Hace rato andábamos detrás del fotógrafo Tomás Munita, pero su agenda no había permitido que lo concretáramos, y después de la última feria Ch.ACO, donde estuvo mostrando su trabajo,  volvimos al ataque. Reconozco un poco de obsesión con sus fotos, que no solo han ganado premios y reconocimientos internacionales, sino también han graficado la realidad y muchas veces la dureza de los temas que le ha tocado cubrir. No son fotos ‘lindas’ en el sentido clásico del concepto, pero sí reales, potentes, llenas de emoción; al menos a mí no me dejan impávido y creo que su belleza va por ahí: temas contundentes tratados gráficamente de manera magistral. El dicho “una imagen dice más que mil palabras”, en la obra de Munita no puede ser más cierto; como él mismo lo dice, trabajar para dos medios como son The New York Times y National Geographic no solo le da los recursos para hacerlo de buena manera, sino, y quizás más importante, el tiempo para desarrollar un trabajo de primer nivel. Porque en el momento actual, cuando todo es inmediato y para ayer, olvidamos que para desarrollar una idea, un proyecto, un concepto, hacerlos evolucionar de menos a más, transformar algo etéreo, fugaz, en concreto y de peso requiere tiempo, maduración. Las buenas cosas no ocurren de manera espontánea ni por magia, sino después de horas, días o meses de intenso trabajo.

También relacionada con el tiempo es una de las dos casas internacionales de este número; su nombre, “Casa Invisible”, ya nos da una clave de la intención de los arquitectos detrás de este concepto. Una casa que se acopla al paso de las estaciones, al avance del día, fundiéndose con el paisaje de manera casi mágica. Este módulo no se esconde o hunde para desaparecer y dar paso al horizonte, lo hace bajo otro concepto, el de reflejar y así pasar a ser anónima; niega su identidad, pero eso mismo la hace tan potente. Una idea simple y genial con un resultado que varía cada día y en cada estación, mutando al ritmo de su entorno.