
Sólo mano de obra
Una de las polémicas más comentadas de la semana giró en torno al tema migratorio. La inició el exministro de Agricultura de Sebastián Piñera y actual presidente de la Sociedad Nacional de Agricultura (SNA), Antonio Walker, al afirmar (todo indica que en alianza con el gobierno) que convenía regularizar población inmigrante para paliar la falta de mano de obra en el campo. “Sé lo que estoy diciendo y es muy poco popular”, agregó, anticipando las reacciones que seguirían. En efecto, surgieron rápidamente, aunque en una versión inesperada en nuestra historia. Pues no fue la izquierda (que en otros tiempos habría mirado con sospecha las declaraciones de la SNA), sino los candidatos José Antonio Kast y Johannes Kaiser, quienes salieron a impugnarlo. Conectando con el ánimo mayoritario de la ciudadanía, subrayaron que la solución a los problemas del mundo agrícola no podía ser “regularizar a quienes ingresaron ilegalmente a Chile”.
Quizás la extendida obsesión con las amenazas de la ultra derecha en nuestro país explica la falta de atención a las dificultades de la tesis de Walker. Ha sido más importante advertir el “populismo barato”, como dijo Bárbara Figueroa, de Kast y Kaiser, o su disposición a azuzar las bajas pasiones de la gente. Sin embargo, es indispensable realizar este ejercicio crítico, pues revela el tipo de desorientación que inunda a nuestra política, y especialmente a nuestra izquierda.
Partamos por algo elemental, y que debiera estar recordando justamente la izquierda: la falta de mano de obra, en el campo o en otras áreas del mercado laboral, no ocurre porque repentinamente hayan cambiado las aspiraciones de la población chilena, sino muy probablemente porque las condiciones ofrecidas no son suficientemente atractivas. ¿No debiera levantar alguna inquietud el hecho de que determinados puestos de trabajo no se quieran ocupar? ¿No hay espacio para pensar en mejorar sus condiciones? ¿No debiéramos también interesarnos por saber qué será de quienes lleguen a reemplazar las funciones que nadie quiso ejecutar? Nada esto parece estar en el centro del debate, y se explica en parte porque la izquierda ha renunciado a defender a los trabajadores, sean chilenos o migrantes. De hecho, la discusión ha sido totalmente instrumental: la regularización (en el caso de Walker y de quienes han apoyado la medida) se requiere para suplir la falta de mano de obra o enfrentar la crisis de natalidad (por usar otro ejemplo que circuló esta semana). Cuál sea la realidad a la que llegan esos miles de migrantes es algo que no se plantea.
Pero el principal problema de esta polémica es que el modo en que se ha formulado la demanda de regularización (que puede ser atendible y referir a problemas efectivos) omite completamente el dato ya probado por diversos estudios de que las grandes mayorías en Chile perciben negativamente la migración y consideran, con razón, que está descontrolada. Un número importante de ciudadanos no quiere más inmigrantes y la explicación no remite al racismo, sino a que son ellos quienes experimentan (en una distribución muy desigual) los efectos de esa migración. Si acaso Walker sabía que decía algo impopular, debió preguntarse si eso no lo obligaba a revisar su postura, o al menos, a introducir otras variables. Pero en un estilo que recuerda trágicamente al aumento de las tarifas del metro hace ya casi seis años, se intenta justificar una medida con severas implicancias para personas concretas, con argumentos técnicos que podrán ser pertinentes, pero no pueden ser en política la última palabra. Qué paradoja que sean los candidatos de la “ultra derecha” los que están recordando todo esto hoy día: que la política debe orientarse y justificarse en primer lugar por las aspiraciones y anhelos de las personas comunes y corrientes. No es que ellas indiquen el camino a seguir, pero encarnan el objetivo que a todo político debiera inspirar.
Por Josefina Araos Bralic, investigadora del IES.
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