Opinión

Caszely

Carlos Caszely MH

En 1974 convenía ser complaciente.

Pero Caszely fue desafiante.

La selección chilena de fútbol viajaba a jugar el Mundial de Alemania, al que había clasificado con el infame “gol fantasma”. Tras un empate en el partido de ida en Moscú, la Unión Soviética se negó a jugar la revancha en el Estadio Nacional, que había sido convertido después del golpe en un gigantesco campo de concentración y tortura.

Sin rival, la dictadura armó un show para “celebrar” la clasificación. Los jugadores chilenos avanzaron por la cancha vacía, hasta meter la pelota en el arco opuesto. Como capitán, Francisco “Chamaco” Valdés fue el encargado de hacer el gol. El mismo “Chamaco” que había recorrido las galerías del estadio para ubicar y rescatar a Hugo Lepe, exseleccionado que era uno de los miles de presos políticos del Nacional.

Un gol fantasma, en un estadio poblado por los fantasmas de los asesinados.

Los futbolistas fueron convocados al edificio Diego Portales para la despedida oficial. Pero uno de ellos decidió no participar. Cuando llegó la hora de los saludos y la arenga del dictador, el goleador se apartó del grupo.

Al día siguiente, La Segunda publicó una nota denunciando el “espectáculo penoso” de Caszely, quien “rehusó darle la mano al Presidente de la Junta”. “Quizá si le faltó la compañía de Gladys Marín…”, ironizó el diario (Marín estaba asilada ante la orden de captura en su contra).

Con esa publicación pretendieron humillar a Caszely. Intimidarlo. Y en cambio lo convirtieron en un ícono.

Camino al aeropuerto, Caszely y otros hicieron que el bus de la selección se desviara para pasar por la Penitenciaría, donde estaba encarcelado el exmédico de la selección, Álvaro Reyes, perseguido por haber salvado la vida de “Payita” cuando ella llegó a la Posta Central tras el golpe.

Los futbolistas le entregaron un banderín firmado por todos ellos al prisionero doctor Reyes.

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En 1983 convenía quedarse callado.

Pero Caszely levantó la voz.

Tras el desafío del Diego Portales, la madre de Caszely fue arrestada y vejada. Y el goleador fue excluido de la selección chilena, que debía enfrentar a Perú por el paso al Mundial de Argentina 1978, por orden del general Eduardo Gordon, timonel del fútbol chileno y subdirector de Carabineros.

Chile se quedó sin su mejor goleador y fue eliminado por Perú. Quien celebró fue el dictador peruano, Francisco Morales Bermúdez, quien saltó a la cancha del Estadio Nacional de Lima, se puso la camiseta 14 del capitán peruano, y cantó el himno nacional a todo pulmón.

La dictadura aprendió la lección, y levantó el veto. Caszely volvió a Colo-Colo -donde fue trigoleador del campeonato- y a la selección, a la que llevó al vicecampeonato de América y clasificó a un nuevo Mundial, el de España.

Entonces, al mismo tiempo, llegaron el penal fallado, la devaluación del peso, el desempleo masivo, el PEM y el POJH, y las protestas. El 11 de septiembre de 1983, con el país convertido en una olla a presión, Chile y Uruguay jugarían en el Estadio Nacional. Y a Rolando Molina, el acérrimo pinochetista a cargo del fútbol chileno, no le pareció buena idea arriesgarse a que Caszely hiciera un gol ese día.

Al mejor goleador de Chile lo vetaron de nuevo.

Pero él no se dejó intimidar. Respondió con una valiente entrevista a un joven reportero llamado Aldo Schiappacasse en la revista Deporte Total. “En Chile debe haber elecciones”, decía Caszely, quien pedía la salida de Pinochet y se definía como “socialista”.

A Caszely le podían quitar la camiseta de la selección, pero no lo podían dejar callado.

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En 1988 convenía ser tibio.

Pero Caszely se la jugó.

A días del plebiscito, la dictadura usaba todas las armas para ganar: gasto público desenfrenado, campañas del terror, Pinochet sonriente y de civil cortando cintas por todo Chile… y la Colotón, un programa transmitido por TVN en que, magnánimo, el dictador regalaba 300 millones de pesos para terminar el Estadio de Colo-Colo (spoiler: nunca entregó el dinero).

No contaban con Caszely.

En uno de los momentos más memorables de la Franja del No, el gran ídolo de Colo-Colo apareció junto a su madre, denunciando la tortura que había sufrido y llamando a votar por la democracia.

Fue un momento inolvidable, en cadena nacional para todo el país: un instante de pura verdad frente a una máquina de propaganda.

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En 2015 convenía ser diplomático.

Pero Caszely fue sincero.

Cuando era agregado en la embajada de Chile en España, dio una entrevista criticando los nexos entre Podemos y la dictadura venezolana (“No me parece bien que Podemos hable de libertad y reciba bajo la mesa dinero de Maduro”, era el titular).

El gobierno de Bachelet le exigió retractarse. Él se negó. Lo amenazaron con despedirlo. Él se fue.

Tenía, dicho sea de paso, toda la razón.

Tal como en 1974 (sí, Pinochet era un tirano). Como en 1983 (sí, debía haber elecciones). Y en 1988 (sí, debía volver la democracia). En 2015, también tenía razón (sí, la izquierda española hablaba de libertad mientras se aliaba a una dictadura).

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En 2025, un derrotado excandidato trató a Caszely de “ignorante”, por una opinión política que no le gustó, y le exigió “que se eduque, que lea, que estudie”.

La ignorancia es atrevida.

Carlos Caszely no solo fue uno de los mejores futbolistas de nuestra historia; además estudió tres carreras profesionales: educación física en la Universidad de Chile, administración de empresas en la Universidad de Navarra, y periodismo en la Usach.

Ser ignorante no es dar una opinión, como lo ha hecho Caszely toda su vida, y con bastante lucidez. Ser ignorante es posar de rebelde mientras se repite un discurso aprendido para defender los intereses de algunos mecenas. Ser ignorante es hablar a los gritos para disimular que no se sabe de quién se está hablando.

De un ídolo eterno para los chilenos, y un ícono de coraje para el mundo entero.

Caszely fue desafiante cuando convenía ser complaciente; levantó la voz cuando convenía quedarse callado; se la jugó cuando convenía ser tibio; fue sincero cuando convenía ser diplomático.

Y así inscribió el nombre de Carlos Humberto Caszely Garrido en el corazón de Chile.

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