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Érase una vez

Una casa humana, apetecible, vívida y golosa. Una casa inmensa entre paltos y naranjos, entre cerros y un cielo glorioso. Una familia numerosa. Una hija que a la vez es la arquitecta de la casa. Esta casa en Mallarauco... una historia tentadora.

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La historia dice así. Se trata de una familia grande, dueña de un predio de 30 hectáreas en el valle de Mallarauco, en la provincia de Melipilla. Predio donde, desde hace siglos, cultivan abundantes paltos y naranjos. Así llegó el día en que la abuela de este clan de mujeres -son cinco hermanas- murió, y murió aquí, en Mallarauco, en su casa construida por el arquitecto chileno Pablo Burchard. Y desde esa fecha las hermanas unieron sus cabezas, y como un ejército en pie de guerra decidieron restablecerse en el predio. Fue así como la mayor se quedó con la casa de la abuela, y otra, no con menos suerte, se quedó con este terreno, donde Elisa Gil junto a Maximiano Atria, ambos arquitectos UC, se hicieron cargo del proyecto. Además de ser la arquitecta de la casa, Elisa es la hija de la propietaria, entonces el desafío se convirtió en el doble de difícil. Por un lado debía satisfacer las necesidades de esta mujer como cliente y, por otro, escarbar en la mujer que solo sus ojos de hija conocen. “No fue fácil. Había que imaginarse una casa ad hoc con el entorno, las vistas y hacerla con el afán de no alterar la producción. Es un lugar que históricamente para nosotros es muy importante, había que aprovecharlo lo mejor posible pero sin ser tan disruptivos.

La idea en esta casa era hacer una de campo. En este punto nos preguntamos qué es lo que es una casa de campo ahora, y qué es lo que es la casa típica de campo chilena -de 1 piso, casa patio, con corredores, cerradas en sí mismas-. Pensamos que el proyecto debía partir con una nueva visión de la casa de campo, una nueva aproximación, porque la cosa folklórica típica no se ajusta a la vida moderna”, señala la arquitecta sus directrices arquitectónicas

Respecto a sus líneas generales, en cuanto a su forma, más que una casa de campo típica tiene líneas de un lugar de acopio, de un establo o granero. “Es como cuando chica te hacían dibujar una casa, y uno hacía un cuadrado con un triángulo. Para que se hiciera aun más evidente esta condición, todas las ventanas se hicieron horizontales”, detalla Elisa.

El techo es de dos aguas. De piso a cielo, la vivienda tiene 8 metros de altura, para que hubiera vistas hacia los cerros. Lo más interesante del proyecto es que por un lado la casa es ciega, es decir, no tiene ninguna ventana, de nuevo aludiendo al establo. Del otro lado la casa es absolutamente transparente, repleta de ventanas, por las vistas. Por la amplitud hacia el campo.

“Los materiales que se usaron fueron ladrillos en la construcción de la casa, y el resto se dejó de un modo muy honesto, a la vista, como el fierro en las vigas en el cielo y en el corredor. Hay juegos de texturas. Cemento, madera, metal, esa es la ecuación de la casa”.

Cómo la vistieron

La familia que habita esta casa vivió mucho tiempo fuera de Chile -la mayor parte en México-, donde se acumularon la mayor parte de las cosas que visten el interior. Es una elección colorida y alegre, familiar. El verde es un color que abunda, en distintos tonos y versiones. Esta casa es un buen ejemplo de que no existen reglas para decorar, sino que la directriz te la va dando la vida, las vivencias. Se nota que aquí se reúne gente, que pasan cosas; risas, charlas, opiniones, libros, diferencias culinarias, opiniones de fútbol y de política.

Destaca el arte: cuadros de artistas como Nemesio Antúnez, Lotty Rosenfeld, Roberto Matta, Samy Benmayor, mucha artesanía mexicana, trapos bordados a mano de origen guatemalteco, paños sudafricanos, etcétera.

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