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Antonio Scurati, escritor italiano: “Mussolini comprendió que el miedo era la única pasión política capaz de rivalizar con la esperanza”

El autor napolitano habla de M, la exitosa saga de cinco novelas donde recreó el ascenso, auge y caída del líder del Partido Nacional Fascista italiano. Basada en archivos, cartas y documentos, la serie está narrada desde la perspectiva de Mussolini, y fue la base de la miniserie de HBO Mussolini: Hijo del Siglo.

Mussolini (Luca Marinelli) en una escena de la serie. Andrea Pirrello

En el hemiciclo del Montecitorio, el palacio sede del Parlamento, Benito Mussolini hizo un balance de la Italia fascista. El 26 de mayo de 1927 se cumplían cinco años desde la marcha sobre Roma y la ascención al poder del líder fascista. “No seré breve”, dijo el Duce. “No seré breve porque tengo muchas cosas que decir, y hoy es uno de esos días en los que tomo la Nación y la coloco frente a sí misma”.

Cientos de diputados de todo el país lo escucharon en silencio. Lo escucharon decir, por ejemplo: “Hoy enterramos la mentira del sufragio universal”. También: “La oposición es necia, superflua en un régimen totalitario”.

Y desde luego, escucharon su elogio de la autoridad y el orden:

-Señores míos: es hora de decir que la policía no solo debe ser respetada, sino honrada. Señores míos: es hora de decir que el hombre, antes de sentir necesidad de la cultura, siente la necesidad del orden. En cierto sentido, puede decirse que el policía ha precedido en la historia al profesor.

Para entonces, Italia ya había adoptado la forma de un estado autoritario. Y con el llamado Discurso de la Ascensión, Mussolini no hizo más que consolidar su poder sin contrapesos. “Me voy convencido de que debo asumir la tarea de gobernar la nación italiana durante otros diez o quince años más. Es necesario. No ha nacido aún mi sucesor”, dijo.

Durante décadas, Benito Mussolini y el fascismo fueron un tabú en la literatura italiana. El escritor y periodista italiano Antonio Scurati (Nápoles, 1969) se atrevió a explorar y recrear su historia. Con M, una exitosa saga de cinco novelas que reconstruyen el ascenso, auge y caída del Duce desde su propio punto de vista, el autor italiano se propuso narrar el fascismo desde dentro.

La primera entrega de la saga se publicó en 2018 y se convirtió rápidamente en un fenómeno editorial. Ganó el Premio Strega, fue traducido a decenas de lenguas y abrió un debate profundo sobre el modo en que las democracias recuerdan y procesan su propio pasado autoritario. Recientemente HBO estrenó una serie inspirada en ella, Mussolini: Hijo del siglo.

Armada a partir de una rigurosa documentación —discursos, artículos, actas, cartas, crónicas—, la saga combina el pulso de la novela con la fidelidad histórica y propone una tesis inquietante: Mussolini no fue solo el fundador del fascismo, sino también el arquetipo del líder populista moderno.

Lejos del alarmismo fácil, Scurati subraya una idea central: la democracia no es un estado natural ni un patrimonio garantizado, sino una conquista siempre inacabada. Y la historia del fascismo sigue siendo una herramienta indispensable para comprender el presente.

¿Cómo fue para usted aproximarse a la mentalidad de Mussolini?

Fue una inmersión en una tiniebla desconocida y, sin embargo, familiar. Provengo de una educación antifascista, nunca sufrí la fascinación por Mussolini; y, pese a ello, el fascismo fue y sigue siendo, por desgracia, el sustrato de la historia contemporánea. No solo de la italiana.

Su libro rompió un tabú cultural: escribir sobre Mussolini sin caricaturas. ¿Cómo operaba ese tabú en Italia y qué efecto tuvo la publicación de M?

El tabú operaba de manera censora. El fascismo debía ser narrado exclusivamente desde el punto de vista antifascista. Sobre esa narración se fundaron la República y la Constitución italianas. Invertir la perspectiva tuvo un efecto a la vez disruptivo y liberador. Millones de lectores sintieron que, por fin, tenían acceso al conocimiento del fascismo. Eso generó una amplia toma de conciencia sobre la aberración fascista, y también una reacción violenta por parte de los posfascistas, hoy en el gobierno en Italia.

De algún modo, agrega, quiso hacer justicia con aquello que fue eliminado de la conciencia colectiva, “el fascismo como una de las matrices de la identidad nacional” y hacerlo a través del formato de la novela.

En su libro relata que Mussolini utilizó dos armas fundamentales en su estrategia política: la propaganda y los grupos violentos. ¿La violencia es intrínseca al fascismo?

El fascismo es, en esencia, violencia. Desde su origen y a lo largo de toda su existencia histórica. Siempre. Todos los fascismos son esencialmente violentos. Pero el fascismo no es solo violencia. Si no hubiera ejercido también una poderosa seducción, no habría conquistado ni conservado el poder durante tanto tiempo. Ese es el aspecto más difícil de comprender. Pero nunca como hoy resulta fundamental entenderlo, porque hoy lo que regresa sobre todo es la seducción fascista, incluso en ausencia de su violencia física.

¿Qué fue más decisivo para el ascenso de Mussolini: su carisma, su oportunismo táctico o la fragilidad del sistema político italiano?

Las tres cosas a la vez. El aspecto menos evidente, pero decisivo, que mis novelas ponen de relieve es el del tacticismo. Yo lo llamo la supremacía táctica del vacío. Mussolini, al igual que muchos líderes populistas actuales, no tenía ninguna estrategia, ninguna idea propia, ningún programa, fidelidad, lealtad, principio ni visión de largo plazo. Olfateaba el viento con un instinto animal agudo y despiadado. Eso lo volvía terriblemente eficaz, porque estaba desligado de cualquier obligación legal, ideal o moral.

Usted ha sido muy crítico con el papel desempeñado por la clase política liberal en esos años. ¿Cuál fue, a su juicio, el error fundamental que abrió la puerta al fascismo?

La subestimación. El cinismo de creer que se podía utilizar la brutalidad fascista para frenar la ola progresista, con la ilusión de que luego sería posible domesticarla.

¿Qué paralelismos ve entre el clima histórico en el que surgió el fascismo y las condiciones de inseguridad que hoy alimentan liderazgos autoritarios en el mundo?

Muchos y profundos. Mi tesis es que la fuerte actualidad de Mussolini —que explica también en parte el gran éxito internacional de mis libros— se debe a que el Duce no fue solo el fundador del fascismo, sino también el arquetipo de todo líder populista que vendría a lo largo del siglo siguiente.

Benito Mussolini

Usted distingue a menudo entre fascismo y populismo. ¿Cuál de estas dos ideologías ha influido más en los liderazgos de hoy?

Sin duda, el populismo. El populismo soberanista hereda, en todas las latitudes, el nacionalismo agresivo del fascismo, depurado de la violencia masiva y homicida. Sin embargo, la demolición de la democracia liberal avanza hoy, como entonces, desde bases comunes y a lo largo de las mismas líneas de ataque.

¿Qué rasgos de Mussolini pueden observarse en los líderes populistas de hoy?

Ante todo, el presupuesto básico de todo populismo. Mussolini, al igual que los líderes populistas actuales, afirma: yo soy el pueblo y el pueblo soy yo. De ahí se deriva el descrédito de las instituciones democráticas, que representan la pluralidad de la sociedad; la represión de toda forma de disenso, y la proscripción de cualquier saber o poder que no se encarne en la voluntad del líder.

Usted ha criticado el uso banal del adjetivo “fascista” para desacreditar a un adversario político. ¿Qué le incomoda de ese empleo?

El abuso del término fascista lo ha vaciado de fuerza, lo ha banalizado. Pero, sobre todo, ha inducido a mirar en la dirección equivocada. Como si la amenaza a la democracia tuviera que venir, en un futuro próximo, del retorno de las formas históricas del fascismo —los escuadristas, las porras, la violencia armada—, cuando en realidad la agresión a la democracia ya estaba en marcha, aquí y ahora, bajo formas nuevas y mucho más subrepticias.

En ese sentido, ¿qué queda realmente del fascismo histórico?

El fascismo histórico ya ha reaparecido. En muchos países, incluido el mío, ya está en el gobierno. Tras ganar elecciones democráticas, erosiona cotidianamente la democracia desde su interior. Basta pensar en el segundo mandato de Donald Trump.

Para Scurati, hay una continuidad entre el fascismo histórico y los movimientos actuales en su país. “La continuidad histórica está en los hechos, públicos y privados, e incluso —y quizá sobre todo— en las biografías de la actual clase dirigente”.

Muchos populismos actuales reivindican su carácter democrático porque compiten en elecciones y mantienen una adhesión formal al pluralismo. ¿Es suficiente?

No, en absoluto. La aceptación de las reglas del juego electoral es hoy el presupuesto, el antecedente de la deriva autoritaria, no su antídoto.

En Chile y otros países, la gente muestra cada vez más disposición a ceder libertades a cambio de seguridad u orden. ¿A qué lo atribuye?

Al triunfo de la política del miedo; esta podría ser otra buena definición del fascismo. Un gran ciclo histórico de política de la esperanza —el ciclo progresista— se ha agotado. Y hoy, como entonces, al declive de la esperanza corresponde el predominio de la única pasión política igual de poderosa: el miedo. Mussolini, hace cien años, fue el primero en comprenderlo. Provenía del socialismo, el partido de la esperanza. Tras ser expulsado, entendió que el miedo era la única pasión política capaz de rivalizar con la esperanza.

Antonio Scurati es crítico del gobierno de Giorgia Meloni y desestima su imagen de moderación:

-La imagen de moderación que se proyecta en el extranjero no corresponde a la naturaleza del poder que efectivamente se ejerce en el gobierno de un país donde está en curso una deriva iliberal.

Por lo mismo, dice, es inquietante la admiración que despierta en José Antonio Kast. Eventualmente, especula, ello podría significar “una rehabilitación histórica de la extrema derecha chilena”.

¿Le preocupa este nuevo “internacionalismo” de las derechas duras, que comparten repertorios, lenguajes y estrategias?

Hoy nos encontramos en una fase ulterior. La extrema derecha internacional, sobre todo la europea, busca y encuentra legitimación en los Estados Unidos de Donald Trump, que aspira a desintegrar la Unión Europea para sustituirla por un polvillo de pequeños Estados nacionales —falsamente nacionalistas—, subordinados y vasallos del nuevo imperialismo estadounidense.

¿Qué considera más urgente para que las democracias eviten las derivas autoritarias?

Reanudar la lucha. Hemos heredado la democracia de las luchas de nuestros abuelos y nos hemos ilusionado con que se trataba de algo dado de una vez y para siempre, una suerte de hecho natural. No es así. La historia enseña que la democracia es siempre lucha por la democracia.

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