Editorial

La difícil negociación para la paz en Ucrania

En los últimos días se han dado pasos valiosos para poner fin a la guerra en ese país; sin embargo, ha quedado claro que el proceso no será fácil y que, de avanzar, los costos de un eventual acuerdo serán altos.

Luego de varios días en que pareció encenderse una luz de esperanza sobre la posibilidad de avanzar hacia una eventual negociación para sellar un acuerdo que ponga fin a los más de tres años y medio de guerra en Ucrania, en los últimos días volvieron a levantarse interrogantes sobre el rumbo del proceso, ante las señales confusas de Moscú. Pero pese a ello, no cabe duda de que los pasos dados en los últimos días son los más relevantes realizados hasta ahora por los distintos actores involucrados en la búsqueda de una solución al conflicto.

La cumbre del presidente de Estados Unidos y de su par ruso en Alaska fue, por ejemplo, el primer encuentro entre ambos desde la cita en Helsinki en 2018, durante el anterior mandato de Donald Trump y la primera vez que un mandatario estadounidense se reunía con Putin desde el inicio de la invasión a Ucrania.

Y más allá de que el encuentro represente un triunfo para el presidente de la Federación Rusa, al lograr sacudirse parcialmente de su condición de paria de la comunidad internacional, permitió un primer acercamiento para intentar conocer de primera mano las condiciones del líder ruso para acabar con el conflicto. Es cierto que sus actuaciones en los últimos años, desde la anexión de Crimea en 2014 hasta la invasión de Ucrania en 2022 despiertan legítimas dudas sobre su verdadero compromiso con la paz. No se puede descartar tampoco que lo sucedido en Alaska sea solo otra estrategia del líder del Kremlin para ganar tiempo. Sin embargo, es un hecho evidente que la cita activó al menos el más claro y consistente esfuerzo que se ha llevado a cabo hasta ahora para avanzar hacia la paz.

El proceso -si logra efectivamente prosperar, pese a las interrogantes de los últimos días- ha despertado, sin embargo, dudas sobre los eventuales costos que podría tener la anhelada paz. Vladimir Putin dejó claro en Alaska que no está dispuesto a retrotraer el mapa de su frontera con Ucrania al 23 de febrero de 2022 y menos aún al de inicios de 2014, antes de la anexión de Crimea. Al contrario, aspira a anexar al menos dos regiones completas de Ucrania. Por ello, cualquier negociación partiría de la base de que la integridad territorial de Ucrania no va a ser respetada, lo que instala un serio precedente para la legalidad internacional. No solo se viola el principio de la integridad territorial, sino que se termina también validando el uso de la fuerza para alterar las fronteras, un hecho que retrotrae al mundo a los años previos a la Segunda Guerra Mundial.

La aceptación o no de esas eventuales condiciones recaerá finalmente en Ucrania, aunque el presidente Zelensky tiene claro que una medida de ese tipo exige, por mandato constitucional, una consulta ciudadana y hoy cerca del 80% se opone. A eso se suma que cualquier acuerdo, como quedó claro el lunes pasado en la cita de los líderes europeos y el presidente de EE.UU. en la Casa Blanca, pasa por establecer garantías claras de seguridad, que aseguren el cumplimiento de lo acordado. Si bien Moscú no parece dispuesto a aceptarlas, sin ellas, no solo se aleja cualquier posibilidad de que Ucrania se allane a firmar la paz, sino que tampoco se asegura que Rusia no emprenda a futuro acciones similares a las que realizó en ese país en otras partes de Europa, como ha advertido en forma reiterada el presidente francés Emmanuel Macron.

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