Paula

Mudanzas en pandemia: Por qué moverse cuando todo está quieto

Esteban (28) es peluquero y hasta marzo de 2020 vivía en un departamento que compartía con dos amigas en Providencia. Si bien los últimos meses ya no estaban teniendo tan buena relación, a él no le importaba. En junio concretaría su proyecto de ir a vivir a Berlín para el que ya tenía los pasajes e incluso un trabajo asegurado. Pero llegó la pandemia y como él dice: “todo se derrumbó”.

“Tuve esperanza hasta el final. Incluso en mayo seguía llamando a la aerolínea para saber si en junio se abrirían los vuelos. Pero obviamente eso no pasó y tuve que pensar en un plan B, que fue volver a Concepción a la casa de mis papás”, cuenta. Dice también que por primera vez tuvo que mudarse “con lo puesto”, porque sus padres no tienen espacio para guardar muebles. “Fue triste porque tuve que deshacerme de algunas cosas que había comprado de a poco en todos estos años viviendo en Santiago. Nada de un alto precio, pero sí cosas que para mí tenían un valor sentimental importante, que sin pandemia hubiese dejado en el departamento que compartía con mis amigas, pero que en este nuevo escenario no me pudieron guardar porque ellas también tuvieron que dejar el departamento”.

Esteban no es el único que se ha mudado, ya que se trata de un fenómeno mundial. Según datos de la encuesta del Pew Research Center, uno de cada cinco adultos estadounidenses (22%) dice que cambió de residencia debido a la pandemia o asegura conocer a alguien que lo hizo debido al brote de Covid-19. Entre las principales razones que han motivado a personas de todo el mundo a dejar sus hogares está el tema económico. La pérdida de miles de empleos ha obligado a jóvenes a retornar a la casa de los padres y también a adultos a buscar espacios más económicos. Pero también hay otras razones que tienen que ver con la convivencia durante el confinamiento.

Y es justamente lo que le ocurrió a Ignacia (37). Hace casi dos años volvió de Barcelona y desde entonces le arrienda una pieza a la misma amiga con quien vivió antes de irse a España. “Llegué a Chile con la intención de juntar un poco de plata y volver a Europa. Mi plan inicial era ojalá no estar más de un año y medio, pero llegó la pandemia y todo cambió”. Cuenta que al principio la idea de quedarse por un tiempo indefinido acá la agobió mucho, pero luego el teletrabajo le permitió organizar mejor sus tiempos, le dio espacio para comenzar algunos emprendimientos que tenía pausados por tiempo y todo empezó a fluir.

Incluso lo vio como una oportunidad para ahorrar y así irse mejor económicamente cuando todo esto se acabe. El problema es que si bien en lo laboral el confinamiento fue una buena experiencia, la convivencia con su amiga se comenzó a deteriorar. “Al principio era muy lindo porque estábamos acompañadas, pero luego empezamos a chocar por los espacios. También teníamos ideas distintas respecto de cuánto cuidarnos para evitar el contagio. Y como era su casa, aunque yo pagara por estar ahí, sentía que no era mi lugar”, dice.

Por eso comenzó a buscar departamentos. “Cuando tenía ratos libres me metía en internet y me ilusionaba pensando en una nueva vida en otro lugar, pero no me atrevía a hablar con mi amiga. Ella se portó increíble cuando llegué a Chile y no tenía plata ni un lugar donde quedarme. Y si bien sentía que tenía que seguir ahí por lealtad a ella, también pensaba que si las condiciones seguían siendo las mismas era probable que termináramos peleadas y yo no quería perder su amistad”, reconoce. Así que se armó de valor y un día en el desayuno, decidió conversar con ella.

Y como en una relación los problemas siempre son de a dos, su amiga reaccionó aliviada, porque hace un tiempo venía sintiendo lo mismo. Ese mismo día en la tarde Ignacia mandó los papeles que le pedía la corredora del departamento que le había gustado más. Y se los aprobaron. “El fin de semana pasado me cambié. Aún no desarmo todas las cajas, me voy a tomar mi tiempo. Es que es raro hacer movimientos en estos tiempos en que todo está tan quieto, pero estoy feliz. Siento que es un nuevo comienzo”, confiesa.

Enfrentarse a las raíces

Alejandra (35) se separó de su marido durante la pandemia. “No fue la cuarentena la que provocó el quiebre, solo evidenció algo que las rutinas del día a día habían escondido por meses o quizás por años”, dice. Hace tres meses dejó la casa familiar con sus hijos y se fue donde sus papás. “La decisión fue más bien práctica. Necesitaba estar acompañada en un proceso tan complejo. Además, así podría ahorrar algo de plata antes de buscar algo definitivo”, cuenta.

El día que se fue agarró lo justo: un poco de ropa, los juguetes favoritos de los niños y la cafetera, porque en la casa de su mamá toman café instantáneo y ella no lo soporta. “Sabía que en algún momento tendría que ir a buscar el resto de las cosas, pero reconozco que lo chutié por mucho tiempo. Y es que una mudanza implica enfrentarse a las raíces que uno ha echado en un lugar. Removerlas es doloroso. Cada cajón y cada objeto en él me traía a la mente un recuerdo. Tiempos buenos y otros no tanto. Por eso ese día en que volví a buscar las cosas fue tanto o más difícil que el que partí”, dice y confiesa que es raro dejar el lugar en el que alguna vez soñaste envejecer. “Pero así es la vida, un camino de muchas dudas y pocas certezas. Una de ellas es que me voy a volver a mudar y no solo una vez. Y cada vez que ocurra espero tener la fuerza que se necesita para abrir esa nueva puerta”.

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