
Relatos y listas (y licencias)

En su último libro, llamado Nexus, Yuvel Noah Harari propone una tesis provocadora. El relato es la primera tecnología de información que ha permitido a los humanos colaborar en gran escala, y gran parte de las instituciones actuales no son otra cosa que “relatos”, convenciones o imaginarios que permites a las personas establecer una realidad. Por ejemplo, la idea misma de nación -digamos Chile- es un imaginario que ha permitido a millones de personas sentirse parte de un proyecto común y colaborar, invocando una historia común -la Araucana-, valores compartidos -la solidaridad-, y una cierta épica y poética, como es la “la copia feliz del edén” o “el asilo contra la opresión” que todos cantamos al unísono en nuestro himno patrio.
La nación se construye a partir de un relato; sin embargo, la inspiración, sueños, canciones y poética no bastan para que el Estado funcione. Además de relato -dice Harari- se requieren “listas”, otra forma de información organizada a partir del cual se ordena la vida de los ciudadanos: registros necesarios para determinar quiénes pagan impuestos; listas de propietarios en un conservador, que nos permiten determinar quién es propietario de un bien; listas de subsidios, para saber a quiénes favorecer con ayuda estatal; o registros de enfermos que ordenan el funcionamiento del sistema de salud. Es decir, el patriotismo no emana de un mero relato, por épico o chauvinista que sea, sino del cumplimiento de ciertos deberes cívicos que ordenan nuestra sociedad
La importancia del relato y las listas es particularmente atingente con el escándalo de las licencias falsas, pues permite evaluar la reacción de los actores públicos.
Hay un relato cínico, que se sorprende, condena los hechos y anuncia un “caiga quien caiga”. Sin embargo el problema es conocido hace años. El problema no son los viajes estando bajo licencia, cuestión a estas alturas impúdica, sino el abuso de las licencias médicas independiente de dónde se encuentre el sujeto. Basta recordar que Pivotes viene insistiendo hacer años que entre los años 2006 y 2024, la plana de empleados públicos ha aumentado en casi un 30% (de 18 a 23 por cada cien trabajadores privados) y el gasto del Gobierno Central ha crecido 2,5 puntos del PIB, más rápido que el crecimiento de la economía en el mismo periodo.
Hay también un relato oportunista, que aprovecha esta circunstancia para acusar a todo funcionario estatal de corrupto y promover una prescindencia del Estado que no resiste análisis, y que soslaya que este es también un problema -con otras connotaciones- propio del mundo privado. Basta ver las denuncias de años de las Isapres respecto de la emisión de licencias falsas que afectan precisamente al sector privado.
Por último, existe un relato anclado en la falsa virtud, ejemplificado en la propuesta de ciertos candidatos de donar su sueldo, durante la época de campaña. Aunque no se trata de una reacción directa sobre la polémica de las licencias, este discurso es quizás el más dañino, pues supone aparentar una escala de valores distinta al resto, de talante buenista, que parece sugerir que la solución a los problemas de la administración pública radica en actos públicos -y publicitados- de caridad o renuncia personal.
Esto es particularmente dañino pues en los tiempos actuales abundan los poetas y escasean las listas. El problema de las licencias no es solo moral. Es evidencia de un Estado que no funciona, y que perjudica la vida de millones de ciudadanos que no acceden a sus beneficios. Y en época de campañas, los candidatos deben ofrecer más que relatos -cínicos, oportunistas o buenistas-, sino que coraje e ideas serias sobre la modernización del Estatuto Administrativo, que permita dar paso a una administración pública profesional y al servicio de la ciudadanía, en lugar de un refugio al que se entra con el carnet del partido, y que todos conocemos. En buenas cuentas, modernizar el relato, y no mirar tan en menos las listas.
Por Diego Navarrete, abogado
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