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El auto

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Siendo un gran invento en sus inicios, nunca se pensó que se convertiría en un gran problema, siendo una plaga casi imposible de controlar. Los autos por su cantidad han destruido las ciudades, quitado la tranquilidad, anulado la vida de barrio, restado espacios peatonales, causado muertes, insomnios, robos, diversos impuestos, seguros varios, más muchos gastos impensados... Prácticamente nada bueno. Además constituyen un pésimo negocio: no son para nada rentables, ni siquiera es bueno heredarlos. Aun así, se los prefiere, es la inversión más deseada después de la vivienda propia. Hasta ahora, y de acuerdo a lo visto en el exterior, el auto está lejos de desaparecer, ya han aparecido versiones a gas, solares, eléctricas, híbridas, con hidrógeno, diésel y otras tantas en desarrollo (según se dice para salvar el planeta).

Todas las medidas paliativas quedan a medias: las autopistas urbanas, rotondas, pasos a diferentes niveles, túneles, semáforos sincronizados, quedan al corto tiempo inútiles, incluyendo algo denominado ‘smart-cities’, que suena atractivo en principio.

Ha habido diversas modalidades para reducir su uso (restricciones a los no catalíticos y posiblemente a los catalíticos, retiros por antigüedad, vías exclusivas, peajes urbanos, estacionamientos caros, patentes caras, malabaristas), pero ninguna ha dado el resultado esperado. Hasta ahora su sobreabundancia ha sido la mejor modalidad para controlar su empleo, pues ha llevado a usarlos a otras horas, emplear otras rutas, a hacer  ‘turnos’, autos compartidos, ordenar los recorridos diarios, fomentar el uso de bicicletas, cambiarse de vivienda, trabajar en la casa, usar más internet. Por otra parte, las reuniones se fijan a horas contemplando las demoras por tráfico, los edificios se diseñan de acuerdo al tamaño del estacionamientos (2.5 x 5.0 m para modular estructura y poder así colocar más autos en los subterráneos), las vacaciones se programan en días y horas de menor tránsito, las carreteras se organizan según la demanda (3x1, 4x0, etc.), entre otras. De hecho ahora se vive el cómo optimizarlos; no es lo humano lo que manda, sino que es esta máquina la clave de la vida.

Quizás las mejores estrategias de todas son las vacaciones y los fines de semana largos: al menos de Santiago se van muchísimos autos (debieran existir más días libres).

Dada esta tendencia, lo ideal sería reducir el tamaño de ellos, ojalá su largo máximo sea de 4.0 m, debería estar prohibido el uso de grandes vehículos al menos en las ciudades; estos debieran usar estacionamientos especiales y más caros, pagar peajes y patentes más altos, como lo exigido para camiones y buses; así se podrían estacionar muchos más autos, en las calles podrían circular más, las filas serían más cortas, habría también reducción de energía y de emisiones de gases. Por otra parte, su velocidad máxima debiera ser 120 km/hr, mas no tiene sentido (no está permitido en ninguna parte) eso de 0 a 100 km/hr en 3 seg., es una estupidez innecesaria digna de país subdesarrollado. Finalmente se recomienda comprar los baratos, pues igual estará en un taco y nadie se fija en su auto.

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