Matrimonio a la distancia: “Valoramos cada reencuentro y sabemos que si bien hay proyección, todo puede cambiar”

“Hace casi once años, cuando tenía 25, me fui a Barcelona a hacer un doctorado en psicología clínica y salud. Meses antes de irme, había terminado un pololeo y no tenía ganas de conocer a otra persona ni muchos menos proyectarme en una relación, porque tenía claro que cuando se terminara la beca iba a tener que volver a Chile. No quería tener que enfrentar nuevamente una situación de quiebre forzado y empecé a hacer cosas ridículas: pinchaba, pero no profundizaba mucho para no engancharme. O establecía vínculos, pero de manera superficial. Marcaba los límites para no involucrarme tanto. Yo soy psicóloga, entonces cuando alguien se abre y me cuenta su historia personal, ahí engancho. Evitaba esas situaciones de acercamiento a toda costa y no daba paso a la intimidad.
En mi tercer año en Barcelona, la amiga catalana con la que vivía se fue de viaje por un tiempo largo, por lo que me vi obligada a tener que reestructurar ciertos aspectos cotidianos de mi vida. Eso me permitió organizarme y dar paso a un proceso de autoconocimiento profundo, en el que al fin pude desarrollar el amor propio. Estaba en un muy buen momento, sintiéndome segura de mí misma, de mis habilidades, pasándolo bien conmigo y con mis amistades y no buscando a nadie. Había logrado dar término a ciertas situaciones negativas en mi vida, como una relación un poco nociva, y estaba realmente tranquila. En ese contexto, una noche que salí a bailar con mis amigas, conocí a mi actual marido. Creo que el timing fue clave, porque es muy distinto conocer a alguien estando totalmente conforme con una misma; se parte de la base que no necesitamos a un otro, pero si llega, no hay problema.
Esa noche él estaba de paseo con sus alumnos, porque es profesor, y desde que nos vimos no nos separamos más. Hablamos toda la noche y al día siguiente sentí que había sido un encuentro muy especial. De hecho, llamé a mi mamá para contarle. Y desde ese día, dimos paso a una relación. Por ese entonces, yo llevaba tres años en Barcelona y me quedaban otros tres (la beca dura cuatro, pero se puede extender dos años más), pero no se lo conté de inmediato. Más bien me permití conocerlo sin miedo a lo que pasaría después.
Toda mi vida, hasta ese minuto, había sido excesivamente programada. Decidí irme a Europa a estudiar cuando tenía 20; iba a ser mamá a los 29 –luego, cuando cumplí 29, me di cuenta que aun no quería–; y sentía mayor seguridad al saber que contaba con ciertas certezas y que sabía lo que iba a pasar en mi futuro. Enamorarme de un extranjero y saber que luego me iba a tener que devolver no estaba dentro de los planes. Pero cuando finalmente lo hablamos, quedamos de intentarlo. Por trabajo, él no podía irse, y además la calidad de vida allá no se puede transar. No sabíamos qué iba a pasar, pero estábamos dispuestos a averiguarlo.
Todo se fue dando de manera natural. Estuvimos juntos durante el resto de mi estadía y desde que volví a Chile hemos mantenido una relación a la distancia. Y desde el año pasado, cuando decidimos casarnos tanto en España como en Chile, hemos mantenido un matrimonio a la distancia. En total llevamos ocho años, de los cuales más de la mitad los hemos transcurrido desde dos polos opuestos del mundo, él estando allá y yo estando acá, viéndonos cada cuatro meses –hasta antes de la pandemia– y viajando de un lado a otro. Pero siempre con la certeza de que nos vamos a volver a ver. Y es que creo que eso es muy importante: tener el horizonte claro y saber, cada vez que nos separamos, que en un tiempo más nos volveremos a encontrar.
Entre medio, hablamos por WhatsApp y tratamos de mantenernos lo más comunicados posible. A veces prendemos la cámara y apagamos el micrófono y nos acompañamos mientras trabajamos. No nos hablamos, pero nos vemos y sabemos que estamos ahí el uno para el otro.
En este tiempo que hemos llevado un matrimonio a la distancia he aprendido muchas cosas, entre ellas a soltar el control. Me di cuenta de que para poder controlar todos los ámbitos de mi vida había renunciado a muchas otras cosas, que recién ahora me estoy permitiendo vivir. De verdad que si seguía en la lógica de tratar de planificar con anticipación, no habría vivido todo lo que he vivido estos años. No me hubiese permitido conocerlo a él, no hubiese dado paso a una relación a la distancia y no me habría abierto a todas estas nuevas experiencias y sensaciones.
Creo que la clave también está en saber que si esto se termina acá, ya hemos sido felices. El amor de pareja no es incondicional; está condicionado a muchas cosas y por ende hay que cultivarlo. Uno puede vivir al lado de su pareja y aun así la relación no está asegurada.
Nunca voy a olvidar cuando una profesora del doctorado me dijo que llevaba 40 años con su marido y aun no sabía si era el hombre de su vida. Cuando das por sentado el amor, muchas cosas se mueren. Nosotros hemos aprendido a no darlo por hecho, porque como nos vemos poco sabemos que tenemos que aprovechar el momento. Valoramos cada reencuentro y sabemos que si bien hay proyección, todo puede cambiar. Si hay algo que nos enseñó la pandemia, es eso. Este era el año que yo me iba a ir para allá por un tiempo, pero los planes se han postergado.
También he aprendido que para poder cuidar un vínculo amoroso, hay que cuidarse a uno mismo. Muchas otras cosas son incontrolables, pero si nosotros no estamos bien, la relación tampoco va estar bien. Es por eso que los dos tenemos que estar lo mejor posible en nuestros lados del mundo porque de lo contrario, le empezamos a cobrar sentimientos al otro, siendo que esta es una elección, nadie nos obliga.
Por lo mismo, hemos hablado mucho de la importancia de cuidarnos a nosotros mismos para cuidar la relación. Y no sé si se puede ser conscientes de esos cuidados cuando ves a la otra persona todos los días. Hay ciertas cosas que se van descuidando y empiezas a dar por hecho que el otro va estar ahí siempre. En cambio nosotros valoramos la rutina, valoramos cuando nos vemos y pasamos nuestros días juntos, incluso sabiendo que la primera semana siempre va ser difícil; cada uno viene con su rutina personal y de repente las juntamos, entonces es necesario un periodo de ajuste.
No niego que también hay partes difíciles, sobre todo el tener que pasar por momentos o procesos claves sin estar juntos. Muchas veces a él le gustaría estar acá para ayudarme a resolver cosas cotidianas y yo también acompañarlo en lo suyo, pero hay poco que se puede hacer y es muy importante no dejarse invadir por el sentimiento de impotencia. Creo que si uno inunda la relación con los problemas personales sobre los cuales la otra persona no puede hacer nada –porque está lejos– eso solo termina generando mayor angustia para el otro y termina dañando la relación. Es un poco egoísta porque le genera una impotencia gigante al que no está. Eso es quizás lo más difícil; por eso creo que es importante fortalecer la red de los que tenemos cerca y luego poder compartir nosotros dos cuando estemos juntos.
Probablemente nuestros cercanos crean que estamos haciendo el loco, porque no tenemos muchas certezas, pero nosotros estamos felices y próximos a nuestro reencuentro, después de mucho tiempo sin vernos por la pandemia".
Camila (36) es psicóloga y profesora.
COMENTARIOS
Para comentar este artículo debes ser suscriptor.
Lo Último
Lo más leído
Contenido y experiencias todo el año🎁
Promo Día de la MadreDigital + LT Beneficios $3.990/mes por 6 meses SUSCRÍBETE