El refugio de un aventurero
Después de haber compartido años con leyendas de la musca chilena como son Los Jaivas, de haberse codeado con otros grandes como los Rolling Stones en Francia, de haber estado en los frentes de Nicaragua y el Golfo, de haber intervenido en exitosos programas de televisión y películas, el dueño de esta casa encontró una llamita en su interior y el lugar para disfrutar la paz que le trajo.
El dueño de este departamento ha vivido tantas cosas, tan emocionantes, que es como si hubiera tenido muchas vidas.
Una transcurrió en París, y en ella era parte de los equipos que montaban los conciertos de todos los grandes músicos que giraban por Francia. Era un trabajo duro, pero a los 24 años no le importaba; podía estar cerca de Genesis, Yes, Rolling Stones, Queen, Prince y Sting. Llegó ahí porque dijo una pequeña mentira a Eduardo y Gabriel Parra seis meses después de conocerlos a la salida de un show de Los Jaivas. Cuando le preguntaron si sabía algo de sonido, él, que estaba recién egresado de publicidad, que con suerte sabía prender el televisor, dijo que sí. Cargó sus equipos en las presentaciones por el centro, el norte y el sur de Chile; siguió con ellos a Perú y a Argentina, donde la banda recibió una invitación a la Unión Soviética. “En 1983 era muy difícil entrar. Hicimos más de 50 conciertos. Pasamos por los teatros del Kremlin, de Kazajistán, Mongolia, Lituania. En el tren llevábamos equipos de filmación que compramos e hicimos una película muda, ‘Doble intriga en el Scandinavian Express’. Los cinco músicos y los tres técnicos éramos los personajes”, recuerda este aventurero en el amplio y bien iluminado living de su casa; detrás suena el canto de los pájaros que mantiene en una gran jaula junto al ventanal.
“Los Jaivas fueron grandes maestros, no solo en términos profesionales, dándome herramientas que me sirvieron para la vida, también en la parte humana”, dice el dueño de casa, agradecido de haber trabajado y vivido con ellos en Francia por siete años.
En la siguiente vida le tocó vestir muchas veces camisetas que decían ‘Soy periodista, por favor no me mates’. Comenzó cuando, después de estudiar comunicación visual a través de la fotografía, en Francia, la cadena de contactos que hizo durante un año consiguió ponerlo en un batallón de lucha sandinista en Nicaragua. Él cree que se debió a la inconsciencia de la juventud, pero nunca sintió miedo, a pesar de que caminaban de sol a sol por una selva inhóspita, cruzaban ríos con el agua hasta el cuello, dormían en hamacas, a veces bajo la lluvia, solo para encontrar al enemigo, los Contra. La respuesta a la pregunta ‘¿Quién vive?’, eran ráfagas de balas, morteros y amenazas como ‘¡Te voy a degollar!’ a solo unos árboles de distancia.
Se restableció en Chile durante los últimos años de Pinochet. Ya con mujer e hijas siguió trabajando como corresponsal. Cubrió la Guerra del Golfo, las FARC, Sendero Luminoso y muchos otros conflictos. Hasta que camino al aeropuerto, rumbo a Perú para documentar la toma de la embajada japonesa por Tupac Amaru, dijo “ya no más”.
Se dedicó exclusivamente al estudio de grabación y posproducción que abrió con un socio, de donde salían comerciales, programas de televisión y películas. Ahí recibió el encargo que lo llevó a la vida que lleva ahora: un sacerdote quería hacer una dramatización, una especie de radioteatro sobre los evangelios. Entre biblias y libros religiosos día y noche, durante un año y medio, se sintió llamado a algo nuevo.
Poco tiempo después de instalarse en este departamento comenzó a trabajar como director de marketing de una fundación educacional, sostenedora de un colegio al que asisten alrededor de mil niños de escasos recursos o en riesgo social. “No veo tanta diferencia entre las cosas que he hecho. Se entrelazan de alguna manera. Hasta los 47 años solo había entrado a la iglesia para matrimonios y funerales. Me confirmé y encontré sentido a todo lo que había hecho antes. Más que tranquilo, siento que he encontrado esa llamita interna”, dice él.
Sin llegar a verse étnico, aunque sean pequeños, en su departamento abundan los objetos que trajo de sus viajes por lugares lejanos y exóticos, como una seda Saudí o figuras de Nepal. También hay recuerdos como un ángel que estaba en la casa que compartió con Los Jaivas, la primera mesa de su madre o el bastón de su abuelo. En los viajes adquirió también el gusto por las alfombras, que acá cubren la mayor parte del piso. Todo tiene historia. Los cómodos sillones y otros asientos dispuestos en torno a una mesa baja invitan a conversar, algo que al anfitrión le encanta y que hace, podemos asegurarlo, extremadamente bien.
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