Paula

El alcalde de la isla solitaria

Tras el accidente del Casa 212, nunca antes tanta autoridad y tanta prensa se había concentrado en la remota Juan Fernández. Su alcalde, Leopoldo González, fue el primero en confirmar la magnitud de la tragedia, cuando aún había anhelos de milagro. Hoy, con la misma brutal honestidad, es también el primero en evidenciar lo que se viene: "Ahora que la pena está pasando, la isla, los isleños, caeremos al olvido. Esto es lo que digo. Es hora de que nos tomen en consideración".

Leopoldo González Charpentier es el pertinaz alcalde de la Isla Juan Fernández. Camina veloz por las callejuelas del pequeño poblado de San Juan Bautista, en Bahía Cumberland, y todos los vecinos le dicen a manera de saludo: "Polo, tengo este problema", "Polo, tengo este otro asunto", cuenta riendo. Otros, no lo saludan. Es militante de RN y lleva 21 años siendo reelegido como alcalde. No se altera. Es afable, suave, acampado. Solo emerge su carácter fuerte para defender y luchar por lo que, considera, son los derechos de la isla donde nació hace 56 años. El fatídico 2 de septiembre, González se ganó un lugar ingrato en la historia. A las 10 de la noche truncó la esperanza de mucha gente. Al ver los primeros objetos encontrados –destrozados– llegar a la Capitanía de Puerto de Cumberland, dijo sin tapujos que no esperaran encontrar sobrevivientes en el accidente aéreo del Casa 212, y que entre las víctimas estaban Felipe Camiroaga y Felipe Cubillos". Él lo sabía con certeza: los estaba esperando.

La isla es un frágil y único punto de tierra en medio del mar. Los aviones que viajan hacia ella, a una hora mar afuera no tienen referencia geográfica. Ni costa ni cordillera. Solo mar. El radiofaro de la isla, con la frecuencia 293, solo se percibe cuando ya están a 90 km. Antes, hay que encontrarla, como una aguja en un inmenso pajar.

En twitter, en las redes sociales y en alguna prensa fue tildado de bruto, rudo, desconsiderado, cruel. También con epítetos más gruesos. Luego, plantea, los medios que difundían ingenuamente esa falsa esperanza de que sobrevivientes pudiesen haber nadado y refugiado en cuevas, no lo citaron ni entrevistaron más, quizá para hacerle el quite a su voz airada y polémica. Aquel viernes por la tarde llegaba a la isla la delegación de Levantemos Chile y TVN para inaugurar, el sábado, 19 locales comerciales que –con aportes de SERCOTEC, privados y los mismos beneficiarios– constituían el comienzo de la reconstrucción del turismo, el buceo y el comercio de la isla. "Puede que, visto desde allá, sea poca cosa para una delegación tan grande. Pero para la isla era vital: poder comprar, vender productos, abastecernos. Empezar a trabajar.

Lamentablemente, no pudieron lograr su objetivo", dice. Dos semanas después, cuando comenzaba en Santiago la seguidilla de funerales, los pequeños locales de artesanía y abarrotes empezaron a funcionar sin ceremonia ni aspavientos. Después del tsunami de febrero del 2010 la voz de González también resultó ingrata para muchos. Fue cuando levantó la voz para rechazar las mediaguas que querían construir en la Isla. No las aceptó y, en vez, ha construido, dice, "casas decentes y bonitas" que se inauguran de a dos por mes.

El próximo año es la última vez que González se presentará a las elecciones municipales. Lo hará "para terminar la reconstrucción". Luego, quizás vuelva a alguno de sus oficios. Antes, en el continente, fue empresario, comerciante y guardaparques de Conaf. Regresó a su isla en 1981 y desde entonces no se ha movido más. Su mujer y sus cuatro hijas, como es la norma en varias familias isleñas, viven en Santiago casi todo el año. Él tuvo una pesquera, una línea aérea y, desde el 90, es el sempiterno alcalde. También es el Juez de Policía Local y, además de partes marítimos, le toca resolver muchos problemas del corazón, las únicas causas que lleva su tribunal.

Durante esta entrevista, efectuada doce días después de la tragedia, está en el Colegio Insular Robinson Crusoe que construyó Levantemos Chile, reunido con apoderados y concejales, analizando cómo seguirán con la reconstrucción, de ahora en adelante.

¿Cómo está la isla después del accidente?

Es un antes y un después para todos nosotros. Yo estaba en el pueblo, esperando, organizando todos los eventos que teníamos preparados para el día siguiente; el alojamiento de las personas… A todos ellos los conocía mucho. Se habían quedado en mi casa. Nos habían ayudado tanto… Podría decir que éramos amigos. Internamente, para mí, fue muy, muy duro.

Pero usted fue muy rudo cuando informó esa tarde

Esa misma noche, cuando vi los objetos recuperados –una mochila destrozada, trozos de asientos, una puerta– supe que no había posibilidad de que hubiera sobrevivientes. Y dije: "Seamos realistas y digámoles a sus familiares esta dolorosa noticia". Quienes fallecieron en el accidente venían trabajando desde hace más de un año con nosotros, dejando sus familias, sus empresas. Los medios y la televisión, ingenuamente creo yo, sin saber, ni preguntarle a nadie, intentaron en un primer momento dar falsas esperanzas. Que podrían haber nadado, que podrían haberse refugiado en cuevas. Y dije: no mientan más, hay que decirles.

¿Era necesario? Igual se sabría luego.

Me tacharon de rudo, de bruto. Quizás los isleños seamos así, rudos, directos, honestos. Aquí nadie se oculta nada, porque somos muy pocos. Nadie miente. O todo se aclara rápido… Nos preocupamos si hay un enfermo, si alguien viaja o viene. Por eso, si algo le sucede a alguien, no vamos a andar con rodeos. Y sabemos de los riesgos de ese viaje. Uno, como isleño, no querría prolongar ese sufrimiento a nadie. Había que ser honesto. No dar falsas esperanzas a las personas. Así somos los isleños, porque así es la vida de acá: ruda.

Saben del peligro de esos vuelos, del mar.

Siempre tenemos temor al viaje al continente. Sabemos cómo es el clima, el mar, el viento que pega desde el océano. Yo viajo dos veces al mes y en esos 700 km rodeado de mar y nubes, solo pienso en llegar. Son dos horas de temor. No es un viaje agradable. Te lo digo yo, que viajo mucho. Hay gente que después de un solo viaje malo únicamente viaja en barco. Y eso que salir de la isla es más fácil que volver, porque vas hacia pistas buenas: iluminadas, amplias. Volver es más ingrato. La pista de acá es estrecha, está lejos, le pegan unos vientos terribles, el clima cambia en cualquier momento. Entonces, sabíamos cómo era la cosa desde el primer minuto. Después nos vino el recuerdo del tsunami, a todos nos volvió la emoción a flor de piel. Esa primera semana una tremenda tristeza me atacaba en las noches.

¿Usted estaba en la pista cuando murió, Manuel Vera, el cabo de la Fach?

Estaba en el pueblo. Por eso digo: así son las condiciones de riesgo acá. Durante las operaciones de rescate seis aviones de la Fach debieron retornar a Santiago por no poder aterrizar en la pista. Eso no lo ha dicho nadie. Pero, al menos, esos pudieron volver.

Usted quiere que iluminen la pista.

Claro, es prioritario. Pero no solo eso. Mejorar el camino entre el pueblo y la pista también es necesario. Mejorar la conectividad por mar. Un par de semanas antes del accidente tuvimos un percance. Un habitante sufrió una lesión de columna y a otro pescador, Manuel Olivares, reparando su bote, le saltaron productos químicos a los ojos. No podían esperar. El mar estaba malo y no pudieron ir en bote a Punta Isla (como le llaman al remoto lugar donde está la pista). Tuvieron que ir a caballo. ¡Seis horas a caballo!, por un sendero imposible, ¡un fracturado de columna y una persona con los ojos quemados!

Usted le mandó una carta al Presidente.

Cuando estuvo acá, el 7 de septiembre, le hice llegar una carta a él –y a otros varios ministros y autoridades– con nuestras demandas más urgentes: mejorar la pista, mejorar el camino, apurar algunas facetas de la reconstrucción. Hasta el día de hoy no he recibido respuesta. Ni un acuso de recibo. Nada. De nadie. Estamos volviendo a la realidad. Después de la pena, papeles, trámites y burocracia.

¿Falta voluntad?

En el gobierno voluntad existe. Son los mandos medios los que enturbian todo. Pasado este revuelo volveremos a la rutina de ser la isla que somos. Lejana y solitaria. De ejemplo, solo un caso: el edificio consistorial. Estamos 40 funcionarios en una casucha de 30 m2. ¡No es posible! Hemos enviado cuatro propuestas de diseño elaboradas por arquitectos de prestigio. Y si bien hay voluntad en el gobierno, que ha sido explícito en que se construya pronto, a algún funcionario no le gusta. Nos aplican normas que están bien para la Región Metropolitana, para un terreno continental, pero no para esta isla tan estrecha donde no hay espacio. Entonces: que nos falta un centímetro cuadrado de esto, dos centímetros de esto otro, el papelito de no sé qué. No falta el que mete la cuchara y estanca todo.

Territorio especial

A González le enoja que el continente no sea capaz de ver que Juan Fernández necesita ser tratada de manera especial. Es vehemente cuando habla de las diferencias que hacen de esta isla un lugar singular. Lo tiene grabado en los genes. Su bisabuelo, Desiderio Charpentier, recaló en Juan Fernández en 1881 y se quedó. El velero Telegraph en que viajaba como pasajero, sufrió un incendio en altamar y recaló a duras penas en la isla cuando era arrendada al holandés Alfred von Rodt para explotar sus maderas.

Charpentier trabó amistad con Rodt durante las reparaciones y le subarrendó una quinta. Después trajo a sus hijos y esposa. Y hoy dos docenas de Charpentier y dos docenas de Rodt pueblan Juan Fernández, además de descendientes marinos holandeses, alemanes, mexicanos, españoles, suizos y muchos chilenos. La historia de Juan Fernández corre por las venas de su gente. Son casi mil habitantes que, en el fondo de sus corazones, dice González se sienten "isleños".

Las condiciones en que viven acá son bien particulares…

Esta vez recibimos visitas como nunca. Pero nadie nos considera un territorio especial. El Estatuto de Territorio Especial Insular, que beneficia a Juan Fernández e Isla de Pascua, sigue durmiendo en el Parlamento desde el 2006. Y, pese a que el accidente fue un recordatorio de lo urgente que es para nosotros, no creo que salga pronto.

¿Qué considera esa propuesta?

Tendríamos presupuesto propio. Una especie de Gobernador Insular que podría hacer muchos trámites en un día, que toman semanas y meses. Los pescadores de langosta pagarían sus impuestos acá mismo, en vez de en San Antonio y, con eso, se financiaría la mitad del presupuesto municipal. Nadie nos escucha. Además, ocurre que la isla se está sobrepoblando y no tenemos atribuciones para echar a los que llegan porque son chilenos. No podemos regular eso.

¿Llegan muchos chilenos a vivir?

Todo el tiempo. Ahora tenemos 600 trabajadores en la reconstrucción, ¿Cuántos se quedarán? No lo sé. Las Galápagos tienen un estatuto especial insular que obliga a tener un pasaje de ida y vuelta a quien la visite. Y una especie de pasaporte especial para los habitantes permanentes. Acá no. Se queda mucha gente. Y no damos abasto. En el 2002 teníamos 600 habitantes. Hoy somos mil. Y, si contamos, estoy seguro que pronto seremos mil 500. La posta colapsó. El agua, que baja de los cerros, está al máximo. La electricidad tiene capacidad para 500 casas, pero ya hemos llegado a 400. El subsidio para viajar a Santiago colapsó. En la escuela que construyó Felipe Cubillos no caben más niños y está a punto de terminar su vida útil.

¿Por qué?

El piso se está hundiendo, la tabiquería se está hinchando por las lluvias de este invierno, que fue muy duro, y, sin embargo, en la Seremi de la V Región les quieren reducir la jornada completa a los niños a solo media jornada, porque la escuela no cumple los metros cuadrados por alumno. ¡Y en el terreno actual no caben más niños! ¡Somos una isla! No entienden eso. Queremos hacer una escuela para 240 alumnos, que dure 20 años. Pero no nos quieren dar el dinero que cuesta el terreno: 260 millones. Accidente o no accidente, va pasando el tiempo y el piso de las salas de clases se sigue hundiendo.

No ve un buen futuro, parece.

Esto queremos hacerle entender al país. Tenemos un problema a futuro. El mar de la isla es único. Es patrimonio de todos, de la humanidad. Es reserva de la biosfera. Y, sin embargo, nos amanecemos viendo los buques factoría a menos de 5 millas de la costa llevándose todo. Arrasando con todo. No estoy reclamando. Pero si no luchamos por nuestros recursos, nadie lo hará. No queremos ser otro cacho para el gobierno. Pasado el tsunami, pasado este accidente, pasada esta inmensa amargura que estamos sintiendo, la isla, los isleños, caeremos al olvido. Es lo que digo. Es hora de que nos tomen en consideración.

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