LT Domingo

Cuando muere una detective: la historia de la segunda mártir mujer de la PDI

Valeria Vivanco quería resolver crímenes y por eso nunca se restaba del trabajo en terreno. Incluso si eso significaba ponerse en riesgo, como ocurrió la semana pasada en La Granja.

El pasado martes, Valeria Vivanco, la segunda mártir mujer de la PDI y la número 57 desde la fundación de la institución, fue despedida en grande por sus compañeros.

El último día de Valeria Vivanco (25) fue más pesado de lo normal. Su turno, que debía comenzar a las 20.00 del sábado 12 de junio, hasta las 8.00 del domingo, se alargó hasta la tarde por una serie de homicidios que ocurrieron en un mismo día y que no podían quedar sin investigar. A las 20.40, minutos después de llegar a la Brigada de Homicidios Metropolitana junto a otros nueve compañeros del turno de noche, había fallecido una mujer de 21 años en Puente Alto, cerca de Bajos de Mena. La causa de muerte, según consta en su certificado de defunción, fue por múltiples heridas torácicas a causa de un proyectil. Y había que resolver quién le había disparado. Casi al mismo tiempo que eso ocurría, recibieron otro llamado para avisar de un parricidio en La Granja, y luego uno que alertaba de un homicidio en La Pintana.

Entre tanto trabajo, Vivanco pasó de largo esa noche: tuvieron que dividirse los tres casos y ella, junto a otra funcionaria de su equipo, fueron a hacer diligencias en los últimos dos. “Esa noche salimos como a las 23.00 de la unidad, regresamos a las 4.00, tomamos declaraciones, luego volvimos a salir y así. No hubo tiempo de ir a dormir”, recuerda su compañera de turno.

Ya en la mañana, Vivanco junto a su equipo tenían identificados dos vehículos que habrían participado en el homicidio de la mujer de Puente Alto, gracias a las grabaciones de una cámara de seguridad. Esa prueba sirvió para definir el radio de calles por las que, por la tarde, saldrían a realizar el operativo de búsqueda en la comuna de La Granja, pues ahí era donde estaban domiciliados ambos autos implicados.

Para Vivanco, esta no era cualquier investigación. En los casi tres años que llevaba como funcionaria de la Policía de Investigaciones (PDI), resolver crímenes complejos era su mayor desafío y lo que más le gustaba. Ya había logrado sacar uno el año pasado en la comuna de Recoleta: algo que no era común dentro de los compañeros de su promoción, pues quienes querían hacían labores más administrativas. Para ella, esta era una oportunidad para resolver en terreno lo que tantas veces había intentado hacer en su corta carrera.

Antes de subir al auto, conversaron todos los antecedentes con el equipo en una reunión que tuvieron a las 13.30 con el subprefecto Eduardo Haro, de la Brigada de Homicidios Metropolitana. A esas alturas del día, Vivanco llevaba más 15 horas seguidas trabajando. Pero, pese al cansancio, esta salida era importante. Haro recuerda esos últimos minutos: “Ella andaba vestida con su uniforme corporativo. Se fue a cambiar de ropa, a ponerse su pinta más de calle. A las 14.00 salí a almorzar y ellos partieron. Fue la última vez que la vi”.

La memoria de Karim

Valeria Vivanco Caru era la tercera de cuatro hermanos de una familia en Quilicura. A sus 18 años, en 2015, ingresó a la Escuela de Investigaciones Policiales. No era la única en su familia que era parte de la institución. Juan, su hermano menor, hoy está a cinco meses de egresar como policía.

Cuando Cynthia Urzúa entró con Vivanco ese 2015, recuerda haber conversado con ella sobre sus motivaciones. “Siempre quiso estar en la Brigada de Homicidios, le gustaban todas estas series de crímenes. Había una en particular, no recuerdo el nombre, pero que le encantaba, y al protagonista lo tuvo un año de fondo de pantalla”, cuenta ella.

Quizás por eso la recuerda como una de sus compañeras más arriesgadas. Dice que “le gustaban los allanamientos, los ejercicios de combate y de defensa personal”. Prueba de ello fueron las ganas que mostró, posteriormente, de asistir a operativos y resolver casos, además de sus calificaciones finales que la llevaron a ser brigadier. Esa distinción sólo se reservaba para quienes eran escogidos por su buena conducta, lealtad y disciplina.

Pero Vivanco era mucho más que una buena alumna y policía. Bien lo sabe Urzúa. Ella no solo era su compañera de promoción, también estaba en la misma sección y compartían la misma pieza de domingo a lunes. En ese periodo se fueron conociendo: “Ella era muy rápida. Dejaba todo desordenado, pero siempre era de las primeras en estar lista. A mí, en cambio, me costaba estar lista en las mañanas. En uno de esos días en que estaba atrasada, Valeria -sin conocernos mucho- se echó un puñado de gel en la mano y me ayudó a hacerme la cola en el pelo. Así pude llegar a la hora. De ahí que fuimos agarrando un poquito más de confianza: me pedía que la pintara, yo le echaba las sombras, y así nos fuimos acercando hasta formar nuestro grupo de amigas con otras dos compañeras”.

Mientras estudiaba, Felipe Sammur, su inspector académico en ese entonces, fue notando ese compañerismo y ganas de aprender. Sobre todo porque Vivanco tenía una habilidad especial a la hora de resolver casos. Lo notó una vez que les encargó un ejercicio en terreno a sus alumnos: averiguar el nombre completo y lo que iba a hacer en el día una persona cualquiera de la calle, sin decir que eran policías. De todos quienes lo intentaron, Vivanco fue la única que cumplió con el objetivo, dice el inspector académico. “Tenía esa capacidad, desde pequeña y sin una formación acabada, de saber cómo poder encontrar detalles que marcasen la diferencia para encontrar pistas. Y eso no es común, tampoco lo era su capacidad de describir cosas”.

En todos sus años en la institución, Sammur guardaba un recuerdo especialmente doloroso. Karim Gallardo, la única mujer de la PDI asesinada en un procedimiento, había sido compañera suya. A pesar de que han pasado 10 años, aún tiene fresco el recuerdo de cuando se enteró de su muerte: “Había estado con Karim en la unidad dos horas antes. Nos saludamos, de ahí yo tuve que salir. Mientras íbamos en el auto llegando a Huechuraba, una persona interrumpió la programación de la radio Biobío para decir que había dos detectives muertos en San Bernardo. En ese mismo momento dieron los nombres. Una era mi compañera”.

Gallardo murió por un traumatismo de cráneo encefálico y torácico abdominal tras recibir cuatro disparos por la espalda, mientras patrullaba en el barrio industrial. Iba con otros tres policías y no llevaba armas o chaleco antibalas. En un momento los detectives controlaron a dos autos. Desde uno, una camioneta roja, salieron los disparos que terminaron con la vida de ella y del subcomisario Marcelo Morales.

El pistolero era Ítalo Nolli, por ese entonces el delincuente más buscado del país y con varias causas por compra y venta de cobre robado. Ese 23 de marzo de 2011, era él quien conducía la camioneta roja. Tras el asesinato, Nolli fue perseguido por un operativo policial que terminó con su muerte en el centro de Santiago. La moraleja de ese caso es difícil de digerir para los detectives. Porque en el hampa hasta hoy se recuerda la carrera criminal de Nolli y lo único que queda de Karim Gallardo, muerta a los 27 años, es una plaza con su nombre en San Bernardo.

Una carta perdida

La declaración judicial de uno de los funcionarios que ese 13 de junio iba con Valeria Vivanco en el vehículo policial señala esto: que mientras patrullaban por La Granja alrededor de las 16.00, se cruzaron con un vehículo con características similares al que buscaban por el homicidio de una mujer en Puente Alto. Como ese auto no contaba con la patente delantera, decidieron corroborar su placa trasera. Fue ahí que se percataron de que era el vehículo que buscaban, así que decidieron seguirlo por unas cuadras.

“Logramos ver que había dos sujetos en su interior. No obstante estos deben haber advertido la presencia policial e intentaron darse a la fuga, por lo que el subcomisario que se encontraba manejando logró darles alcance y cruzar el vehículo frente a estos sujetos”, describe la testigo que aparece en la carpeta de investigación del caso.

Vivanco, quien venía de copiloto y sin chaleco antibalas, fue una de las que se bajaron primero a realizarles el control de identidad, en calle Las Parcelas con Santo Tomás. Uno de los funcionarios que estuvo en el operativo policial recuerda que lo que vino después ocurrió demasiado rápido: “Como yo estaba en el asiento de atrás, me bajé por el lado izquierdo del auto, y la subinspectora Vivanco, por el derecho. Apenas escuché el disparo, me di la vuelta y ella estaba en el piso y los detenidos se habían dado a la fuga. En eso con mi compañero la tomamos y la llevamos en brazos hasta el hospital”.

De acuerdo a su certificado de defunción, Valeria Vivanco falleció en el Hospital Padre Hurtado, donde llegó con un paro cardiorrespiratorio, por un trauma torácico tras el impacto de un proyectil único sin salida. Era la segunda mártir de la PDI y las circunstancias de su asesinato se parecían demasiado a las de Karim Gallardo. Por eso es que cuando se enteró de su muerte, Felipe Sammur sintió que ambas historias no eran muy distintas.

Los dos formalizados por su asesinato fueron detenidos un día después. Son Miguel Alejandro Caniupán, de 19 años, quien tenía antecedentes por tráfico de drogas, y un adolescente de 17 que había sido detenido antes por infracción a la ley de tránsito. En la audiencia del control de detención, fijaron un plazo de investigación de 180 días.

Eduardo Haro, jefe del grupo en el que trabajaba Vivanco en la Brigada de Homicidios, reconoce que no será fácil recuperarse de esta muerte. “Nadie está preparado para algo así. El vacío que deja ella es enorme”. Prueba de ello fue cómo la despidieron sus colegas en el funeral. A la salida de la misa el martes pasado, en la Escuela de Investigaciones Policiales, salieron más de 100 compañeros de promoción y miembros de la Brigada de Homicidios, quienes, en silencio, formaron un cortejo para despedirla y ver pasar la carroza mientras sonaban las sirenas de los carros policiales.

El homicidio de Valeria Vivanco conmocionó a la opinión pública. No era sólo la violencia de su muerte, sino lo joven que era. “Ver durante estos días las muestras de cariño de tantos chilenos y chilenas, a lo largo del país hacia lo que representaba Valeria, en cuanto a valores institucionales como la justicia, valentía y el honor, nos emocionaron”, dice el director general de la Policía de Investigaciones, Sergio Muñoz.

Ese mismo día se supo otra cosa: una amiga del pasaje en donde vivía Vivanco junto a su familia dijo a los medios que la detective había dejado una carta de despedida. “Fue en un momento que me mandó un audio y me dijo, ‘en la billetera yo tengo una carta, en caso de que me pase algo, tú di que yo tengo una carta’”, comentó en Mucho Gusto, de Mega.

Desde la Fiscalía Sur aseguran que no se tiene conocimiento de la existencia de esa carta. En su familia tampoco lo sabían y, desde la PDI, sostienen que en la revisión de sus documentos personales no se encontró ningún documento en su billetera. Pero tampoco descartan que exista: “Quizás no la tenía a mano o la escribió en su momento y se perdió”, dice un funcionario.

Y es que no sería extraño. Mal que mal, su amiga recuerda lo que le dijo Vivanco en esa última conversación: que sabía que ella corría riesgo.

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