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Harald Hauswald, fotógrafo en la ex RDA: “La caída del Muro de Berlín fue el golpe de libertad más fuerte de mi vida”

Durante 12 años retrató la vida cotidiana en Berlín Oriental, en un ambiente vigilado, sin libertades. Fue perseguido y espiado por la Stasi. A 35 años de la reunificación alemana, el fotógrafo expone sus imágenes por primera vez en Chile.

© Harald Hauswald/OSTKREUZ

La gente comenzó a reunirse en torno al Muro. Meses atrás se había iniciado una ola de protestas pacíficas en la ex RDA, que exigían reformas democráticas y libertades civiles. Miles de alemanes del Este huyeron hacia Hungría y en octubre de 1989 el Presidente Erich Honecker renunció al gobierno. La tarde del 9 de noviembre un miembro del Politburó anunció que las restricciones para viajar habían sido retiradas. El fotógrafo Harald Hauswald estaba en un bar del sector oriental cuando los berlineses comenzaron a correr hacia el Muro: esa noche los propios ciudadanos lo derrumbaron.

-La caída del Muro fue el golpe de libertad más fuerte de mi vida -dice hoy.

Harald Hauswald llegó a Berlín en 1977 desde Sajonia. El Muro era una presencia omnipresente, opresiva, acaso como la misma Stasi, la policía secreta del régimen que lo siguió y lo espió durante 12 años. Cuando se abrieron los archivos de la Stasi, el expediente Hauswald tenía más de 1.500 páginas, en las que colaboraron unos 40 informantes civiles.

Con sus fotografías en blanco y negro, Hauswald compuso una crónica de la vida cotidiana en la ex RDA. A menudo melancólicas, a veces humorísticas, en ellas retrató la precariedad, el desencanto y la soledad de los habitantes en una sociedad vigilada, sin libertades, controlada por el Estado. También la solidaridad y el espíritu de rebeldía en los grupos alternativos.

Arriesgando su seguridad, Hauswald se las ingenió para burlar los controles y publicar algunas de esas imágenes en medios de Occidente. Hostigado por el régimen, el fotógrafo recibió la Orden al Mérito en la Alemania unificada.

Con motivo de los 35 años del proceso de reunificación, y gracias a las gestiones de los artistas Rafael Insunza y Paulina Jarpa, Hauswald inaugura una muestra de sus fotografías en la galería Isabel Aninat. La exposición se inscribe también en la celebración de los 43 años de la sala.

Titulada Grenzkunst (Arte de Frontera), la muestra la integran 40 fotografías que retratan diferentes aspectos de la vida en la RDA; escenas callejeras, trabajadores en el Metro, movilizaciones y grupos punkys en un entorno derruido: fábricas abandonadas, barrios envejecidos, autos destartalados. En ellas sopla también el espíritu de libertad que estalló en 1989.

Junto a la exposición, Harald Hauswald participará en conversaciones en la Unab, en Galería Aninat, en Valparaíso y Concepción. En tanto, la Cineteca Nacional exhibirá el documental El ciclista, inspirado en su historia.

-Llegué a Berlín porque en la RDA solo había un verdadero centro, y ese era Berlín -recuerda.

-Allí se concentraba la vida cultural y política, y desde allí también se podía oler, por decirlo así, el Oeste. Berlín estaba en medio del Este, pero con la frontera y el Muro siempre a la vista. Eso era duro, pero también ofrecía la oportunidad de conocer a mucha gente y de entrar en contacto con diferentes mundos.

En Berlín desempeñó diversos oficios, uno de los más importantes fue el de repartidos de telegramas, cuenta

-En aquella época casi nadie tenía teléfono, así que se enviaban telegramas. Los llevábamos en bicicleta hasta las casas. Para mí fue una forma de recorrer la ciudad y, al mismo tiempo, de hacer fotografías pagadas: veía rincones y situaciones que luego fotografiaba.

Marx-Engels-Denkmal, Aufstellen der Friedrich-Engels-Skulptur, Februar 1986, Berlin-Mitte, DDR © Harald Hauswald/OSTKREUZ

También trabajó en la Stefanus Stiftung, una fundación de la Iglesia luterana que atendía a personas con discapacidad física y mental.

-En la RDA, si no trabajabas podías ser acusado de conducta asocial, así que ese empleo también me protegía. El Estado no quería hacerse cargo de los discapacitados, prefería que lo hiciera la Iglesia.

Sus fotos pueden leerse como una crónica no oficial de la vida en la RDA. ¿Ese era su propósito?

En ese momento no lo pensé así de manera consciente. Decir ahora que tenía esa intención sería media verdad. Yo no sabía que la RDA iba a dejar de existir. Lo que sí sabía era que no me gustaba ese país y que quería hacer algo, quería mostrar algo distinto, romper un poco con lo establecido.

¿Sus fotos eran políticas?

No directamente. Yo hacía lo mismo que hago hoy: fotografiar la vida cotidiana, la gente, las calles. Pero en esa época todo era político, porque el país entero se mostraba como un sistema político. Entonces, inevitablemente, mis fotos eran leídas como políticas. Sigo haciendo lo mismo, pero las circunstancias cambiaron. Ya no hay carteles ridículos.

Harald Hauswald recuerda un cartel instalado en un muro para un 1 de Mayo: “¡Salgan, camaradas, a mostrarse!”, decía. Lo curioso es que colgaba sobre el muro de un cementerio. Otro lucía sobre un puente: “¡Adelante, hacia las luminosas alturas del socialismo!”. Estaba sobre un cartel para camiones que decía: “Altura máxima, 3,30 metros”.

-Eso producía un humor involuntario. Un amigo decía que la RDA es como una serie limitada de estampillas, una colección cerrada, porque no habrá nueva edición. No es posible volver a hacer esas fotos: esa sociedad ya no existe.

De algún modo, sus fotos retratan la agonía de la RDA…

En aquel momento no lo pensaba así. Muchos intuíamos que el país no podía sostenerse mucho tiempo. Incluso, políticos del Oeste lo veían. Günter Gaus, representante en Berlín Oriental, decía que la RDA era una “sociedad de nichos”: cada cual buscaba su rincón, su espacio propio, para desconectarse del sistema.

"Fahnenflucht", 1. Mai Demonstration auf dem Alexanderplatz, Berlin-Mitte, 1987, DDR © Harald Hauswald/OSTKREUZ

¿Cómo funcionaban en esos nichos?

La mayoría de los ciudadanos de la RDA se habían desconectado mentalmente del país. Llevaban una vida apolítica: construían sus casitas de fin de semana, sus Datsche, hacían piscinas en el patio, pasaban las vacaciones en Hungría o Bulgaria. Y así sobrevivían.

¿Había confianza entre ellos?

La confianza existía, pero sólo dentro de esos nichos. Hacia afuera no. Siempre había miedo de que cualquiera fuese informante de la Stasi. Siempre estaba esa sospecha. Pero la mayoría de la gente no tenía nada que temer, porque no se metían en política. Llevaban su vida normal: uno tenía cerveza, otro azulejos, y se intercambiaban. Había listas de espera para todo: para un coche, 12 años; para un teléfono, otros tantos. Eso mantenía a la gente ocupada.

¿Y qué efecto producía?

Una especie de apatía. A nosotros nos parecía normal, porque no teníamos comparación. Para nosotros, que todo fuese gris, sucio, lleno de hollín, era lo normal. Una amiga mía se casó con un periodista occidental; la primera vez que salió y volvió, dijo: “Allí hasta los bosques están limpios”. Otra amiga, que también se casó con un occidental y emigró, me contó que fue a comprar al supermercado salchichas y queso. Pero volvió sin nada: había tantas opciones que no supo qué escoger. En la RDA había un tipo de salami; en Occidente, 50. Esa sobreoferta era abrumadora para nosotros.

En Berlín, Hauswald tomó contacto con los grupos underground de la disidencia cultural, en Prenzlauer Berg, un barrio antiguo, ahora renovado y convertido en una de las zonas más animadas de la ciudad.

-Entonces era un lugar con edificios viejos, muchos de ellos con baños en el pasillo o sin agua caliente. Allí se concentró una escena alternativa muy creativa. Los berlineses se cambiaban a edificios nuevos, así que quedaron muchas viviendas vacías. Los que veníamos de fuera, sobre todo artistas y gente con ganas de experimentar, ocupábamos esos departamentos. Pagábamos la renta durante un tiempo a una oficina municipal y después de seis meses terminabas quedándote con él.

¿Cómo era la relación en ese ambiente?

Era un universo de unas mil personas, las encontrabas siempre en los mismos lugares. Había toque de queda a la medianoche. Había muchas reuniones privadas y en ellas compartíamos libros, películas, ideas. No era fácil salir al Oeste, así que resistíamos así, en comunidad.

Punks bei einem Konzert an der Freiluftbühne Weißensee, 1988, Weißensee, Berlin, DDR, Deutschland, Europa © Harald Hauswald/OSTKREUZ

En sus fotos se respira melancolía. ¿Cómo era el ambiente anímico?

No diría que era de tristeza. La melancolía no es necesariamente tristeza; yo la llamaría más bien una atmósfera pictórica. Siempre buscaba lugares donde pudiera construir una escena, situar a las personas en un espacio. A veces puede parecer triste, pero también había mucho humor. Lo que sí era cierto es que la presión del Muro nos afectaba a todos. Decíamos que estábamos “dañados por el Muro”. Roland Jahn, un disidente, dijo alguna vez: “Vivíamos no gracias al gobierno, sino a pesar del gobierno”. Y así era: vivíamos en contra, en resistencia. Eso nos dio una sensación de comunidad muy fuerte.

¿Y cómo interpretaban sus fotos las autoridades?

De forma absurda. Una vez fotografié en la Iglesia de Sión un patio vacío con un niño jugando en la arena frente a una pared enorme. Para mí era la soledad. Ellos lo interpretaron como “slums de Berlín Oriental. Otra vez fotografié un cartel viejo de una tienda de máquinas de coser que decía: “Reparamos todos los sistemas”. Para mí era un hallazgo irónico. Para ellos era propaganda política contra el socialismo.

En el ambiente contracultural conoció a periodistas occidentales que tenían estatus diplomático y podían trasladar material sin controles. Hauswald revelaba sus fotografías, las ampliaba y las ponía en un sobre.

-Yo los visitaba, y al salir del edificio les dejaba un sobre. Si asentían con la cabeza, significaba que ese mismo día viajarían a Berlín Occidental y lo llevarían consigo. Si no podían, me llevaba de nuevo el sobre. Ellos nunca lo guardaban en sus pisos, porque podían ser registrados.

¿Era peligroso?

Sí, mucho. Podían acusarte de “actividad de agente”, “propaganda enemiga”, “difamación de la RDA”, incluso “traición a la patria”. La condena podía ser de hasta 12 años de cárcel. La Stasi incluso hizo películas de entrenamiento mostrando cómo atrapaban a alguien que había pasado información a periodistas occidentales.

A Uusted lo siguió la Stasi. ¿Se sentía perseguido?

Claro. Me seguían, me interrogaban. Registraron mi casa oficialmente dos veces y otras de manera encubierta. Una vez lo noté: tenía libros de fotografía en un estante, llenos de polvo. Un día vi una huella en el polvo y no era mía.

¿Estuvo detenido?

Sí, me interrogaron varias veces. Me recogían temprano, a las 8 de la mañana, me tenían hasta el mediodía. Unas seis o siete veces pasó. Pero mi novia avisaba a periodistas occidentales y al mediodía ya estaba en la radio, y por la noche en la televisión: “Fotógrafo detenido en Berlín oriental”. Eso me protegía.

¿Eso afectó su manera de trabajar?

No me paralizó. Al contrario, en cierto modo me dio más fuerza. Sentía el apoyo de los amigos, de la comunidad. Me dio más energía para seguir.

Revolución pacífica

¿Cómo recuerda la noche del 9 de noviembre de 1989?

Estaba en una taberna de Berlín Oriental, porque ya se hablaba de que estaba pasando algo en los pasos fronterizos. Muchos berlineses del Oeste estaban viniendo hacia el Este. Todos estaban parados junto al Muro. Me acerqué al cruce de Invalidenstraße y allí, de repente, me encontré con un amigo que había emigrado 13 años antes y al que no veía desde entonces. Fue un encuentro increíble.

¿Cómo era el ambiente?

Era una sensación de libertad indescriptible. La gente cruzando de un lado a otro. Yo mismo pasé al Oeste y me encontré en un bar donde trabajaba alguien que había salido poco antes de la RDA. Nunca olvidaré ese día. Fue la revolución más pacífica de la historia, y cambió al mundo entero

¿Cómo fue descubrir, después de 1989, que algunos de sus amigos lo habían espiado?

Uno se lo esperaba. En total, unas 40 personas informaban sobre mí. Los llamaban IM, “colaboradores no oficiales”. No eran policías, eran gente común: amigos, conocidos, colegas.

¿Y eso lo sorprendió?

No mucho. Incluso, Tatjana, una amiga cercana, me lo confesó personalmente. Un año después de la caída del Muro me crucé con ella y le pedí que viniera a hablar conmigo. Ella me contó que había empezado a colaborar con 15 años, por presión de su madre. A los 20 se dio cuenta de la mierda que era y se salió. Un investigador halló un informe suyo en el que decía que quería “cuidarme” y “sacarme” de ese ambiente. No era malintencionado, pero estaba allí.

¿Otros amigos?

Sí, por ejemplo el jefe de un club juvenil donde yo expuse mis fotos. Él informó que en la inauguración había unas cien personas, que mis fotos no gustaron demasiado. Nada más. No fue dañino. Seguimos siendo amigos después, incluso compramos juntos una casa en el campo. Eso demuestra que no todos los informantes destruyeron vidas: algunos cumplían con la obligación de reportar, pero sin maldad.

¿Y qué sintió al leer sus papeles en la Stasi?

Tuve suerte. Ya sospechaba de muchas cosas, porque me vigilaban seguido. No fue un gran shock. Sí me sorprendió lo caótico y burocrático que era todo: departamentos distintos copiaban lo mismo una y otra vez, informes repetidos. Era ridículo.

¿Qué piensa de la Ostalgie: la nostalgia de algunos por la RDA?

Para mí es un autoengaño. En el Este la vida era más sencilla: el Estado te llevaba de la mano, todo era barato, no tenías que esforzarte demasiado. Eso es lo que muchos echan de menos, no la RDA en sí, sino la comodidad.

¿La solidaridad, la calidez humana?

Sí, había calor humano, solidaridad. Eso lo entiendo. Pero recordarlo sin el contexto es engañarse.

¿Usted mismo guarda nostalgia?

No. Recuerdo esa época, pero no quiero volver atrás. Fue un buen tiempo, a pesar del régimen, pero jamás querría la RDA de vuelta. Si la RDA existiera todavía, yo no estaría aquí sentado.

¿Y cómo valora la reunificación?

Fue un regalo: la libertad. Poder decidir mi vida, ser artista sin pedir permiso. Claro que la vida se volvió más dura y más cara, pero prefiero eso.

¿Cree que la RDA estaba condenada de antemano?

Sí. De hecho, pienso que el Muro cayó el mismo día que fue construido. Su lógica interna lo condenaba. La RDA sólo podía existir con un muro. El socialismo no puede sostenerse con muros; el socialismo, si existe, debería derribarlos, no levantarlos. Además, siempre hubo resistencia. En Hungría, en Rumania, en Polonia. Los comunistas estaban en el poder por la fuerza. Basta pensar en los millones de muertos bajo Stalin: tantos como bajo los nazis. Así trataron de construir una sociedad mejor, acallando a toda la inteligencia.

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