MasDeco

La búsqueda de la suficiencia

El  Manzano es una pequeña comunidad en la Región del Bío-Bío. Allí un proyecto de vida se sostiene en la educación y la agricultura orgánica; una visión auto-organizada que genera grandes cambios en quienes viven la experiencia. MásDeco fue invitado a compartir durante 24 horas. la promesa de que la vida es posible con otro pulso.

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“Vivimos en la suficiencia, no en el exceso. Comemos rico, lo pasamos bien, estamos con nuestros hijos y, a la vez, catalizamos un montón de procesos de otras personas que vienen para acá, y cuando vuelven a su realidad lo replican a la escala que pueden”, dice Carolina Heidke apenas llega a su casa y se encuentra con el equipo de la revista tras haber ido a dar una conferencia a Chillán.

Esta filosofía de vida comenzó cuando los hermanos Carrión-Raby decidieron hacerse cargo del fundo que venía por herencia familiar. Así Javiera (agrónoma), la mayor de los Carrión, junto a sus hermanos Jorge (agrónomo) y José Antonio (técnico agrícola) se involucraron en un proceso que llevó unas tierras de difícil fertilidad al paraíso de la autosuficiencia.

El Manzano partió como un antiguo fundo agrícola de 700 hectáreas donde originalmente está la villa El Manzano. En 1900 era una antigua hacienda de la familia Fernández y en el año 30 se dividió. El abuelo materno de los Carrión compró parte de esta hacienda y la llamó Fundo El Manzano. “Ellos se dedicaron a la agricultura una vez jubilados. Luego, a finales de los 60, vino la reforma agraria, el campo se subdividió y mi abuelo se quedó solo con la reserva Fundo El Manzano, que son 120 hectáreas, de las cuales 80 son partes secas y de pino y alrededor de 30 hectáreas son de uso agrícola”, explica Jorge Carrión.

Cuando los tres hermanos eran menores venían aquí y esto era una parcela de agrado. “Cuando le tocó el turno, mi mamá junto a mi papá decidieron plantar gran parte del campo. Las 80 hectáreas las replantaron de bosques en los años 90”, cuenta Jorge.

El Manzano se ubica en una zona especial a la que uno accede después de andar 5 horas en auto desde Santiago. Lo llaman Las Arenas del Laja o Los Arenales del Biobío, ya que está formado por arenas volcánicas que vienen del volcán Antuco y están delimitadas desde el río Laja al Itata, y parte de sus fronteras colindan con las forestales Mininco y Arauco.

Mientras Jorge le explica a su hijo la tarea que le dieron en kínder, escuela que queda a pocos metros de la casa, comienza a explicarnos cómo partió todo. “Cuando con mi hermana estudiamos agronomía, desde el año 2000 empezamos a meter mano, ya que ni mi abuelo ni mi mamá tenían formación agrícola. Ahí nos empezamos a dar cuenta de la agricultura orgánica y en 2003 se plantó el huerto de arándanos, que tiene 5 hectáreas”, cuenta.

Ese huerto fue el que hizo la verdadera transición ya que partió como un huerto tradicional, lleno de químicos, asesorados por las grandes empresas exportadoras de fruta, y el 2007, ya con conocimientos del tema, los Carrión empezaron con el tema orgánico a fondo. “Ahí nos empezamos a meter en la agroecología, a entender que existía otra forma de agricultura. Probamos con el compostaje, dando a entender la idea de lo orgánico y por qué no lo sintético. Fue un proceso entretenido y de a poco fuimos haciendo el cambio”, cuentan.

De esta manera los arándanos que se dan hoy son producidos de forma orgánica y bajo los principios del comercio justo.


Cambio de vida

El 2007 Jorge estaba terminando un voluntariado en Bolivia de América Solidaria y Javiera estaba volviendo de Nueva Zelanda con su pareja, Grifen Hope, planificador y urbanista. Venían de haber hecho cursos de permacultura y ese fue el minuto en que decidieron entrar de lleno en esta materia y ponerla en práctica. Ese mismo año tuvieron la visita de David Holmgren, uno de los fundadores del concepto de permacultura, del hábitat sustentable, del diseño de asentamientos humanos sustentables. “Él fue el gran motor que nos dijo: aquí tienen todo para hacer todo. Estaban el campo y la familia”, dice Jorge. Esos eran los recursos básicos para empezar algo trascendental.

El 2008, ya instalados en El Manzano, armaron el primer curso de diseño de permacultura que tiene un formato internacional. Ahí llegó Carolina Heidke, ingeniera ambiental, hoy la esposa de Jorge. “Fue bien lindo lo que pasó, porque había una nueva generación que quería trabajar con  permacultura. De aquí salió lo que hoy es el Instituto Chileno de Permacultura (ICHP), que funciona en las diferentes regiones y cada una cuenta con su propia autonomía”, comenta Jorge.

Así se lanzaron con los cursos por todo Chile durante dos años. “Con la Caro armamos una vivienda demostrativa donde hoy vive mi hermano. Postulamos la casa a un proyecto de medioambiente y ahí comenzamos con el sistema de voluntariado”, cuenta Jorge.

Voluntarios

Desde ese primer curso de permacultura nació la rama de Educación para la Sustentabilidad del  Manzano, donde trabajan Carolina, Javiera, Grifen y Jorge, quien divide su tiempo entre esta área y la agrícola. Hacen cursos, talleres y asesorías a quienes estén interesados en rediseñar sus estilos de vida con todo lo que dicta la permacultura. El Manzano cuenta con un sistema de voluntariado donde quienes se inscriben trabajan seis días de la semana a cambio de comida, alojamiento y aprendizaje en acción. La idea es que vengan a aprender de lo que haya según la época del año. (www.elmanzano.org)

“Nosotros la llamamos educación para sustentabilidad porque son temas que tienen que ver con el quehacer humano y con el desafío que tenemos como sociedad de reinventarnos. Hacemos cursos de construcción, huertas, facilitación de grupos, liderazgo, y todos estos se han ido dando a medida que hemos armado el centro”, dice Carolina.

El voluntariado funciona durante todo el año y dentro de las bases es que deben quedarse mínimo un mes, porque es un sistema grande y complejo, y quien viene por menos tiempo no se entera de nada. Así, en un mes ya son capaces de autogestionarse en las labores que aquí se necesitan. El voluntario tiene que venir a ser parte de todo; tiene que cocinar, limpiar baños secos compostables, huertear, ayudar en la bioconstrucción o construcción natural, trabajar con niños, etc. “Las primeras semanas se cobran porque nos dimos cuenta de que mucha gente venía sin saber a qué venían. Por eso decidimos cobrar $3.000 por día las primeras dos semanas, que da un aprox. de $42.000 al mes por entrar al sistema de voluntariado. Con esa plata lo que hacemos es mover la comida y pagarle a la Doris, que es la que se encarga de la cocina”, cuenta Jorge.

Organización

El equipo El Manzano está formado por una familia que actúa como núcleo de una comunidad de aprendizaje que se auto-organiza para crear resiliencia, así lo manifiestan dentro de sus principios. Practican un vivir sustentablemente, educando para la sustentabilidad y organizando redes en la región. Son un centro de investigación “y desarrollo de buenas prácticas de vida sustentable, incluyendo energía, agua, desechos, alimentos, bioconstrucciones, huertas y bosques, etc.”, dicen.

Una parte es la rama educativa y la otra es la parte agrícola, que mantiene el terreno antiguo que trabajaban el abuelo y mamá de los Carrión pero donde hoy se produce todo bajo el concepto de lo orgánico.

Los arándanos de exportación es lo que les da los ingresos más fuertes junto con la parte forestal, donde a través de Sercotec crearon un aserradero móvil que les ha permitido talar los bosques que ya estaban maduros, y en vez de venderlos como trozos a la gran industria para celulosa están haciendo madera dimensionada que le da un valor agregado al bosque. “Así hemos generado una oportunidad de empleo para la gente de El Manzano y también para las personas que están construyendo en la zona que nos vienen a comprar madera a nosotros. Para nosotros como agrícola y forestal nuestro mayor objetivo es poder sostener a las familias que conforman la villa a través de pequeños empredimientos y parar el abandono de lo rural”, dice Carolina.


Regeneración de suelos

Después del 2010, con el concepto de la agricultura del carbono, tomaron en cuenta la realidad de estar asentados en los Arenales del Biobío con suelos secos que tiene poca materia orgánica. Esto provocó que idearan alguna forma para meter más materia orgánica a la zona por lo que empezaron a sembrar trigo. Querían más humus en el suelo y esto se puede dar sumando materia como compost, mulch (cubierta  protectora que se extiende sobre el suelo, principalmente para modificar los efectos del clima local ) o por las raíces de las mismas plantas.

“Creemos que la agricultura puede ser un aporte para la reducción del  Co₂ de la atmósfera, capturando carbono en las estructuras vegetales e incorporándolo al suelo a través de sus residuos. Así fijamos carbono, alimentamos la microbiología del suelo y hacemos una agricultura sana.

Capturar carbono en las estructuras vegetales ayuda a descontaminar, ya que el exceso de Co₂ es una de las principales fuentes de contaminación”, explica Carolina.

Mirando el mercado orgánico se dieron cuenta de que casi no existía la harina orgánica. Para esto rescataron variedades antiguas de trigo como el ‘7 cabezas’ o el ‘grano de oro’ que trajeron de los pequeños agricultores de la cordillera de la Costa. “Usamos trigo antiguo porque necesitábamos que se adaptara bien a la condición orgánica; estos son más altos, por lo tanto captan más carbono en su estructura y después eso se incorpora al suelo. Los trigos modernos están hechos para una gran cantidad de fertilizantes y agroquímicos, para un tipo de maquinaria específica y para que produzcan menos paja. A nosotros nos interesaba generar una gran cantidad de paja porque eso nos significaba más carbono acumulado en el suelo para desarrollar la microbiología del mismo”, describen. Entonces así comenzaron a producir trigo orgánico, que a su vez genera harina orgánica y al mismo tiempo mejora los suelos de la zona.

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Un día en El Manzano

La invitación es clara, el desayuno es a las 7.30 en el centro de reunión que se llama Coco (cocina comedor). Ahí nos juntamos todos y una vez listos se reúnen los voluntarios con el equipo de El Manzano a la 9.00 para repartirse las tareas, destinando a un encargado de cocina por día que tiene la misión de recoger lo que hay en la huerta y dedicarse a cocinar para todos. El resto de los voluntarios se va a la huerta y a la construcción natural. La otra coordenada que nos dan es que el almuerzo es a la 13.00. De a poco llegan todos de sus labores y comienza a generarse un ambiente delicioso que mezcla el aroma de lo que está en el horno, la risa de los niños que ya terminaron su día escolar y la música improvisada de un grupo de jóvenes entusiastas. Nos sentamos y todo fluye con una alegría y complicidad que solo lo da el estar en la misma sintonía. Personas de todas partes: argentinos, franceses, brasileños y compatriotas comparten esta experiencia. Algunos de ellos se han trasladado desde El Bolsón, en Argentina, donde trabajaron con la bioconstrucción y llegaron aquí buscando todo lo relacionado con la huerta y el trabajo de la tierra.

A las 15.00 se sigue en lo mismo o si no se cambia de planes según lo que diga el día. Las 20.00 se indica como el tiempo de comer y ahí queda la instancia para que los voluntarios compartan entre ellos, bailen, canten, vean películas proyectadas o se retiren a descansar. “Con lo que tenemos mucho cuidado es con los procesos personales que tiene la gente aquí. A veces es muy fuerte el salir de una vida cómoda e introducirte a una vida rural y vivir en comunidad. Por lo mismo, en el último tiempo estamos con apoyo de un psicólogo para que ayude en este proceso. Nos interesa que el voluntario se desempeñe en sus objetivos de aprendizaje, que ahí encuentre la veta a la que se quiere dedicar el resto de su vida, y salen de aquí con ideas mucho más firmes”, cuenta Carolina.



Sustentabilidad _x0007_en las acciones

En El Manzano existe una napa de agua muy alta, de ahí nació la idea de los baños secos compostables. El agua, el gran tesoro de El Manzano, la extraen de la napa que está a dos metros. “De aquí parte la conciencia de que todo lo que hagas sobre el suelo va a afectar esa napa”, afirma Jorge.

“El uso de un baño seco da un íntimo contacto con tu caca, y nuestra sociedad es bastante cacofóbica. Por lo mismo, intentamos que los voluntarios que llevan bastante tiempo hagan una vez, por lo menos, el tratamiento de la caca. Al usar baños secos de doble cámara, se ocupa una, se llena y se deja mínimo reposar por 6 meses para que se haga compost. Luego se mezcla con guano animal y pasto verde, que le da un golpe de calor, y luego se ocupa en los jardines ornamentales. Esta es una de las desmitificaciones más grandes”, dice Jorge.

Las duchas son agua normal con calentador solar de agua. El estanque de agua no alcanza para todos, por lo que hay que tener conciencia comunitaria y reducir el uso para que le toque al resto. Las duchas tienen un sistema de biofiltros que tratan las aguas grises. “Aquí no hay aguas negras porque los baños son secos”, asegura Jorge.

En la cocina hay que hacerse cargo de las salidas de las grasas que cada cierto tiempo se llena y hay que limpiar.


Electricidad

El gran proyecto de El Manzano ha ido por etapas. El primer foco fue la comida, el autoconsumo. La segunda etapa fue armar la infraestructura, “también está todo el tema comunitario con la villa donde ofrecemos trabajo a través de muchos pequeños emprendimientos, como los huevos de gallina feliz, el aserradero y el huerto, donde hay alguien de la villa a cargo y a medida que el negocio va mejorando, va aumentando su ingreso. Aquí siempre está el tema del comercio justo”, comentan. El próximo paso que quieren dar es la electricidad. “Ya comenzamos con una bomba solar para tener la capacidad de bombear agua sin electricidad. Y en un futuro ya estamos postulando a fondos para poner sistemas fotovoltaicos en las construcciones”, cuentan.

El balance final

Personas felices que viven en completa armonía. “No tenemos grandes sueldos pero tenemos la libertad de nuestro tiempo que para nosotros vale mucho más, ya que nos podemos autogestionar y tenemos la libertad de estar con la familia y movernos”, afirman.

Saben lo que está entrando por sus bocas y por la de sus hijos. Saben de dónde viene el agua. Viven en una casa hecha por ellos con materiales nobles. Tienen más sentido de su existencia. “Lo que nosotros planteamos es que tú sabes bien tu realidad y de qué forma puedes aplicar lo que vives aquí. No es la entrega de soluciones, sino que es la entrega de capacidades y formas de pensar para que en tu realidad las puedas usar. Lo importante es hacer algo”, afirman.

Llega la hora de volver a la realidad y lo que queda es profundo. Entrar a El Manzano y vivir la simpleza de las cosas hace volver al centro, calmar la mente y priorizar.

No están diciendo que todos se tengan que venir a vivir al campo, eso es una opción. Lo que ofrecen es que venga la gente a El Manzano, vivan sus procesos y salgan al mundo con esta experiencia e influyan. “Es querer hacer otra cosa, que desde tu realidad hagas lo que tengas que hacer. Aquí te mostramos el mundo real, lo que es factible, lo que significa hacerse cargo de tus propios desechos, de vivir en comunidad. Ese es nuestro regalo al mundo”, concluyen.

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