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Gran maestro

Nos adentramos al mundo privado del mueblista y restaurador Francisco Ingunza. Compartimos historias, sueños y hasta recetas de cocina sólo para descubrir que son esas, las cosas sin tantas pretensiones, las que transforman cualquier lugar en un cálido hogar.

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Al ver por primera vez a Francisco Ingunza uno podría pensar que es un tipo normal. Sencillo y sin falsas pretensiones, un hombre que de niño amó el campo, los caballos, las historias que se contaban en las viejas galerías, y que jugaba con los cinceles, tachuelas tapiceras, huinchas de cáñamo o tarugos de su abuelo materno, quien también, al igual que él, era mueblista. Desde esa época hasta hoy, toda una vida marcada por lo que cualquiera diría éxito profesional. Dice que ya cumplió, que es hora de que las nuevas generaciones tomen su lugar.

El camino que debía recorrer en su vida no estaba determinado desde el día que nació. Se forjó como él quiso, sin caer en estereotipos ni dejar de lado su modo afable ni su forma de ver las cosas. Todos lo reconocen por ser pionero en el reciclaje de muebles en una época que el Parque de los Reyes o Franklin no existían. Partió a fines de los 70 cuando todavía era chef de un reconocido restaurante de la galería Drugstore e iba a ayudar los fines de semana en el taller de teñidos de cuero de Ana María Lasarte y Mónica Oportot. En una ocasión pasó un carretonero y le compró varios muebles en pésimas condiciones para reciclar y restaurar.

Por sus manos han pasado miles de muebles. Son más de treinta años dedicados a esta noble vocación. Lo lleva en el ADN. Fue su mamá, y las historias de su abuelo materno, los que lo introdujeron a este oficio. Si uno le pregunta, no sabe muy bien cuándo aprendió a reconocer un mueble de buena factura. Sin embargo, admite que hay ciertos detalles que marcan la diferencia.

Llegó en 1978 al barrio Bellavista. Trabajó durante varios años en el Castillo Lehuedé y luego puso la tienda El Taller del Sofá, en Antonia López de Bello, en una época en que sólo existía el restaurante Eladio. Además fue uno de los gestores del Festival de Bellavista a principios de los 80, que no sólo marcó el inicio de Bellavista como barrio, sino que además posibilitó que años después enero se abriera a otras actividades culturales. “No pasaba nada en Santiago durante ese mes. Fue una revolución”, dice.

Su actual departamento, emplazado en el Parque Bustamante, justo al frente de los clásicos letreros publicitarios de neón de Monarch y Valdivieso -recientemente declarados monumentos históricos- es la síntesis de su vida, un dejo de sus antiguas moradas en Isla de Maipo y la Casa Roja. Aquí vive con lo que le gusta, donde cada uno de sus rincones relata mil y una historias de su familia y amigos. “Soy un hombre solo. No me imagino vivir sin ningún recuerdo. Desde niño me acompañan los muebles, en su gran mayoría chilenos, sin tanta pretensión ni tanto valor monetario, pero sí sentimental y de gran factura. Han sido cómplices de mi vida”, concluye Francisco Ingunza.

Obras de sus amigos artistas visten sus muros: Samy Benmayor, Matías Pinto D’Aguiar, Pablo Domínguez, Santos Chávez, Gonzalo Cienfuegos, Roser Bru, José Balmes, Keka Ruiz-Tagle, Alejandro Quiroga, Patricia Ossa, Gustavo Becerra, Francisca Délano y Sonia Etchart. (FOTO)

"Me encanta la audacia de la mezcla. No importa si tienes muebles ingleses con chilenos, victorianos con austriacos, o arte contemporáneo con clásico. Poniéndolos todo en esta olla el guiso sale perfecto. Se nota la mano", dice Francisco Ingunza. (FOTO)

La cocina fue lo único que transformó de este departamento. Anexó el área de servicio para dar mayor amplitud al espacio, algo vital para este amante de la buena mesa. (FOTO)

En su escritorio conserva otro de sus tesoros: fotografías familiares.(FOTO)

INSPIRACION
Arte, tradición y vanguardia se entrelazan en este departamento situado en el Parque Bustamante, demostrando que la ecuación perfecta es la que lleva nobles materiales, buena factura y eclecticismo.

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