La victimización como forma de manipulación narcisista (y machista)




En su columna de opinión titulada La época de las víctimas, el psicoanalista argentino Luciano Lutereau relata una anécdota que le ocurrió a una amiga: “Se le acercó un hombre y le dijo que acababa de padecer un robo. Le preguntó si, acaso, no había visto a dos encapuchados pasar en moto y luego, en su desconsuelo, le pidió algo de dinero. Mi amiga le extendió un billete, ante el cual el hombre sugirió un esfuerzo mayor. No tendría sentido preguntar si había sido robado o no, porque lo que sí es claro es que alcanzó con que representase el papel de víctima de un robo para que no fuera necesario recurrir a una maniobra más drástica. Cuando nos encontramos y conversamos del asunto, la conclusión cayó por su propio peso: el ladrón no necesitó robar, le alcanzó con actuar como víctima de un robo”.

El psicoanalista abre su columna con esta historia para dar cuenta de una paradoja que caracteriza estos tiempos, pero primero es enfático al explicar que no es lo mismo una víctima que una persona que se victimiza. Teniendo clara esa diferencia -porque por ningún motivo la intención es la de cuestionar a las víctimas-, lo curioso es darse cuenta que victimizarse puede ser una vía para castigar a los demás. “Si las víctimas requieren reparación, quienes se victimizan se inclinan mejor por la represalia. Lo paradójico es que esta usurpación puede hacer de quien se victimiza un victimario”, concluye.

En sociedades altamente machistas, en las que han sido los movimientos feministas y de disidencias sexuales los que han identificado la violencia de género, hay igualmente una resistencia que se ha volcado hacia la victimización para deslegitimar la lucha por la igualdad. Se trata de hombres que han tomado la postura de víctima, sin serlo, y que se sustentan en un imaginario que ve a la mujer como controladora, manipuladora y que actúa en base al despecho.

Pueden ser hombres narcisistas, que como explica la psicóloga forense especialista en temas de género, Guila Sosman, para sentirse admirados y valorados por el otro, recurren a la descalificación o devaluación constante de la persona que tienen a su lado. “En muchas dinámicas de pareja en las que hay violencia psicológica, y en las que la mujer está puesta en una posición inferior, es ella la que admira y atiende al hombre narciso, que la descalifica y devalúa, perpetuando así la dinámica”, explica. “Pero como ahora hay mayor consciencia respecto a la violencia contra la mujer y los cuerpos feminizados, estos hombres lo que han hecho es reclamar que ahora son víctimas de la mujer empoderada que los ataca. Es una victimización producto de cambios socioculturales”.

Como explica el médico forense español especialista en género, Miguel Lorente, no se trata únicamente de hombres narcisistas, sino que del narcisismo propio del machismo, que al final se basa en la idea de superioridad. “Hay una especie de victimismo masculino en el que los hombres se están poniendo como víctimas frente a los cambios sociales. Evidentemente si ahí hay un hombre narcisista, al estar en una sociedad machista, se potencian en esa significación, pero el problema es propio del machismo que tiene ese componente narcisista por esencia”, explica.

Hacerse la víctima, como aclara el especialista, no es ser víctima. “La instrumentalización del papel de víctima no se valida únicamente con enunciarlo, hay que además contar con los elementos de referencia social para así resultar creíble. Las mujeres, por ejemplo, aun siendo víctimas, no son consideradas como tal. Se las cuestiona, se habla de denuncia falsa y de manipulación. Pero cuando los hombres se presentan como víctimas rápidamente son creídos porque juegan con la palabra del hombre como referencia y con la idea de que las mujeres son manipuladores”, postula Lorente.

Es ese el peligro. Como explica la psicóloga clínica y jurídica, María de los Ángeles Cereceda, hay una gran diferencia entre la víctima, que es la persona que ha sido vulnerada en sus derechos a través de un abuso o malos tratos, y una persona que hace uso de ese papel para obtener privilegios que de otra manera no obtendría. “Un narcisista usa este rol para chantajear emocionalmente. Y esto tiene que ver con beneficiarse a sí mismo, porque una víctima necesita y demanda atención y cuidado. Al ponerse en esta posición, lo logra. Incluso y sobre todo cuando la víctima real empieza a poner límites dentro de la relación”, explica la especialista. Como dice Lutereau: “La usurpación que puede hacer de quien se victimiza un victimario”.

Y esto, como explica Cereceda, tiene consecuencias graves para la mujer o la persona que en esa dinámica está siendo la víctima. Porque ese nivel de chantajeo emocional –basado en una manipulación para obtener algo gratificante o para sacar ventaja y que recurre a cualquier herramienta que permita doblegar al otro con tal de satisfacer las propias necesidades–, implica un desgaste emocional muy alto. “Los narcisos demandan mucha energía y atención, y muchas veces, en este proceso de victimización que van a utilizar como herramienta para obtener lo que quieren, van a hacer que la mujer sienta sentimientos de culpa por no poder entregarle todo lo que exigen. Por lo tanto, también generan mucha confusión y ambigüedad. En un momento pueden idealizar a la otra persona y al poco rato devaluarla, dependiendo de lo que les sirva. La víctima finalmente no puede poner límites y doblega su voluntad, transgrediendo sus propios deseos y necesidades”, postula.

Lorente plantea que la victimización y el victimismo de los hombres ha estado presente siempre, pero sobre todo en el ámbito privado. Ejemplo de esto son comentarios como “lo he dejado todo por ti”, “podría estar con otras mujeres, pero estoy contigo”, “renuncié a tanto por ti” o “trabajo para mantener a la familia”, entre otros. Lo que ha cambiado ahora es que ese victimismo se ha volcado hacia lo público, como parte de una resistencia a las transformaciones sociales a favor de la igualdad, impulsadas y protagonizadas por mujeres y disidencias. “Ahora los hombres se presentan como víctimas, tanto de la igualdad como del propio machismo, cuando sacan estadísticas como que somos nosotros los que nos suicidamos con mayor frecuencia. Pero esto lo hemos decidido nosotros a cambio de privilegios. Por ende, este victimismo es utilizado para seguir ejerciendo el domingo e imponiendo el criterio. Ya no a gritos, pero en base a lamentos”.

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