales posiciones de Jair Bolsonaro en materia de racismo, sexismo, manejo de la delincuencia, o su simpatía por las dictaduras, aun así, lo prefieren a cualquier prolongación de un período que quieren dejar atrás.

Solo una semana antes, Bolsonaro había declarado: "No puedo hablar por los comandantes de las Fuerzas Armadas, pero por el apoyo que veo en las calles, yo no aceptaría un resultado que no fuera mi victoria" (28 septiembre). Aun ante tan abierta provocación a los principios democráticos, casi 50 millones de brasileros (46%) optaron por él, probablemente como rechazo a la corrupción y caos de las alternativas, especialmente el desprestigiado Partido de los Trabajadores de Lula da Silva, que obtuvo el 29% de los votos y vio fracasar la candidatura al Senado de Dilma Rousseff.

El resultado de Brasil es preocupante, pero no es un caso aislado. Alrededor del mundo observamos que el ejercicio democrático se debilita. O peor aún, los votantes se inclinan por alternativas que no representan los valores democráticos o incluso son abiertamente opuestos a ellos. La pérdida de fe en la política y sus instituciones no es algo anecdótico o irrelevante. Significa, al final del día, una pérdida de fe en el sistema democrático.

En el mundo hay demasiados ejemplos y parecen aumentar día a día. Estamos ante una tendencia, con réplicas en casi todas las democracias de Occidente: no olvidemos el ascenso del Frente Nacional francés o el AfD alemán. Ahora es Brasil, antes ocurrió en Italia, Hungría, Polonia, Venezuela y las dudas llegan hasta los Estados Unidos de Trump.

En Chile, lo sabemos, la imagen de la política y de los partidos viene deteriorándose desde hace tiempo. La tendencia, desgraciadamente, se ha agudizado en el último período. A solo días de celebrar los 30 años de la recuperación de la democracia, una encuesta determinó que, muy mayoritariamente, los chilenos piensan que el regreso a la democracia ha beneficiado especialmente a los políticos y a los ricos, mientras los pobres y especialmente la clase media han sido perjudicados (Criteria, septiembre 2018). ¿Suena familiar?

Para quienes observamos con preocupación la salud de la democracia liberal y sus valores, el resultado de Brasil constituye un duro golpe. Es que, en ese contexto, el desprestigio de la política chilena constituye un pésimo augurio.

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