Art & Foods: el ritual de la comida
La muestra en el museo La Triennale revisa, desde todas las manifestaciones creativas, cómo nos hemos relacionado en los últimos 150 años con el mundo de la alimentación.
Nutrirse, comer juntos, alimentarse, celebrar en torno a la mesa. La historia de la alimentación es la de nuestra especie. Se entreteje entre utensilios, modas publicitarias, electrodomésticos y espacios para compartir, bares, comedores y cocinas.
¿Qué vajilla se utilizaba a inicios del siglo XX en París? ¿Cómo era el Cabaret Voltaire en Zúrich -donde nace el dadaismo- o un café vienés en plena época de la Secesión? Art & Food, la exposición en La Triennale de Milán, no olvida nada. Objetos, ambientes, música, películas y publicidad de la época, gráfica, plástica, fotografía y escultura. La muestra provoca una inmersión total, un viaje en el tiempo, fantástico, desde 1851 -año de la primera exposición universal en Londres- hasta hoy -Exposición Universal en Milán-, pasando por los momentos más altos de nuestra historia.
Un comedor del 1800, muy conservador y señorial, abre el recorrido junto a una vidriera que expone la magnífica y variada platería del período, mientras de fondo suena un vals que ayuda a deslizarse con gracia por los pasillos -si se cierran los ojos hasta se siente el olor a antiguo de los objetos-.
En esta primera parte se recrean escenarios de comedores, cocinas y cafés; pinturas y piezas icónicas como los cubiertos de Charles Rennie Mackintosh de 1902, pinturas de Monet, o una mesa puesta exquisitamente con los cubiertos de Josef Hoffmann, de la Wiener Werkstatte, y los platos y vasos Judgenstil de Kolomann Moser. Más adelante, un café perfectamente ambientado transporta a la Viena de Klimt, de Otto Wagner, del mismo Hoffmann, esa atmósfera con resabios de elegancia de un mundo antiguo que ya no existe fundido con el incipiente arte moderno que abre las puertas a todo el nuevo lenguaje del siglo XX y las vanguardias.
Un comedor cubista checo en dos tonos juega con la geometría, un comedor futurista se empina anguloso queriendo expresar movimiento y velocidad. Los muebles de cocina diseñados por Le Corbusier en 1955, para la famosa unité d’habitation de la Cité Radieuse, también están presentes; en fin, tanto que ver y oír, porque entre un set y otro a medida que se avanza en el tiempo se pueden ver también cortos de cine de las vanguardias artísticas y de cada período. Y si todo eso no bastara, el cierre está a cargo de Jean Prouvé y su “Maison des Jours Meilleurs”, un proyecto de los años 50 de viviendas de emergencia equipadas y destinadas a homeless, que ya quisiera uno tener en estos días.
La siguiente sección, dedicada a la segunda mitad del siglo XX, se recorre entre cafeteras de metal, gráfica publicitaria colorida, arte, electrodomésticos e instalaciones. El plástico en todas sus formas, ya sean los servicios para pasajeros de las líneas aéreas o la silla Panton abren paso al pop art y los años 50, 60, las clásicas latas de sopas Campbell’s de Warhol, el cartel de Electric Eat de Robert Indiana o el tenedor gigante de Oldenburg (de los 90) no quedan mal junto a un refrigerador de Coca Cola, en una época llena de burbujas, acrílicos y estética de masas.
Y de esa ligereza se pasa a un plato fuerte: Witkin, Mapplethorpe, Michiko Kon, fotografía, blancos y negros densos, pesados, son los años 80 y 90 ya, con un sabor un poco más pesimista y desencantado; las instalaciones de Kounellis, la fotografía de Vanessa Beacroft, de Andrés Serrano o las performance body art de Marina Abramovic en el video La Cebolla. Todas piezas que invitan a pensar, como la última sala que cierra la muestra. La Casa de Pan de Urs Fischer, Sleeping Dogs de Oppenheim, o “99 cent II” de Andreas Gursky, obras fuertes, brutales, que cuestionan un tema también brutal: el derecho a la comida, su despilfarro y carencia, un tópico que se supondría atravesaría toda la Expo Universal, pero que al menos está presente en este, su único pabellón en la ciudad, fuera de la feria, uno de los más interesantes y contundentes.
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