Columna de Óscar Contardo: Peligro de extinción

Hay cosas que sencillamente desaparecen. Aparatos que un día eran parte del paisaje, de la vida de todos, incluso del lenguaje cotidiano y que sigilosamente pierden su lugar en el mundo, se esfuman, como el estampado de una camiseta vieja que se destiñe y que presagia que pronto la prenda servirá de estropajo antes de ser tirada a la basura. A veces es mejor no tener conciencia de que esas cosas suceden, porque pensar en ellas nos acerca a nuestra propia irrelevancia, a nuestra propia muerte. Es mejor quedarse con la anécdota inesperada que surge en una conversación y que obliga a tomar conciencia, como por casualidad, de todo lo que ya no existe, pero en algún momento existió y era tan concreto como respirar, así de importante.
"¿Qué es el discado directo?" me preguntó hace unos meses una persona demasiado joven como para haber usado un teléfono con disco. Le expliqué en qué consistía el origen de la expresión y, de paso, le comenté que había personas que usaban el verbo "discar" cuando se referían a marcar un número. Aproveché de darle un barniz de historia del siglo XX contándole que en otros tiempos, los de mi infancia y juventud, era usual memorizar los números de teléfono más importantes, porque no existían memorias digitales ni marcador automático. En provincia no era muy difícil recordar hasta 10 números telefónicos sin problemas, porque la cantidad de líneas era tan pequeña que había secuencias de solo cuatro, tres o dos números que se le dictaban a la operadora encargada de conectar las llamadas en donde no había discado directo. Avancé en el tema, como quien necesita traspasar una información que si no se saca fuera, se pierde, una criatura en extinción que podría pasar al olvido. Recordé que tuve un profesor de matemáticas que cuando se refería a alguien moreno, lo comparaba con un teléfono, porque hasta entrados los años 80 en todo Chile los aparatos eran negros. A nadie le parecía gracioso, pero el profesor celebraba su propio ingenio con risitas ácidas. Las tecnologías tienen repercusiones insospechadas en la gente, agregué, ilustrando que el mero hecho de hablar por teléfono en algunos casos se transformaba en un pasatiempo. Andy Warhol, por ejemplo, llamaba a sus amigos a diario, aunque no tuviera nada que decirles, y Pedro Lemebel podía permanecer horas pegado al auricular (otra palabra de pasado) comentando los sucesos del día con sus amigos. Tan relevante había sido el discado directo que dos de mis películas favoritas -Intriga internacional, de Hitchcock, y Mujeres al borde de una ataque de nervios, de Almodóvar- perderían sentido si se eliminan las escenas de teléfonos, dictaminé.
Aparatos que ya no existen. Universos que se evaporan.
¿Han pasado frente a algún quiosco últimamente? Yo a diario, y casi no hay portadas de revistas en exhibición. En Santiago nunca hubo muchas, o al menos no tantas como las de un quiosco de Buenos Aires o Madrid, pero incluso en la época del discado directo hubo más. Internet, la banda ancha y los smartphones no solo jubilaron los viejos aparatos de comunicación, sino una manera de entender el mundo y la forma en que nos relacionamos con las noticias, la materia prima de los medios de comunicación, ese artilugio humano que moldeó nuestras vidas durante el siglo XX hasta tal punto que se crearon oficios y disciplinas universitarias para formar especialistas en el tema. Leer las noticias, escuchar o ver el noticiero eran un rito doméstico al que se le dedicaban momentos específicos del día. Esa ritualidad se esfumó y con ella un negocio que se sostiene en el avisaje y que buscó en las nuevas plataformas una vitrina segura.
Esta semana, el New Yorker publicó un largo reportaje sobre un pueblo del interior de Estados Unidos en donde desaparecieron los diarios locales. Un extenso y delicado texto que leí (en su versión on line) en donde se detallan los cambios, a veces imperceptibles, en una comunidad cuya convivencia ha sufrido los vaivenes de la política y la transformación de las nuevas tecnologías. Uno de los entrevistados explica en un momento la situación: "La mayoría de la gente no quiere que la confundan con los hechos". En esa área del país, Donald Trump triunfó en las pasadas elecciones. Vale la pena decir que el artículo se titula "¿Qué sucede cuando las noticias se han ido?" y es parte de una serie llamada El futuro de la democracia.
Esta semana varios medios chilenos tuvieron que despedir trabajadores, muchos de ellos reporteros de gran talento y experiencia, en un proceso de ajuste que se ha extendido en el tiempo. Todo esto sucede de cara al próximo plebiscito de abril, el momento político más importante en 30 años. Puedo imaginarme un mundo sin smartphones, ni redes sociales, pero no una democracia sin prensa, al menos no una tal y como la conocemos. Aunque tal vez sea posible y solo se trate de mi temor a estar siendo testigo de mi propia extinción, contemplando el ocaso del mundo en el que mi oficio y el de mucha gente que admiro tenía un lugar y un propósito.
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