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Vincent Bevins: “Entre 2010 y 2020, más gente participó en protestas que en cualquier otro momento de la historia”

El autor de “Si ardemos: la década de las protestas masivas y la revolución que no fue” comenta a La Tercera las manifestaciones que marcaron la década pasada, como la Primavera Árabe, el Euromaidán y el estallido social chileno, y sus muy distintos resultados en el largo plazo.

Plaza Tahrir en El Cairo, Egipto, durante las protestas de 2011. Foto: Archivo

Brasil, Siria, Túnez, Egipto, Ucrania, Hong Kong, Chile, Bahrein, Turquía: desde las protestas donde “el gigante despertó” hasta la “Plaza de la Dignidad”, la década del 2010 fue testigo de una serie de manifestaciones masivas que derrocaron, forzaron cambios y pusieron en jaque a los gobiernos de su momento. En su libro Si ardemos: la década de las protestas masivas y la revolución que no fue (2023), el periodista estadounidense Vincent Bevins da cuenta de las similitudes y diferencias de cada uno de estos movimientos, y de cómo una acción en Estambul terminaba inspirando a una en Sao Paulo.

A través de más de 200 entrevistas en 12 países, realizadas a lo largo de cuatro años, Bevins reconstruye cuidadosamente las protestas masivas que definieron una década, para comprender por qué estas poderosas explosiones y apasionados llamados al cambio no han producido la revolución que soñaban.

En entrevista con La Tercera, el también autor de El Método Yakarta (2020) comenta lo que ha cambiado entre aquella década y esta, los mecanismos a través de los cuales los países “estallaban”, y los resultados de estas pequeñas revoluciones, que no siempre siguieron las demandas de los manifestantes.

En el libro habla de protestas en lugares muy distintos del mundo. ¿Cuáles son las principales similitudes entre estas manifestaciones ocurridas en la década de 2010?

El contenido ideológico de las protestas masivas y los contextos en los que se desarrollaron variaron enormemente. Consideré importante situarlas en una misma línea temporal para narrar una historia unificada de la década de 2010, con estas protestas como el evento central. Hasta donde sabemos, y es difícil cuantificarlo, entre 2010 y 2020, más gente participó en protestas masivas que en cualquier otro momento de la historia.

Esto superó el récord anterior de movilizaciones, que fue en los 60. Y no solo se produjeron numerosas protestas en muchos lugares diferentes: la explosión de personas en las calles, desde El Cairo hasta Madrid, pasando por Santiago, Sao Paulo y Seúl, ocurrió inspirándose unos a otros.

Por ejemplo, en enero de 2011, el mundo fue testigo del inspirador ejemplo de la Plaza Tahrir en Egipto, y creo que sigue siendo importante observar lo que sucedió allí, incluso sabiendo cómo terminó: con un golpe militar. Si bien vimos golpes de Estado en muchos países, lo cierto es que la gente vio lo que ocurrió en Egipto antes de eso. El movimiento Occupy Wall Street en Estados Unidos surgió a raíz de una revista canadiense que decía: “Necesitamos replicar la Plaza Tahrir en Nueva York”. Y las condiciones sociales, políticas y económicas en Manhattan eran muy diferentes a las de Egipto.

Entonces decidí analizar las protestas que alcanzaron tal magnitud que se transformaron en algo completamente distinto: protestas que llegaron a derrocar o desestabilizar fundamentalmente las sociedades existentes. Al considerar todos estos casos de protestas que comienzan siendo relativamente pequeñas y luego se convierten en algo mucho mayor, en cierta medida, todos estos ingredientes estuvieron presentes en la receta de la protesta. Aparentemente, se trataba de protestas masivas espontáneas, sin líderes, coordinadas digitalmente y con estructura horizontal, que tuvieron lugar en plazas y espacios públicos. Y todos los ingredientes de esa receta provienen de algún lugar.

Protestas de junio 2013 en Brasil.

En ese caso, siempre existió la idea de la importancia de internet como un nuevo medio que conectaba a las personas que protestaban. ¿Cómo ha cambiado ese escenario entre 2010 y 2025?

En primer lugar, parece que todos los “tecnoptimistas” han desaparecido o se han convertido en su opuesto. La internet temprana era realmente horizontal. Y quizás por eso vimos una afinidad electiva entre la estructura de los inicios de internet y los tipos de organización que surgieron, o al menos las ideas sobre la organización de protestas que se volvieron dominantes en los primeros 20 años del siglo XXI. Porque los inicios de internet se basaban esencialmente en la comunicación horizontal entre diferentes actores: cualquiera podía conectarse y decir lo que quisiera. Las plataformas que se convirtieron en redes sociales comenzaron con la entrada de todos en igualdad de condiciones. Ahora, lo que vemos, lo que hemos visto desde entonces, es la imposición de una jerarquía en internet, por parte de un grupo de oligarcas creados por la propia red.

En la misma década hubo cambios, y la diferencia entre la organización de las protestas de 2011 y 2013 y la de 2019 en el estallido social de Chile era abismal, porque internet se transformó: pasó de un simple intercambio de comunicaciones textuales a lo que es ahora, donde prácticamente todo el mundo ve videos que un pequeño grupo de élites difunde a grandes audiencias, casi como si fueran emisoras, en lugar de ciudadanos comunes.

Contrasta con el tiempo en que la gente pensaba que internet “democratizaría” nuestras sociedades…

Entre 2010 y 2013, sobre todo los liberales, pero casi todo el mundo, tanto la izquierda como la derecha, básicamente todo el mundo, pensaba que internet haría al mundo más abierto, transparente y democrático. Todos creían que internet impulsaría la Historia con mayúscula, en el sentido hegeliano. Fue un progreso que nos encaminaría hacia un mundo más avanzado, transparente y democrático. Sin embargo, la opinión entre esas mismas personas es ahora totalmente opuesta.

En los últimos tres o cuatro años, parece que el tipo de redes sociales que tenemos, gestionadas con fines de lucro por oligarcas en Estados Unidos, que buscan maximizar sus ingresos publicitarios y operan con sus propios intereses ideológicos y políticos, está destruyendo la esfera pública, la democracia y enloqueciendo a la gente en lugar de brindarles acceso a la información.

Manifestantes peleando contra la policía en Hong Kong, en julio de 2019.

El libro habla mucho de Brasil, donde vivió gran parte de esa década. En 2013 surgió el “Movimento Passe Livre”. ¿Qué puede decir de lo que ocurrió con ellos a lo largo del tiempo? ¿Cómo un movimiento que inicialmente se centraba en un tema “particular”, como el precio del transporte público, se expandió y se convirtió en un fenómeno explosivo?

Se trata de una dinámica en la que un grupo relativamente pequeño de manifestantes plantea una demanda que a muchos no les importa. En segundo lugar, se produce un acto de violencia policial o represión estatal que se viraliza y provoca que las protestas crezcan considerablemente. Estas nuevas protestas, mucho más grandes, son diferentes y abarcan un conjunto más amplio de demandas. Cubren más cuestiones que la protesta original. Este patrón básico, en resumen, se repite en la mayoría de los casos que observé en la década de 2010. Se repite ahora en Nepal. Se dio en Indonesia este verano. Se dio en Serbia.

En el caso de Brasil, tenemos el siguiente patrón: un pequeño grupo de izquierdistas y anarquistas se organiza desde 2005 y, cada vez que sube el precio del transporte público en Sao Paulo, convoca protestas de acción directa. Lo hicieron también en 2011. En 2013 presencié personalmente la explosión de protestas. Hubo un momento en que los principales medios de comunicación brasileños decidieron que la situación se había prolongado demasiado y exigieron una represión policial fuerte. Sin embargo, tras la represión que ellos mismos habían solicitado, quedaron tan impactados que cambiaron por completo su discurso. Después, en lugar de considerar que este grupo de anarquistas irresponsables debía ser controlado, pasaron a creer que estas protestas eran un levantamiento patriótico en defensa del derecho a manifestarse. Así, pues, al cambiar su narrativa sobre la protesta, tuvieron que buscar sus propias razones para apoyarla.

Pero en aquel extraño mes de junio de 2013 ocurrieron dos cosas. Primero, los precursores de lo que se convertiría en el movimiento de Jair Bolsonaro, un incipiente movimiento de extrema derecha en el país, expulsaron físicamente de las calles a los izquierdistas originales, el MBL (Movimento Brasil Livre) reemplazó al MPL (Movimento Passe Livre). Segundo, se formó un grupo de organizaciones que organizaron un nuevo movimiento de protesta mucho más reaccionario, cuyo objetivo era derrocar a la presidenta democráticamente electa Dilma Rousseff y, en última instancia, impulsar la elección de Jair Bolsonaro. Así, pues, el cambio en 2013 fue tanto cuantitativo como cualitativo, y el cambio cualitativo básicamente pasó de una izquierda autónoma a un nacionalismo reaccionario.

En 2013, la gente salió a las calles, aparentemente, en defensa de mejores servicios públicos y en oposición a la violencia policial. Y durante los siguientes cinco años obtuvieron exactamente lo contrario de lo que aparentemente pedían. Eligieron a un líder, Jair Bolsonaro, que se jactaba de matar brasileños, de la violencia policial, que claramente la apoyaba y que recortaba los servicios públicos indiscriminadamente. Así, parecía que el pueblo brasileño obtuvo exactamente lo contrario de lo que pedía, al menos durante la primera quincena de junio de 2013.

Protestas de 2011 en la Plaza Tahrir, en El Cairo. """""""PEDRO UGARTE; KHALED DESOUKI""""; KHALED DESOUKI""; KHALED DESOUKI"; KHALED DESOUKI

Tras la Primavera Árabe (2010-2012), cada país obtuvo resultados muy diferentes, desde intervenciones de la OTAN en Libia, una guerra civil de 13 años en Siria y el derrocamiento y nueva dictadura en Egipto. ¿Qué cree que determinó el resultado de estas protestas en un lugar y en otro?

En este caso, el ejemplo de Chile es muy importante. Lo que sucedió con este repertorio de protestas, esta receta de tácticas, resultó ser mucho más explosivo y poderoso de lo que nadie había anticipado. Y generó un aumento cuantitativo en las protestas que permitió que estos levantamientos derrocaran o desestabilizaran gobiernos. Sin embargo, una vez que eso sucedió, una vez que se creó un vacío de poder, una vez que el gobierno fue derrocado o hubo una situación de caos que necesitaba ser estabilizada de alguna manera, nunca fueron las protestas en sí mismas las que realmente se aprovecharon.

¿Quién termina aprovechándose del vacío de poder? En muchos casos, son actores extranjeros. En muchos casos, se produce un contraataque imperialista. Algún país extranjero puede reconocer la posibilidad de beneficiarse o intervenir para controlar el resultado. Y lo vimos con frecuencia en el mundo árabe. También pueden ser fuerzas políticas reaccionarias locales y bien organizadas. Así, cuando la resolución es impuesta por enemigos de los manifestantes originales, estos la experimentan como una profunda derrota. Este es el caso de Egipto. Este es el caso de Brasil.

O el conjunto de acuerdos institucionales que llevaron al gobierno de Boric y a los intentos de reformar la Constitución. Comparado con Brasil, Egipto, Bahrein o Hong Kong, considero que Chile fue uno de los mejores resultados de la década de 2010, porque, al menos, el grupo de actores que impuso algún tipo de resolución entendía, en mayor o menor medida, lo que pedían las calles.

Y eso en el mundo árabe no se vio mucho…

Sí, en el mundo árabe, generalmente, intervenían los militares o personas extranjeras. En Egipto, los militares dieron un golpe de Estado e impusieron una dictadura peor que la de (Hosni) Mubarak, derrocada en 2011. Y en Bahrein, Arabia Saudita simplemente cruzó el puente y aplastó la represión con el apoyo de Estados Unidos.

Yendo más lejos, en Ucrania, la terrible guerra que continúa en Europa en estos momentos, comenzó como respuesta al levantamiento del Euromaidán de 2013. La respuesta al levantamiento del Euromaidán en algunas partes de Ucrania fue lo que desencadenó una guerra civil que, a su vez, derivó en una invasión a gran escala.

Manifestaciones de la Generación Z en Nepal, en septiembre pasado.

Ahora se están dando las llamadas protestas de la Generación Z, que han afectado a países como Paraguay, Perú, Nepal, Indonesia y Madagascar, entre otros. ¿Qué observa en estos casos? ¿Cuáles son las diferencias?

En primer lugar, no me gusta usar la Generación Z como categoría analítica para las protestas, porque es redundante. Desde hace aproximadamente 100 años, cualquier movilización o movimiento de protesta en las calles se caracteriza por la presencia prominente de jóvenes.

De todos modos, la protesta masiva, aparentemente espontánea, sin líderes, coordinada digitalmente y con una estructura horizontal, seguía siendo la opción más fácil. Y creo que es cierto que es la opción más fácil debido a la atomización y la precariedad de la vida en gran parte del mundo. Es decir, concretamente, muchas de las personas que vemos en las protestas en Indonesia son, por ejemplo, trabajadores independientes, repartidores de comida en moto. Y en un mundo tan precario e individualizado, este tipo de protesta es lo más fácil de lograr.

Levantamiento del Euromaidán de 2013, en Ucrania.

Usted mismo ahora va camino a Belgrado, ¿cómo analiza las protestas estudiantiles del año pasado en Serbia?

En Serbia hay motivos para protestar. Existe una queja muy legítima sobre el derrumbe de una infraestructura en (la estación de trenes de) Novi Sad. Obviamente, se trata de un caso de fallo estatal. Obviamente, es inaceptable. Pero, una vez más, la dinámica fue la misma. Algo que diferenciaba a Serbia, y los serbios me lo comentan a menudo, es que, aunque utilizan esta expresión, resulta bastante interesante, contaban con modelos organizativos de izquierda que también incluían a estudiantes de derecha. Por lo tanto, muchos serbios de la Generación Z no son de izquierda. Algunos son más conservadores, ya sea política o religiosamente, o en lo que respecta al nacionalismo, una postura muy particular de los serbios.

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