Histórico

Adaptaciones de Couve, Bolaño y Zambra activan la relación de cine y literatura chilenos

Este año se estrena La lección de pintura, basada en la novela de Adolfo Couve, y en el 2011 se rodarán las versiones de Una novelita lumpen y Bonsái. ¿El cine chileno se está tomando más en serio nuestra literatura o es sólo la excepción que confirma la regla?

"El cine es un arte mestizo, lumpen". Las palabras son de la directora Alicia Scherson, que defiende de esta forma la mixtura racial de su oficio cuando habla sobre El futuro, la película basada en la narración Una novelita lumpen, de Roberto Bolaño, que comenzará a rodar en enero del próximo año. El origen bastardo del arte más masivo del siglo XX fue también una consigna de Pablo Perelman cuando, hace un año, comenzó la filmación de La lección de pintura, largometraje inspirado en la novela homónima de Adolfo Couve.

"Me gusta este carácter mezclado, casi quiltro del cine, una disciplina que toma de muchas otras. Y, además, soy un defensor de la adaptación cuando se hace bien", decía en aquella oportunidad. Ya en tierra derecha ante el estreno de La lección de pintura en pocos meses más, Perelman reconoce que terminó más interesado en seguir sus propios instintos que en ser respetuoso al pie de la letra con Couve. "Me preocupa más ser honesto y leal que fiel. Y hacer una buena película", dice el realizador de Imagen latente.

Fieles o no a la fuente literaria, la convivencia de los cineastas chilenos con nuestra literatura ha sido siempre difusa, poco comprometida, lejana y, en muchos casos, con resultados discretos. Este helado matrimonio (tampoco hay demasiado interés de los escritores hacia el cine chileno) tiene posibilidades de lograr un clima más saludable durante el 2010 y 2011. A las películas ya mencionadas, se agrega el nuevo trabajo de Cristián Jiménez (Ilusiones ópticas), quien llevará a los 35 milímetros la novela Bonsái, que colocó a Alejandro Zambra en el mapa de la narrativa hispanoamericana.

Con todo, la sensación de que películas y libros tienen poco que ver permanecerá hasta que los mencionados trabajos se estrenen y eventualmente tengan éxito. Por lo pronto, la producción de Perelman genera altas expectativas: en la producción está involucrada la compañía de Guillermo del Toro y lo lógico sería que su destino fuera el Festival de Venecia o San Sebastián, en septiembre próximo.

El caso Fuguet

En medio de esta relación singular de cine y libros se encuentra un hombre como Alberto Fuguet, quien desde siempre ha transitado en ambas veredas, intentando llevar infructuosamente novelas al cine y siendo a su vez adaptado. "Creo que los cineastas chilenos no leen. Está la sensación instalada de que faltan buenos guiones en las películas, y llama la atención entonces que nadie utilice el material literario local. Nadie nunca adaptó a Isabel Allende,  que además funcionaba como gancho comercial. Creo que perfectamente se podría haber hecho La casa de los espíritus en Chile", dice el narrador y director, quien corrió la misma suerte de Allende al ser adaptado, pero fuera de Chile.

Su novela Tinta roja fue llevada al cine en el 2000 por Francisco Lombardi, el más internacional de los cineastas peruanos y responsable de una muy buena versión de La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa, en 1985. "Lombardi también quería hacer Mala onda, pero cambiando el Chile de Pinochet por el Perú de Fujimori", dice Fuguet, quien a su vez nunca pudo concretar sus versiones fílmicas de Bonsái y de El empampado Riquelme, de Francisco Mouat ("me equivoqué totalmente").

El autor de Las películas de mi vida también aboga por la tesis de que en nuestro país no hay que tener  presupuestos al estilo de Sub Terra (versión de la obra de Baldomero Lillo que costó un millón 200 mil dólares en el año 2000) para adaptar literatura. "Hay filmes que se pueden hacer saliendo a la calle y poniendo una cámara. La obra entera de Luis Rivano, por ejemplo", postula.

Los cines posibles

El "cine de autor", que es el mayoritario del país, donde casi todos tienden a filmar su propia historia, es parte del ADN local, a diferencia del cine estadounidense, que viene haciendo un gran trabajo con la literatura desde los tiempos de El nacimiento de una nación (1915), cinta de D.W. Griffith basada en la novela de Thomas F. Dixon Jr.

En países cercanos, como Argentina por ejemplo, se experimenta, por otro lado, una coexistencia saludable entre una realizadora tan "autoral" como Lucrecia Martel y Juan José Campanella, hombre taquillero, que ganó el último Oscar extranjero con El secreto de sus ojos, adaptación de una novela de Eduardo Sacheri. Eso sí, el país transandino tiene un nivel de producción superior al chileno y hay más variedad de propuestas.

"Nuestro cine es discontinuo y autoral. Uno adapta sólo cuando la obra literaria le sirve de vehículo para expresar lo que necesita. Recién ahora está surgiendo una generación de productores que piensan como tales. Espero que ellos miren hacia el lado de la literatura", dice al respecto Pablo Perelman,  que empezó haciendo cine en los 70, junto a su amigo Silvio Caiozzi.

Este último realizador ha sido, por otro lado, uno de los más literarios de los cineastas locales, creando todo un microcosmos visual a partir de la palabra escrita de otro artista: el escritor José Donoso. "Sucede que además él era un gran cinéfilo y, bueno, una de sus frustraciones fue que Luis Buñuel nunca llevó al cine El obsceno pájaro de la noche", comenta quien realizó cuatro adaptaciones de Donoso, entre ellas Coronación (2000).

Dentro de un eventual ranking con las mejores novelas chilenas nunca llevadas al cine, Hijo de ladrón, de Manuel Rojas, ocupa un lugar evidente. "Siempre quise hacerla película, pero nunca lo logré. No creo que lo pueda hacer ya", comenta Caiozzi.

La fuerza narrativa, la diversidad de escenarios y los poderosos personajes de la obra maestra de Rojas  constituyen un material fílmico invaluable, con pocos parangones en Chile, a excepción de Martín Rivas, de Blest Gana, la obra rica en aventuras de Francisco Coloane y Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño.

El caso de Hijo de ladrón es un síntoma de que los cineastas locales no se toman muy en serio la literatura, pero por otro lado la obra de Rojas es una excepción en una literatura sobrepoblada de mundos decadentes (Donoso), historias puertas adentro (María Luisa Bombal) y corrientes de conciencia (Carlos Droguett), rechazando las historias de la calle y los grandes romances. Después de todo, Hollywood se hizo de novelas así: Lo que el viento se llevó es suficiente para demostrarlo.

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