
La elección presidencial

La paradoja de esta elección presidencial es que dos de los tres candidatos con opciones reales de ganar no pueden decir lo que piensan. Si lo hicieran, sus campañas colapsarían.
El señor Kast, tras dos intentos presidenciales, aprendió que puede hablar sobre seguridad y economía, pero no sobre cambio climático, derechos humanos, género o diversidad. En materia de aborto, probablemente sigue creyendo que “es una maquinación intelectual decir que la mujer tiene derecho sobre su propio cuerpo”, pero no puede repetirlo. Tampoco puede decir —como dijo hace no tanto— que si fuera homosexual “sería casto”, o que si su hijo lo fuera, no le pidieran “que [fuera] de padrino de negro o de azul al matrimonio”. Nada indica que haya cambiado de opinión.
Para Kast, “la ONU [ha] sido exitosa en promover su agenda en contra de la vida y la familia, y un fracaso en promover la paz y el respeto a los DD.HH.”, pero hoy debe callarlo. Su silencio estratégico, sumado a la irrupción de Johannes Kaiser, lo hace ver moderado. Pero no lo es.
La señora Jara, por su parte, tras 37 años militando en el Partido Comunista, no puede decir nada de lo que realmente piensa. Si Kast debe esconder una parte, ella debe esconderlo todo.
Su programa para las primarias tiene ocho páginas: mientras menos diga, mejor. De buena fe, entonces, uno asumiría que Jara adhiere a los principios del Partido Comunista de Chile. Según su partido, la sociedad “se sustenta en las concepciones de Marx, Engels [y] Lenin”, pero curiosamente esos nombres no han cruzado los labios de Jara. El artículo 1 de los estatutos del Partido Comunista prometen una “revolución nacional, liberadora, antiimperialista y antioligárquica”, pero Jara prefiere hablar de “vocación democrática” remplazar la hoz y el martillo por la bandera chilena.
Yo me pregunto (de verdad) si el Socialismo Democrático le preguntó a Jara, antes de apoyarla, si a ella le gustaría “alcanzar a través de la lucha de las masas la formación de un gobierno popular”, o si cree en los principios de la “dirección colectiva” y del “centralismo democrático”. Seguramente pensaron que era mejor no preguntarle.
Así estamos, a cinco meses de la primera vuelta: con dos candidatos cuya estrategia principal es el silencio para esconder su verdadera alma.
La tercera candidatura es la más libre. La señora Matthei puede decir lo que piensa porque sus ideas reflejan, probablemente, lo que muchos chilenos creen. Ideas que apuntan a un país más seguro, con una economía sólida, pero también comprometido con el medioambiente. Un Chile que valora la diversidad, el consenso político y el progreso sostenido, sin atajos ni retrocesos. Una forma de pensar alejada de los maximalismos que caracterizaron a los dos ensayos constitucionales, hijos de Jara y Kast. La visión de Matthei sintoniza mejor con los principios liberales que guiaron a Chile desde el retorno a la democracia.
El próximo Jefe de Estado no puede ser alguien que busque “pasar piola” con algunas o todas de sus ideas, esperando que el votante no se dé cuenta. Chile se merece algo mejor: la verdad.
Por Benjamín Salas, abogado y colaborador asociado Horizontal
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