Reseña de libros: de Jennifer Egan a González Vera


El Tiempo es un Canalla, de Jennifer Egan (Salamandra)
Alguna vez fue el bajista de una terrible banda de punk, ahora Bennie trabaja a un ritmo febril para producir canciones pegajosas que la gente escuche, compre y descargue. Y sobre todo, para “mantener contenta a la petrolera multinacional a la que había vendido su sello hacía cinco años. Pero Bennie sabía que lo que lanzaba al mundo era una mierda”. De pronto Bennie recibe la visita inesperada de Scotty, viejo amigo y camarada de su banda en San Francisco. “¿Me quieres enseñar un demo?”, pregunta. “No. He venido porque quiero saber qué ha pasado entre A y B”, dice Scotty. “A es cuando tocábamos juntos en el grupo e íbamos detrás de la misma chica. Y B es ahora”. Narrado a través de varias voces, con saltos temporales y una forma innovadora, de algún modo la novela describe ese recorrido. Jennifer Egan es una escritora excepcional; a través de la historia de Bennie y de un gran un elenco de secundarios, narra con humor el crepúsculo del rock: cómo la música y la rebeldía juvenil se volvieron un objeto de consumo. Premiada con el Pulitzer, la novela está atravesada por una idea de fondo, el tiempo es un canalla: “Juegas tus cartas, pero el tiempo siempre gana”.

Vidas Mínimas, de José Santos González Vera (FCE)
En un breve texto autobiográfico, José Santos González Vera se describió en tercera persona: “Publicó Vidas mínimas en 1923. Aunque la crítica le fue favorable, y regaló media edición, demoró diecisiete años en vender la otra mitad. Con Alhué, 1928, los críticos también se mostraron generosos. Regaló cuatrocientos ejemplares. Los lectores, ya más ávidos, en doce años agotaron los demás”. La ironía, la sobriedad y la concisión eran dos de las virtudes del autor. Escrito en su época anarquista, Vidas mínimas lo integran dos relatos: el primero narra la vida al interior de un conventillo de Santiago y el segundo transcurre entre los cerros de Valparaíso. “Vivo en un conventillo”, es la primera frase del libro, donde el protagonista describe la vida o las vidas en un ambiente de estrecheces y asperezas. “Los pequeños harapientos gritan, chillan, mientras bromean con los quiltros gruñones y raquíticos”, relata. Sin renunciar al humor, el libro retrata un universo poblado por zapateros, pescaderos, mujeres y niños con grandes carencias y horizontes mínimos.

La Esperanza de Ema, de Constanza Labbé y María José Olavarría (SM)
“Qué son las células? Por qué se enferman?”, se pregunta Emma. Hasta hace poco ella disfrutaba jugar en la plaza de su barrio y en el recreo en su escuela. Pero un día se golpeó fuerte y se llenó de moretones. Sus papás la llevaron al hospital, donde le hicieron exámenes y le pincharon la espalda. Su mamá le explica que las células “son las unidades más pequeñas que forman todo el cuerpo”. El papá agrega que “a veces algunas células se vuelven locas, crecen más y hacen daño”. Para combatir la enfermedad, Emma tiene que ir al hospital para recibir medicamentos que a veces la hacen sentir muy mal. A veces incluso debe quedarse hospitalizada. Y aunque eso podría entristecerla, en el hospital descubre a otros niños como ella, a personas que quieren ayudarla y una escuela para los pequeños pacientes: en ella aprende la palabra esperanza. Constanza Labbé, directora del Colegio Hospitalario del Hospital Calvo Mackenna, es la autora de este conmovedor relato, delicada y luminosamente ilustrado por María José Olavarría.
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