Maternidad en la penumbra
Más de 180 mujeres privadas de libertad viven en diferentes cárceles del país, en la Sección Materno-Infantil. Un espacio distinto, donde las progenitoras tienen la posibilidad de criar a sus hijos hasta los dos años.
En poco más de un mes, Paulina festejará el segundo cumpleaños de su hija. Y aunque sabe que debería ser una jornada alegre, no puede dejar de pensar que ese día no debería llegar nunca. Cuando termine la celebración, tendrá que enviar a su pequeña “a la calle” y deberá esperar muchos años antes de volver a cuidarla de cerca. Paulina está recluida en el Centro de Detención Preventiva de San Miguel, esperando una condena por presunto homicidio. “Estoy triste porque mi bebé se va para la calle, pero fue mejor tenerla este tiempo conmigo a que no”, dice la mujer, de 28 años y madre de dos hijos.
Paulina entró a la cárcel con un mes de embarazo, y desde que su bebé nació ha permanecido con ella en uno de los 27 centros penitenciarios del país que cuentan con una sección Materno Infantil. Estas se crearon gracias al Programa de Atención para Mujeres Embarazadas y con Hijos Lactantes (Pamehl), implementado, progresivamente, en las cárceles femeninas desde el año 2001. La iniciativa partió en el Sename y, desde 2015, junto a Gendarmería, como un espacio diferenciado del resto de la población penal, donde madres e hijos pequeños pueden convivir hasta los dos años.
Actualmente, en el país hay 186 mujeres privadas de libertad que accedieron voluntariamente al programa. A éste pueden ingresar cuando caen en el sistema estando embarazadas, con hijos lactantes afuera o que conciben estando en reclusión, bajo la modalidad de visitas conyugales.
El bebé de Darling (23) es fruto de estos encuentros. Tomó la decisión de ser madre otra vez con su pareja, que también cumple condena en la ex Penitenciaría. “Siempre quise tener un hijo de él”, cuenta la mujer, que tiene otros dos niños bajo el cuidado legal de su propia madre. “A mis otros niños no los crié, me los quitaron porque consumía droga. Pero ahora dejé todo, la droga, el carrete, el desorden. Mi bebé me cambió y aquí yo aprendí lo que es ser mamá”, afirma la joven, que en 18 meses completará su castigo de tres años y un día por robo con violencia.
“Muchas niñas aprenden aquí lo que es ser mamá. No saben cómo mudar a un bebé, cómo amamantarlo, cómo tomarle la temperatura, e incluso se angustian en situaciones cotidianas”, explica Silvana Muñoz, encargada del programa en la Región Metropolitana. “Muchas veces, las que no son primerizas, han pasado más horas con sus niños acá de lo que han pasado con el resto de sus hijos”, agrega la funcionaria, quien ha trabajado en el programa desde que se implementó por primera vez, en el CPF de San Joaquín.
A diferencia de las internas, los menores no están privados de libertad y pueden salir libremente de los recintos bajo el cuidado de un adulto responsable, con quien las madres determinen. El objetivo final del programa está enfocado justamente en ellos.
“Buscamos garantizar el bien mayor, que es el derecho que tiene el niño de estar con su madre. Por eso, tratamos de favorecer el apego, la crianza responsable y la lactancia materna”, explica Rodrigo Estrada, encargado nacional del programa. Agrega que “ésta es una forma de intervención para favorecer la rehabilitación y la reinserción social, incentivando, además, que el vínculo que se generó adentro se mantenga una vez que los niños salgan”.
Si bien la mayoría de las internas que se encuentran en el programa cuentan con una red de apoyo “en la calle”, esas personas no siempre están disponibles para llevar a los niños, por ejemplo, a sus controles médicos. “Es ahí donde gendarmes y funcionarias nos involucramos más allá de nuestras funciones y llevamos a los niños a ponerse sus vacunas, a las urgencias, les hemos comprado medicamentos e incluso los hemos llevado a sacar carnet al Registro Civil”, cuenta María Elena Esquivel, asistente social y coordinadora del programa en el recinto de San Miguel.
Es el caso del bebé de Mabel (29), de nacionalidad boliviana y sin redes familiares en Chile. Fue detenida por tráfico durante el primer mes de embarazo hace más de un año y aún espera condena. “Me preocupan siempre mis hijos, cómo estarán allá y qué va a pasar con mi bebé. Por eso hago mi oficio y tejo gorros, bufandas y chalecos para vender y enviar dinero”, cuenta.
Sala cuna
En la mayoría de las secciones Materno Infantil se ha implementado una sala cuna, dependiente de la Fundación Integra, donde estas madres pueden dejar a sus hijos mientras dan curso a su rutina penitenciaria o realizan sus oficios.
Según explica Cynthia Beamín, directora del jardín “Rayito de Sol”, instalado al interior del CPF San Joaquín, esta sala cuna “funciona como cualquier otra de cualquier comuna del país, con nuestras propias reglas y el currículo de la Fundación. Hemos logrado adaptarnos a las necesidades de un recinto penal, sin que parezca tal”.
El jardín tiene una capacidad para 34 niños y facilita que tanto madres como el familiar que se haga responsable del menor, adquieran el hábito de los jardines y se involucren en su educación.
Si bien, es voluntario enviar a los niños al jardín, la mayoría de estas mujeres lo hace. “Mi guagua tiene casi dos meses y estoy esperando que cumpla tres para que vaya con las tías”, asegura Gina (32), condenada por tráfico a cinco años. “Ayuda harto, porque ‘así no me sale burro’”, agrega.
Sumando y restando, todas agradecen el espacio para estar con sus bebés. “Aquí estoy viviendo algo súper diferente. Yo nunca he criado a mis hijos, porque consumía y andaba en puros carretes. Ahora estoy con él todo el tiempo, duermo con él, lo mudo, le doy papa, me hace pasar rabias, voy aprendiendo a conocerlo. Si sale, ya lo extraño altiro. No sé qué voy a hacer cuando se vaya”, finaliza Gina, quien ya ha pasado casi una década en la cárcel, producto de dos condenas.
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