Paraíso contemporáneo
Sobre la costa pacífica chilena, en Huentelauquén, se alza esta obra pensada para que una gran familia compuesta por tres generaciones pueda pasar largas temporadas de veraneo en recogimiento y tranquilidad. La sencillez y pureza de sus formas resultan impactantes por el vanguardismo de su carácter, que además contribuye a que se instale en medio del paisaje agreste con toda naturalidad, sin transgredir su paleta ni su geografía.


Los profesionales Juan Luzoro, Federico Novoa y Diego Pitters, del estudio chileno DX, están detrás de la creación de esta vivienda. Los clientes, una pareja de profesionales que buscaba la mezcla ideal entre un depurado diseño y la comodidad total durante su estadía en este hermoso pero salvaje paraje, dieron en el clavo al confiar su proyecto de vivienda en las manos de los jóvenes integrantes de DX. “Estábamos ante el requerimiento de diseñar una segunda residencia, la de vacaciones, con confort a todo dar y que fuera un lugar de reunión familiar, además de favorecer la contemplación y el silencio. Teníamos que lograr espacios que propiciaran el equilibrio entre la meditación y el encuentro consigo mismo, tanto como el compartir grupal en familia, siempre frente a una naturaleza omnipotente y omnipresente”, dicen los arquitectos.
Así, los expertos especializados en crear viviendas coherentes con su emplazamiento y armónicas con el estilo de vida de los habitantes, imprimiendo la originalidad contemporánea en cada línea, tomaron como punto de partida del emplazamineto del terreno: un paisaje sobrecogedor, enmarcado en la ondulación del relieve costero, que posee la vegetación y la gama de color de la antesala al desierto extremo, bajo la mirada majestuosa del imponente océano Pacífico. Disfrutar de la vista desde cada rincón, generar la calidez de un segundo hogar y proteger los espacios del clima corrosivo y los fuertes vientos representaban los mayores retos a la hora de trazar planos. Otros eran las necesidades particulares de la familia, que querían tener una casa versátil, de forma que cuando se viviera en pareja se sintiera tranquila y llena de vida, no vacía y solitaria, pero que a la vez cuando albergara la gran familia resultara generosa y práctica.

Atendiendo todos estos elementos, Luzoro, Novoa y Pitters plantearon una casa formada por dos volúmenes de dos pisos cada uno, cuyo nexo es una galería transparente que sirve de eje conteniendo el acceso a la vivienda y el corredor entre ambas partes. Cuatro alcobas con cuatro baños, más el área social de sala, comedor y cocina se distribuyen entre las dos alas del edificio, de tal forma que puedan funcionar por separado, teniendo por un lado la alcoba principal con los servicios indispensables y, por otro, las habitaciones de huéspedes. Complementando los espacios están un jardín interior y una terraza al aire libre, ambos bajo la protección de los ángulos de la casa para que se puedan gozar sin sentirse expuesto a la agresiva intemperie. “En cuanto al manejo de las vistas, buscamos en cada una de las áreas de la casa encuadrar fragmentos del paisaje, para que al recorrerla se puedan ir diferenciando los distintos aspectos de la rica naturaleza del lugar y creando relaciones únicas entre el interior y el exterior en los espacios”, explican los arquitectos. En total se construyeron 280 m² en un vasto terreno de 6.000 m².

Uno de los conceptos más interesantes que fueron aplicados en la creación de esta obra fue el de la domesticación. Inspirados en la imagen del zorro sacada de “El Principito”, de Antoine de Saint-Exupéry, los arquitectos pensaron que en la relación habitantes/naturaleza salvaje debe existir una domesticación mutua, en la que ambos se entreguen generosamente para dar pie a hábitos y necesidades recíprocas. Este lazo basado en la solidaria comprensión, en el caso de un proyecto arquitectónico, está dado por la construcción como base y nido del trato entre ambos. El diseño de esta casa favorece la gentil comunión entre el ser humano ávido de un valor espiritual y la naturaleza desbordada.
En cuanto a la elección de materiales, el respeto por el hábitat se hizo fundamental. “Buscamos conseguir una simbiosis con el entorno a través del uso del color aplicado al material. Quisimos establecer una metáfora en la apariencia de la casa al intentar recrear el juego de tonalidades que presentan las formaciones rocosas del lugar, transformadas por el vaivén de las mareas. Conseguimos texturas que van del gris pétreo claro y seco, a uno oscuro y humedecido casi como un verde-negro. Tuvimos esencial cuidado en todas las fachadas, utilizando materiales duros y ásperos, pensando en un brutalismo como manera de domesticar el paisaje brutal”, anotan los DX. Por esto, el concreto armado, el aluminio, la piedra y el vidrio, materiales nobles pero resistentes a las inclemencias del tiempo, se encuentran presentes en todos los ambientes, conjugados con toques de madera oscura al interior para brindar calidez y familiaridad de hogar, en conjunto con una decoración sencilla, clásica y confortable, que sin estridencias de color resulta serena y amable. El bajo mantenimiento en todas las instancias fue igualmente indispensable para la selección de materiales en cada tramo de la casa.

Para los arquitectos esta obra se define dentro de los parámetros del maximalismo por sus dimensiones y su presencia a la vez sobria y sorprendente. Según ellos, sus características anti-loft conllevan a que sus espacios interiores sean cálidos e íntimos, fluyendo según las maravillosas vistas que embellecen los ambientes, gozando de una independencia entre una función y otra. “Pensamos que en esta vivienda la relación entre el interior y el exterior fuera intensamente estrecha, y que el límite entre ambos fuera tan sutil, que se perdiera”, dicen los DX Arquitectos. Así, el exotismo del afuera se funde con el recogimiento del adentro, dando lugar a un hogar contagiado de la magia del remoto paisaje austral.
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