
Solvej Balle, el inesperado fenómeno de la literatura danesa
Durante 30 años persiguió una idea obsesiva: la de una mujer atrapada en un bucle temporal. En 2020 publicó en su país El volumen del tiempo, primer tomo de una saga de siete libros. Narración de contornos metafísicos, se volvió un inesperado fenómeno de ventas y crítica. Traducida a una decena de idiomas, fue nominada al National Book Award en Estados Unidos y al Man Booker en el Reino Unido. Acaba de llegar a librerías chilenas.

Un día tomó el ferry a la isla de Ærø y armó su casa allí. A mediados de los 90, Sovej Balle (1962) era protagonista de la escena literaria danesa. Con dos novelas publicadas, era considerada la nueva estrella de la narrativa de su país. Según la ley, su segunda novela, un conjunto de cuatro relatos interconectados, escritos con un estilo sobrio y minimalista, fue un hito editorial. El libro cautivó a la crítica, conectó con los lectores y causó sensación en la Feria del Libro de Frankfurt, donde fue contratada por editoriales en 10 idiomas. En medio de esa ola, Solvej Balle compró el ticket a Ærø, una isla del mar Báltico, y se quedó allá.
Eventualmente llegaban noticias desde la isla; se decía que la escritora trabajaba en una gran novela. En 2013 fundó una pequeña editorial, donde editó dos ensayos. Y en 2020, en el mismo sello, publicó El volumen del tiempo, el primer tomo de una saga de siete libros en torno a la idea de una ruptura en el tejido del tiempo.
La idea la tuvo en 1987. En cierto modo, durante los últimos 30 años Solvej Balle ha girado obsesivamente en torno a un día: el 18 de noviembre, la fecha en que la protagonista de su novela queda encerrada.
“Me llamo Tara Selter. Es 18 de noviembre. Cada noche, cuando me acuesto en la cama supletoria de la habitación, es 18 de noviembre, y cada mañana, cuando me despierto, es 18 de noviembre. He perdido la esperanza de despertarme el 19 de noviembre, y tampoco recuerdo el 17 de noviembre, que fue ayer”, dice en las primera páginas.
Tara Selter es vendedora de libros antiguos. Vive en un tranquilo pueblo del norte de Francia con su marido, Thomas. Va a una subasta de libros en Burdeos y duerme en un hotel de París. Al día siguiente, 18 de noviembre, recorre librerías, visita amigos, se quema la mano en una estufa y habla con Thomas antes de dormir. Por la mañana, pequeños detalles le van revelando que el 18 se está repitiendo, como un gran Déjà vu. Pero solo ella lo percibe. Los demás viven el tiempo como si fuera la primera vez, entre ellos su esposo.
Tara le explica a Thomas que está en un bucle temporal. Él lo entiende, pero a la mañana es nuevamente 18 de noviembre y él lo ha olvidado. Tara está atrapada en un eterno presente, si bien su quemadura comienza a sanar y ella envejece. Los aparatos tecnológicos se reinician cada día. Solo el papel retiene el paso del tiempo. “Y el papel recuerda”, escribe ella.
La novela inicia en el 18 de noviembre de 121. Para entonces la distancia entre Tara y Thomas ha crecido. Ella se siente sola y aislada. Decide volver a París para intentar hallar la clave del bucle temporal.

Con una prosa tensa y elegante, la novela logra mantener la atención con una premisa difícil de sostener. El diseño original armonizaba con el estilo narrativo, si bien no parecía un imán para los lectores: una portada amarilla sin figuras ni imágenes que llamaran la atención. Sin embargo, la novela se convirtió en un fenómeno de lectura y de crítica. Recibió el Gran Premio de Novela Nórdica, mientras se traducía a una veintena de idiomas, entre ellos el inglés, francés, italiano y español.
El volumen del tiempo ha logrado una sorprendente recepción internacional. Una “exploración sorprendente de profundas preguntas sobre el lenguaje, la conexión humana y el tiempo”, escribió The New Yorker. Una “emocionante meditación sobre el tiempo”, aportó The New York Times. “Si Samuel Beckett hubiera escrito El Día de la Marmota”, comentó The Washington Post en referencia a la película protagonizada por Bill Murray.
En Estados Unidos la novela fue finalista del National Book Award y en el Reino Unido fue nominada al Man Booker. Entre todos los comentarios, hubo también algunos extraños o absurdos, dice Solvej Balle.
-Hubo un comentario particularmente divertido de un crítico que pensaba que Tara Selter estaba demasiado enfocada en sí misma; se preguntaba por qué no simplemente se embarazaba y tenía un hijo, así tendría a alguien más en quien concentrarse. Lo encontré bastante gracioso. También, la idea de que alguien crea que es buena idea usar a los hijos para el desarrollo personal me pareció reveladora -dice.
Son días calurosos en la isla donde se radicó Solvej Balle. Desde luego, allí lleva una vida menos ajetreada que en Copenhague.
-No estoy muy segura de esa idea común de que el ritmo de vida es más lento –eso depende de lo que haga cada quien–, pero sin duda es menos ruidoso y menos concurrido que la ciudad. En este momento hay muchos turistas, pero yo vivo en una parte de mi pequeño pueblo (Marstal) donde no se nota tanto. Es bonito tener que tomar un ferry para volver a casa; a veces resulta un poco molesto, pero en un buen día no hay nada como regresar de un viaje y darte cuenta de que el lugar más agradable en el que estuviste es, en realidad, donde vives.
¿Cómo siente que ha evolucionado su escritura desde sus primeros libros hasta Sobre el volumen del tiempo? ¿Qué ha permanecido y qué ha cambiado?
Una de las cosas que ha permanecido desde mi primer libro (una novela de 1986) es mi ocupación con el tiempo y también –creo– mi forma de estructurar la narrativa. Un poco como un mosaico o un caleidoscopio, más que una “narrativa en túnel” guiada por la trama. Es como si necesitara que el relato hiciera pausas extrañas o se moviera en direcciones inusuales, no simplemente seguir el camino trazado. Una de las cosas que probablemente han cambiado es que he ido ganando cada vez más confianza en mis personajes y en el lenguaje, dejándome llevar por ellos hacia lugares que no conozco o no entiendo. Menos control, tal vez. Y menos preguntas. A veces no estoy segura de por qué un libro avanza de cierta manera; antes, creo, quería entender más.

Ha dicho que la idea original del libro viene de 1987; sin embargo, el primer volumen no se publicó hasta 2020. ¿Qué tipo de maduración necesitó esa idea para convertirse en un libro?
Creo que hubo muchos elementos en el proceso. Al principio no sabía si se trataría de una narración en primera o en tercera persona. No tenía clara la geografía, y mi personaje principal se fue volviendo cada vez más diferente a mí, así que tuve que darle tiempo y espacio para desarrollarse. Además, ella envejece a lo largo de la historia, y en 1987, cuando yo tenía 25 años, no sabía mucho sobre el envejecimiento.
¿Cómo es vivir con una obra que exige tantos años?
Siempre supe que si realmente me embarcaba en esta historia, tomaría todo mi tiempo y energía durante mucho tiempo. Y así ha sido. Y me alegra no haberme lanzado por completo, por ejemplo, cuando mi hijo era pequeño. El libro ha ocupado el 97% de mi atención, y el 3% restante no es mucho que ofrecer. No creo en eso del “tiempo de calidad” cuando se trata de los hijos.
Tara vive en un eterno presente. ¿Cómo nos afectaría vivir sin un mañana?
En los años 80, en Europa, hubo una tendencia a considerar a mi generación como una generación “sin futuro”. Recesión, alto desempleo y el temor a una guerra nuclear; una relación con el futuro que, en cierto modo, se parece a la que experimentamos hoy. Claro, no vivíamos literalmente sin un mañana, pero sí con un mañana menos prometedor que esa visión general desde la Ilustración, según la cual el futuro sería mejor que el presente. Que las cosas mejorarían. Si realmente tuviéramos que vivir sin un mañana, de algún modo creo que volveríamos la mirada hacia el pasado, e intentaríamos encontrar allí algo que reemplazara al futuro perdido. Y nos desharíamos de la idea de que el pasado no sirve para nada.
En el mundo de Tara, las tecnologías digitales no sirven para registrar la continuidad de su conciencia. Escribe porque quiere recordar. ¿Hay algo sanador también en el lenguaje?
Creo que el lenguaje, en general, debe serle de ayuda a Tara en su situación de soledad, porque el lenguaje es algo que compartimos. Pero esa ayuda que brinda el lenguaje se intensifica porque ella puede materializarlo: el papel recuerda lo que ella le “dice” cuando nadie más lo hace. Recuerdo haberme sentido un poco molesta al darme cuenta de que estaba empezando a escribir sobre la escritura, pero en esta situación creo que ella tenía que intentar comprender por qué necesitaba poner su historia por escrito. También comprendí que son las frases, no las palabras, las que sanan, porque las frases tienen verbos, supongo. Contienen tiempo. En cuanto a la narración propiamente tal —no la escritura ni el lenguaje en general—, creo que hay un elemento importante en la forma en que manejamos el tiempo a través del relato. Básicamente estamos controlando el tiempo, y cuando la historia termina, los personajes se detienen donde los dejamos.
“Siempre hemos necesitado pasar tiempo juntos”, dice Tara sobre su relación con Thomas. Pero ahora existen en tiempos distintos. Poco a poco se distancian. ¿Le interesaba explorar también los desafíos del amor y la convivencia?
Sí, creo que sí. No solo con Tara y Thomas —haré un pequeño adelanto y diré que más adelante conoceremos a otras personas—, pero, por supuesto, su relación ha sido interpretada de muchas maneras: ¿Hay algún tipo de problema?, ¿ya se estaban distanciando?, ¿es la distancia temporal entre ellos un signo de que algo más anda mal? Las personas tienen formas muy distintas de interpretar su relación.
Publicó la novela a través de su propia editorial, asumiendo el riesgo como la autonomía del proyecto. ¿Cómo fue la experiencia?
Comencé mi pequeña editorial en 2013, cuando publiqué dos breves colecciones de prosa corta que, de algún modo, no encajaban en el mundo editorial tradicional, y me gustó bastante todo el proceso. A medida que la novela se fue desarrollando y dejó de ser “solo una novela” para convertirse en un proyecto más amplio —al principio pensé que serían dos volúmenes, luego cuatro, y finalmente siete— me di cuenta de que este libro tampoco encajaba. Y me atrajo la idea de hacer el libro exactamente como yo quería, en mi caso, sin contraportadas promocionales, sin reseñas, sin fotos, así que todo el conjunto simplemente me resultó mejor. Y todavía me lo parece. Creo que ya hay suficiente presión proveniente del libro mismo, no siento que necesite más desde el exterior. Por supuesto, algunas personas pensaron que estaba un poco loca.
¿Se sintió dialogando con otros autores que han explorado de manera significativa la naturaleza del tiempo?
Sí, con muchos. En cierto modo, creo que muchos libros luchan con la naturaleza del tiempo: la manera en que Joyce trabaja un solo día en Ulises y algunos de los cuentos de Borges forman parte de ese diálogo. Pero también la nouveau roman francesa, Duras, Sarraute y Beckett, claro. La montaña mágica, de Thomas Mann, también aborda el tiempo de una manera que me resultó interesante. La historia, de Elsa Morante. Y muchos otros.
¿Qué piensa de la recepción internacional del libro?
Fuera de lo que te comentaba, me ha sorprendido bastante la resonancia que ha tenido. Sabía que estaba explorando un material que era muy europeo, en cierto modo, y en los años 80 se discutía mucho la idea de Europa, esa extraña mezcla de países intentando trabajar juntos. Pero también sentía que el libro había sido escrito desde una mentalidad muy escandinava. Sentía que me estaba sumergiendo en algo que podía mantener mi mente ocupada, no necesariamente la de muchas otras personas. En realidad, me preocupaba más si debía imprimir 500 o 600 ejemplares del libro que si debía traducirse.

El libro tiene una dimensión existencial y filosófica. ¿Cree que ese aspecto lo conecta con preocupaciones compartidas a nivel más global?
Es difícil decirlo, ya que una siempre está atrapada en su propia perspectiva, pero la idea de una persona detenida en un solo día me provocaba tantos pensamientos que simplemente no podía deshacerme de ella. De hecho, traté de tirar mis notas sobre el libro porque pensaba que era una idea bastante tonta, pero seguía regresando con nuevo material para pensar. Al final me di cuenta de que la única manera de liberarme de ella era escribiéndola, y descubriendo qué contenía esa idea. Tal vez algunas de estas ideas son tan insistentes porque tocan algo que compartimos. Pero una nunca lo sabe, puede que solo sea una idea tonta que funciona en Hollywood, no en una novela.
En los 80 vivió y trabajó en la librería Shakespeare & Company, en París. ¿Cómo recuerda esa experiencia?
Estar allí fue increíblemente importante para mí. Conocí a mucha gente maravillosa, no todos terminaron siendo escritores, pero sí compartíamos un interés común por la literatura. Y en verdad dormíamos entre los libros, algo bastante extraño si lo piensas bien. Recientemente, al volver a visitar Shakespeare & Company, me di cuenta de cuánto he traído de esa experiencia al libro. Y ahora mismo, al escribir sobre ello, entiendo que incluso el libro 6, que acabo de terminar, tiene elementos que probablemente provienen de esa sensación de ser parte de una comunidad extraña, como la que experimenté en Shakespeare. Me hace muy feliz que Silvia, a quien en ocasiones cuidaba cuando tenía un par de años, mantenga vivo ese lugar. No puedo entender que hayan pasado más de 40 años desde entonces, pero supongo que así es el tiempo, con toda su extrañeza.
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