
¿Qué modelo de ciudad queremos?
El modelo de "supermanzanas", del urbanista español Salvador Rueda, propone dejar sectores dentro de los barrios sin tráfico vehicular. Una propuesta controversial, pero "con menos contaminación, menos calor, más salud, más cohesión social y más seguridad percibida", dice Beatriz Mella, directora del Centro de Investigación Urbana para el Desarrollo, el Hábitat y la Descentralización (CIUDHAD) de la Universidad Andrés Bello.

La pregunta resurgió con fuerza tras la presentación del ecólogo urbano Salvador Rueda en el Congreso Internacional de Ciudades organizado por la CChC. Su afirmación es que “la ciudad es un ecosistema”, no solo un conjunto de calles y edificios, sino una red de relaciones entre personas, actividades, infraestructuras y escalas.
Como todo ecosistema, la ciudad puede reorganizarse para funcionar de una manera más armónica, eficiente y saludable, que es lo que plantea en su modelo de supermanzanas.
La supermanzana es una intervención urbana que elimina el tráfico vehicular al interior de una cuadrícula de 3 x 3 manzanas, dejando ese espacio para el peatón. Sin duda, una medida audaz. Lo interesante que plantea Rueda es que esta reorganización no depende de demoler o reconstruir, por lo que los costos son mínimos comparados con el beneficio. Se trata principalmente de una decisión técnica y política, al restringir el paso de autos en la mayoría de las calles y priorizar su uso para peatones, ciclistas y vida comunitaria.
Contra toda intuición, esta decisión ha demostrado hacer la ciudad más funcional y aminorar el tráfico. Sin embargo, toma un tiempo. Cuando se implementa una supermanzana, el tráfico que antes cruzaba sus calles interiores se redirige a las vías perimetrales o estructurantes. Esto genera un aumento inicial de la carga vehicular en esas calles, especialmente en las primeras semanas.
No se trata de una eliminación de tráfico, sino que una redistribución, por lo que puede dar la sensación de más congestión en ciertos puntos. Sin embargo, estudios en Barcelona muestran que este efecto tiende a estabilizarse después de un par de meses porque muchas personas cambian sus rutas o el uso de su auto, al ya no ser tan conveniente para tramos cortos. Esto se conoce como evaporación del tráfico inducido (fenómeno inverso al tráfico inducido por nuevas autopistas).
Pero no se trata sólo del tráfico. El barrio Sant Antoni de Barcelona, donde fue implementado el modelo, mostró un descenso del 25 % en los niveles de dióxido de nitrógeno (NO₂) y del 17 % en material particulado (PM10). Estas mejoras ambientales tienen efectos directos en la salud, tanto en enfermedades crónicas respiratorias como la potencial disminución de casi 700 muertes prematuras cada año.
Por otro lado, la sustitución de asfalto de la calle por árboles (y sombra) ha permitido reducir la temperatura media en torno a 0,4 °C, cambio relevante para combatir las olas de calor.
En cuanto al impacto social, las supermanzanas aumentan la percepción de seguridad, especialmente entre mujeres, personas mayores y familias con niños. En Horta, por ejemplo, el 45 % de las mujeres y el 56 % de los hombres encuestados señalaron una mejora en su bienestar general tras la implementación. La clave es que los espacios antes ocupados por el auto ahora tengan asientos, juegos, árboles y personas.
Lo interesante es que este modelo es audaz porque prioriza al peatón, no al auto. Una transformación de esta magnitud no estaría exenta de resistencia, pero la evidencia muestra menos contaminación, menos calor, más salud, más cohesión social y más seguridad percibida. Tal como presentó Rueda en la conferencia de la CChC, el desafío no es técnico ni económico, sino de voluntad social y política.
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